La regla crítica: A la vera de la primavera. Hay cosas que resultan especialmente placenteras si se hacen con deseo y en el momento apropiado, sin duda. Y seguro que algo así debía de estar pensando Javier Almácigo cuando meaba en aquel árbol, jugando con el chorro de orina y cerrando los ojos mientras cantaba eso de “la lará larito, cantaba mi pajarito”. Y que me perdone cuando me lea, porque él siempre se presenta como Javi Alma por aquello de evitar y esquivar un apellido que nunca había entendido y siempre había odiado.
Cuando estaba rociando la corteza con el rocío de las últimas gotitas, con la destreza que sólo proporcionan la madurez y la experiencia, Javi sintió el impacto de una bala de agua en el centro de la frente y se abotonó el pantalón a cámara lenta, contrariado y de mala hostia. Al abrir los ojos vio a una hoja moverse con rapidez como si quisiera ocultarse entre la multitud y al instante pensó en esos niños que se esconden después de precipitar un escupitajo desde el cuarto piso.
—Maldita hija de puta. ¡Te he visto, gilipollas! —gritó Javi.
—¡Ya te cogeré, imbécil, ya te cogeré! —y otra vez gritó.
De camino a casa cambió los alaridos por los ronroneos y empezó a vivir con la paciencia diaria de sentir viva su impaciencia por que llegase el otoño: Me cago en su puta madre. Hija de puta. Mala chispa la coma. Así se vea como las bombillas, gilipollas, colgada del techo y con las tripas ardiendo. Ya nos veremos, hoja de mierda.
SEVEN MONTHS LATER
Javier empezó a caminar con el sigilo de los pumas nada más reconocer la hoja y, calculando la distancia óptima, se abalanzó sobre ella pisándola hasta la parálisis, empezó a darle puñetazos hasta la inconsciencia y la estrujó hasta exprimirle el último de sus crujidos. La descuartizó en mil pedazos que introdujo en una bolsita de plástico para privarla de una vida plena como fertilizante y la tiró al suelo con el desprecio típico de los fanfarrones.
—¡Debe ser horroroso vivir tan lleno de odio y rencor!
—¿Eh? ¡Tú que sabrás, mamón! ¡Esa hija de puta me escupió en la cara! Además, tú, ¿quién coño eres? ¿También te escondes como los cobardes?
—Yo soy el árbol que tienes a tu lado, Javier. ¿Te acuerdas de mí?
—Y ahora, dime, ¿qué harías tú si alguien te mea encima? ¿Le ahorcarías? ¿Le azotarías con las ramas hasta matarle? ¿Le ahogarías con melaza y látex? Creo que deberías de buscar la belleza de las cosas e intentar ser feliz.
Javi enmudeció y, en medio del silencio, abrió la bolsita, hizo un mantillo con los restos de la hoja y se fue lento, aturdido, cabizbajo y avergonzado.
A la vera de la primavera. La regla Crítica por Carlos Penas.