Retratos etéreos que capturan la juventud antes de desvanecerse.
El tiempo fugitivo en la mirada de Hellen Van Meene. En el vasto panorama de la fotografía contemporánea, la obra de Hellen Van Meene se erige como un testimonio visual de la fugacidad y la introspección. Su colección The Years Shall Run Like Rabbits encapsula con maestría la esencia del tiempo efímero, presentando retratos de jóvenes que habitan un espacio de melancolía etérea, casi como si existieran en una frontera entre lo onírico y lo tangible.
Van Meene, con un ojo sagaz y una intuición afinada, logra crear imágenes de una estética que rememora la tradición pictórica de los grandes maestros holandeses, pero con una impronta personal que las dota de una vigencia indiscutible.

La velocidad de la vida, ese torbellino invisible que devora la infancia y la adolescencia sin que apenas podamos percibirlo, es el núcleo de su exploración artística. La metáfora de los conejos, criatura arquetípica de la multiplicación vertiginosa y la transitoriedad, no solo es una elección poética sino una declaración de principios: el tiempo no se detiene, se desliza con una rapidez que desafía cualquier intento de captura. Y, sin embargo, en sus retratos, Van Meene logra detener ese ímpetu, cristalizando momentos de belleza silenciosa y de una vulnerabilidad casi litúrgica.

La selección de sus modelos no obedece a cánones convencionales de belleza, sino a una conexión visceral que la artista describe como un llamado de sus entrañas más que de sus ojos. La fotogenia en su obra no responde a lo evidente, sino a lo latente: un matiz en la piel, una sombra en la mirada, un gesto que delata un mundo interior complejo.
Sus adolescentes no son simples sujetos fotográficos; son personajes que portan una historia no dicha, una encrucijada entre la niñez y la adultez que se refleja en cada detalle de su fisonomía. Es esta indeterminación la que otorga a sus retratos un carácter atemporal, una cualidad que desafía cualquier anclaje temporal o geográfico.

A pesar del meticuloso control compositivo que caracteriza su trabajo, Van Meene no se ciñe a la rigidez de la planificación absoluta. Su intuición es una brújula infalible que le permite confiar en la espontaneidad del momento, en la revelación inesperada que se produce cuando un rostro, una luz o un espacio convergen en perfecta armonía.
Su negativa a rastrear antecedentes o a preocuparse por la originalidad en términos absolutos denota una certeza creativa: todo ha sido hecho antes, pero no por ella. Es en esta convicción donde reside su autenticidad, en el acto de reinventar lo conocido a través de una lente única e irrepetible.

El tiempo fugitivo en la mirada de Hellen Van Meene. La fotógrafa que convierte la fugacidad en arte intemporal
El rechazo de Van Meene a la inmediatez digital y su negativa a compartir su obra en redes sociales refuerzan su postura artística: la imagen es un objeto precioso que requiere tiempo para madurar. No es un fragmento efímero destinado al consumo rápido, sino una entidad que demanda contemplación.
Su fotografía, con su encuadre cuadrado y su atención milimétrica al detalle, podría parecer idónea para la cultura visual contemporánea de Instagram, pero su resistencia a este medio sugiere una postura de respeto absoluto hacia el arte de la imagen. En un mundo dominado por la sobreexposición y la urgencia del compartir, Van Meene se aferra al valor del secreto, del misterio, de la espera.

Las imágenes que componen The Years Shall Run Like Rabbits son testamentos de un tiempo suspendido. Desde la niña pelirroja con ortodoncia hasta la joven coreana soplando una burbuja rosa, pasando por las gemelas idénticas, cada retrato es una pieza de un mosaico más grande: la juventud en su estado más puro y ambiguo. El rostro humano, con su capacidad de transformación infinita, se convierte en un territorio de exploración en el que la fotógrafa encuentra el reflejo de su propio universo emocional.

El escenario en el que Van Meene sitúa a sus modelos es fundamental en la construcción de esta estética nostálgica. Los espacios que elige —casas abandonadas, vestimentas de segunda mano, rincones de una belleza descuidada— refuerzan esa sensación de intemporalidad.
La artista se convierte, en cierto modo, en una arqueóloga visual, documentando la decadencia de lo doméstico antes de que sea devorado por la modernidad. Su trabajo no es solo un homenaje a la juventud, sino también a esos lugares que, al igual que sus modelos, están en tránsito, en proceso de desaparición.

En última instancia, la fotografía de Hellen Van Meene es un acto de resistencia contra el olvido. En cada retrato, en cada composición, subyace una conciencia aguda del paso del tiempo y de la fragilidad inherente a la existencia. Sus imágenes no buscan respuestas, sino que plantean preguntas: ¿quiénes somos en ese intersticio entre la infancia y la adultez? ¿Cómo se graba el tiempo en la piel, en la mirada, en la pose? La respuesta, quizás, se esconde en la quietud de sus retratos, en esa belleza imperturbable que, aunque efímera, persiste.
El tiempo fugitivo en la mirada de Hellen Van Meene. Por Mónica Cascanueces.