Idiocracia (2006) es una película que muestra un futuro dominado por idiotas dependientes de máquinas desgastadas. La escribe y dirige Mike Judge, creador de las series Silicon Valley, Beavis & Butt-head y El rey de la colina. Una producción que pasa desapercibida por los cines y que tras las risas deja una duda: ¿Estamos en los comienzos de un Apocalipsis idiota? Veamos qué profetiza Idiocracia, qué temen las personas consultadas y qué tiene que ver con nosotros, la gente corriente.
En Idiocracia, los idiotas tienen más hijos que los inteligentes: Idiocracia comienza exponiendo que en los tiempos actuales «la evolución no premia necesariamente a la inteligencia» y, dado que las personas inteligentes son menos que las poco inteligentes, el número de estúpidos crece. Un matrimonio de personas con alto coeficiente de inteligencia expone que tener hijos es una responsabilidad y los tiempos son difíciles. Frente a esta pareja, Clevon, un tipo poco inteligente, no para de tener hijos con su mujer y dos vecinas; hijos que se convierten en padres adolescentes. Douglas T. Kenrick, profesor de psicología de la Universidad de Arizona, autor de libros y artículos académicos sobre la conducta y el pensamiento humano, considera que el planteamiento de Idiocracia es posible:
«En estos días, las personas con buena formación intelectual tienen familias más pequeñas, y como las mujeres con educación superior esperan más para tener hijos, pierden muchas veces su periodo fértil, y no tienen hijos».
Kenrick comenta que el aumento de la estupidez está relacionado con el decrecimiento de la riqueza de un país. Pobreza y estupidez que lleva a los ciudadanos a votar políticas conservadoras que justamente son las que no favorecen la educación y la investigación científica.
Se llega a la idiocracia cuando se desprecia la ciencia. El narrador de Idiocracia comenta que «las mentes más brillantes y los recursos se concentraron en la lucha contra la caída del pelo y en prolongar las erecciones». ¿Podría ocurrir? Frank Wilczek, físico de MIT, considera que «la humanidad está perdiendo la oportunidad de que la ciencia avance porque el esfuerzo intelectual se está desviando de la innovación a la explotación». Lisa Randall, física de Harvard, coincide en lo que respecta a los Estados Unidos: se queja de que la financiación estatal se destina a proyectos científicos que generan resultados inmediatos. Esto es incompatible con buscar cómo demostrar o explorar teorías complejas. Para Randall, aunque la ciencia puede comenzar con un lápiz y papel sin experimentos o la esperanza de experimentos, la ciencia teórica no puede avanzar.
En idiocracia no hay noción del tiempo. El escritor y conferenciante sobre tecnologías de la información Nicholas G. Carr considera que internet está acabando con nuestra paciencia. Comenta que en 2006 la mayoría de los usuarios abandonan una web si tarda más de 4 segundos. En 2013 estudios de Google y Microsoft demuestran que los usuarios se impacientan si una página web tarda más de 250 milisegundos en abrirse. El parpadeo de un ojo. «Las tecnologías digitales nos vuelven más hostiles hacia retrasos en todos los ámbitos», afirma Carr. «Una impaciencia que tiene consecuencias en la creación y la apreciación del arte, la ciencia, la política».
En idiocracia hay una alta dependencia de las máquinas: Idiocracia cuenta con una tecnología sofistica manejada por imbéciles. Por ejemplo, hay una máquina que diagnóstica perfectamente enfermedades. Sin embargo, nadie sabe cómo funcionan y tienen un lamentable mantenimiento. Parece que fueron creadas hace mucho tiempo y que los que las usan lo hacen por mímica. Cada vez es más frecuente encontrar a personas jóvenes con teléfonos sofisticados con inmensas posibilidades que dicen: «Yo solo lo tengo para el Whatsapp y hacer fotos». Preguntan: «¿lloverá mañana?» o «¿el lunes es fiesta?».
En idiocracia, la lectura y la escritura se han degradado: En Idiocracia, leer y escribir es «cosa de afeminados». En la película, los periódicos y revistas y los carteles de establecimientos populares contienen escandalosas faltas de ortografía y gramática que los autodenominados «nazis de la gramática» implosionarían corrigiéndolas. Por otro lado, los ciudadanos tienen problemas de comprensión lectora. Hoy también se escribe en España peor que décadas atrás. Cuando encontramos titulares simples mal redactados (no un par de erratas entre 3.000 palabras) decimos: «Ha sido el becario». Pero recordemos que ese becario tiene una licenciatura.
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