Fue un alma vibrante que logró convertir a las ovejas en íconos culturales, el metal en emoción y el arte en un puente entre la naturaleza y lo humano.
Menashe Kadishman: el pastor del arte y sus ovejas. Su obra, reconocida internacionalmente, vibra con una energía sencilla, directa y profundamente emotiva. Kadishman no solo creó esculturas minimalistas que dominan espacios públicos en todo el mundo, sino que también pintó miles de ovejas, cada una distinta, cada una con alma propia.

Sí, ¡ovejas! Pero no cualquier oveja. Las de Kadishman tienen ojos que hablan, colores que cantan, formas que se salen del lienzo con una expresividad que va más allá del animal: son retratos del alma humana disfrazada de lana. Para él, cada oveja era un ser único, un eco de las personas que cruzaron su camino. Con cada trazo libre, con cada mancha de color vibrante, transformaba su experiencia vital en algo universal.

Como un pastor de sentimientos y color, Menashe Kadishman nos dejó un rebaño que no se desvanece, que sigue balando en nuestras memorias con una voz tierna y universal.
Kadishman nació en Tel Aviv, pero fue en su infancia en un kibutz, rodeado de campos y rebaños, donde germinó su sensibilidad artística. Esa conexión visceral con la tierra y los animales marcaría su obra para siempre. Años más tarde, al representar a Israel en la Bienal de Venecia en 1978, no llevó esculturas complejas ni instalaciones rebuscadas: llevó ovejas pintadas con pasión, llenas de ojos grandes y melancólicos, con pinceladas sueltas y llenas de vida. Y el mundo, sorprendido y conmovido, no pudo apartar la mirada.

Lo que hizo especial a Menashe Kadishman fue su capacidad de unir lo industrial con lo orgánico, lo conceptual con lo emocional, lo monumental con lo íntimo. En sus esculturas metálicas —frecuentemente minimalistas, imponentes y geométricas— se percibe una arquitectura del sentimiento. Son estructuras aparentemente frías que, sin embargo, transmiten una calidez que viene del corazón del artista. En ellas, el acero parece latir.


Pero su revolución llegó con la pintura, y más específicamente con sus ovejas. ¿Por qué ovejas? Porque en ellas encontró un símbolo de la colectividad, del sacrificio, de la inocencia y también de la memoria. Cada oveja que pintó era una historia contada con color: algunas eran azules como el cielo del desierto, otras rojas como la pasión, verdes como los pastos que había conocido de niño. Algunas tristes, otras alegres, muchas misteriosas. Eran, al mismo tiempo, retratos individuales y un rebaño universal.

Menashe Kadishman: el pastor del arte y sus ovejas. Decía que “el arte nace de los sentimientos y no solo de cálculos racionales”. Y así vivía y creaba.
No buscaba fórmulas, buscaba verdades emocionales. Cada obra suya, por muy simple que pudiera parecer, estaba impregnada de una autenticidad que solo puede provenir de una vida vivida con intensidad. Pintaba como quien canta, como quien recuerda, como quien abraza.

En sus últimos años, su estudio en Tel Aviv se convirtió casi en una cabaña mágica: lienzos por todas partes, paredes repletas de ovejas de todos los tamaños y colores. Visitantes de todas partes del mundo entraban allí y se encontraban con un mundo tierno y poderoso, casi infantil pero lleno de sabiduría. Kadishman pintaba a diario, incansable, como si quisiera dejarnos un rebaño infinito que nunca se extinga.

Hoy, sus obras se pueden encontrar en plazas, museos y colecciones privadas alrededor del mundo. Desde esculturas monumentales que se elevan hacia el cielo, hasta pequeñas pinturas que capturan miradas profundas, la huella de Kadishman sigue viva, pastando libremente entre el arte moderno y el alma humana.

Su legado es claro: el arte no tiene que ser complicado para ser profundo. Basta con mirar de frente, sentir con honestidad y expresarse con libertad. Kadishman nos enseñó que una oveja puede ser tanto un animal como una metáfora, tanto un recuerdo como un espejo. Nos recordó que el arte también puede ser alegre, cercano, poético.
Menashe Kadishman: el pastor del arte y sus ovejas. Por Rococó de la Mer