Una mirada íntima que transforma el deseo en poesía visual.
Laura Makabresku: el erotismo hecho ternura. En su obra se manifiesta una poética de la fragilidad, un susurro visual que se desliza entre la piel y el alma, tan suave como la brisa de un sueño interrumpido. Su fotografía, a primera vista íntima y etérea, encierra una mirada profundamente humana: erótica, sí, pero también impregnada de una ternura casi mística, de una sensualidad que no busca poseer sino acariciar.
En tiempos donde el cuerpo suele ser reducido a mercancía o espectáculo, la propuesta de Makabresku se yergue como un acto de resistencia estética, un regreso al cuerpo como morada del espíritu, como santuario de afectos y deseos.

Lo que ella captura no es la sexualidad en su forma cruda o explícita, sino una sensualidad que se manifiesta como vibración de los sentidos, como lenguaje no dicho entre cuerpos que se rozan con la delicadeza de un rezo. Sus encuadres, dominados por luces suaves y atmósferas oníricas, revelan más por lo que insinúan que por lo que muestran.
Los cuerpos, mayoritariamente femeninos, aparecen envueltos en gestos de recogimiento, de vulnerabilidad consentida, de entrega silente. Hay una suerte de sacralidad en la manera en que las pieles se tocan o los cabellos se entrelazan, como si cada imagen buscara no solo retratar lo visible, sino invocar lo invisible: aquello que se esconde entre la emoción y el tacto.
La ternura, ese sentimiento tantas veces relegado a lo doméstico o lo infantil, se convierte aquí en un acto de potencia estética. Como dijera Shakespeare, “la leche de la ternura humana” no es solo un consuelo, es un alimento esencial. Makabresku parece comprender esto de manera instintiva: su lente no domina, no invade, sino que acompaña; no exige, sino que sugiere; no denuncia, sino que susurra.
En su universo visual, la ternura no es debilidad sino una forma elevada de erotismo, una energía que fluye desde lo vulnerable hacia lo sagrado.

Erotismo, mística y empatía en la obra de una artista única.
Su erotismo, por tanto, no reside en el estímulo inmediato, sino en la caricia diferida, en ese gesto que, como escribiera Emmanuel Lévinas, “no apresura nada” sino que “busca lo que se escapa sin cesar”. La caricia, en este sentido, no es una toma de poder, sino una ofrenda de presencia, una forma de invocar lo porvenir desde el lenguaje del cuerpo.
Así, en la obra de Makabresku, el cuerpo se presenta no como objeto, sino como umbral. Cada fotografía es una especie de epifanía, un instante suspendido donde el cuerpo deja de ser ente para devenir revelación.

Hay también una nostalgia latente en su estilo, una especie de anhelo por una forma de belleza que no está en la perfección, sino en lo inacabado, en lo que tiembla, en lo que se escapa. Esa nostalgia es hermana del misterio, del silencio, de la contemplación.
Y es allí donde su obra dialoga con la tradición mística de Europa del Este, con esa sensibilidad que encuentra en lo cotidiano un reflejo de lo eterno. No es casual que muchas de sus composiciones remitan a la imaginería religiosa, al recogimiento de las vírgenes, al sufrimiento contenido de los santos, pero desde una óptica decididamente femenina, terrenal y profana.

Laura Makabresku: el erotismo hecho ternura. El cuerpo como santuario: entre la caricia, el silencio y la luz.
Lo femenino en Makabresku no es una categoría fija, sino una experiencia vivida desde la sensibilidad, desde la sangre y la leche, desde el sueño y el deseo. Sus modelos no se nos presentan como musas, sino como compañeras de un rito íntimo, como cómplices de una verdad compartida. Hay dolor, sí, y hay gozo, pero ambos están tamizados por una luz que parece venir de dentro, que transforma cada herida en una forma de belleza.
En suma, la fotografía de Laura Makabresku no se limita a retratar cuerpos: retrata almas en estado de ofrenda. Su obra nos recuerda que la empatía –esa capacidad tan humana de sentir al otro en uno mismo– no solo es una virtud ética, sino también una vía estética. En un mundo saturado de imágenes que gritan, las suyas susurran. Y en ese susurro, tal vez, nos devuelven algo de nuestra humanidad perdida.
Laura Makabresku: el erotismo hecho ternura. Por Mónica Cascanueces.