Pero nada de esto importa. El susto lo borra todo de nuestra memoria
Sustos. “Ahora bien, si te adueñas del momento del susto, podrás sacar ventaja y ganar la batalla. En el combate individual, puedes infundir susto en tu adversario con el movimiento de tu cuerpo, con el sable y con la voz. Lo importante es hacer algo tan inesperado para la mente del contrincante de modo que se asuste y quede en desventaja. La victoria entonces será tuya con facilidad. Hay que estudiar y practicar esto con diligencia” Miyamoto Musashi (1582-1645). El Libro de los Cinco Anillos. Tercera parte: El Fuego. Lecciones de estrategia (IV)
El primer susto que recuerdo fue el llamado “Efecto 2000” en los ordenadores de todo el mundo. Según nos contaban, el software de los ordenadores no estaba programado para contemplar fechas más allá del 31 de diciembre de 1999.
La incertidumbre era tal que se crearon gabinetes de crisis y esa Nochevieja se temió lo peor: desde la paralización de semáforos o bases de datos financieras hasta el fallo de instalaciones nucleares y catástrofes de escala planetaria.
Ya nadie se acuerda pero entonces se pasó miedo. Al final las incidencias fueron ridículas pero el miedo ya estaba metido en el cuerpo.
Sin duda de los sustos más efectivos son los que tienen que ver con la salud. ¿Alguien se acuerda ya de la encefalopatía espongiforme bovina, también conocida popularmente como la enfermedad de las vacas locas?
En 2001 los informativos nos bombardeaban con imágenes de pobres vacas espasmódicas y la psicosis fue tal que el consumo de chuletón de ternera o espinazo fue vetado.
Hasta un director general de Ganadería tuvo que dimitir por la presión y el malestar de los productores de vacuno ya que le achaban intereses familiares en el sector de porcino ¿Alguien se acuerda de todo esto? Pero si el mal de las vacas locas generó alarma, tampoco le fue a la zaga la llamada “gripe aviar o gripe del pollo”. Entre 2004 y 2009 parecía que todos íbamos a morir víctimas de una gripe muy agresiva cuyo virus mutaba con enorme facilidad y frecuencia.
El Gobierno español, preocupado por la salud de sus ciudadanos, compró 37 millones de dosis de vacunas al módico precio de 266 millones de euros de manera apresurada, sin ni siquiera haber identificado la cepa ni probado su eficacia real, para regocijo de las empresas farmacéuticas. Hoy nadie pregunta por la gripe del pollo ni por el destino que finalmente se dio a esas vacunas.
¿Y que me dicen de la gripe A, también llamada N1H1 o gripe porcina allá por 2009 y 2010?
Se acuerdan de que nos lavábamos compusivamente las manos con esos jabones de alcohol o que usábamos mascarillas para evitar el contagio? ¡Qué lejos queda aquello y que poca memoria tenemos!
Pues la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia mundial a pesar de que no se cumplían los requisitos de morbilidad y mortalidad (de hecho su incidencia era incluso menor que la gripe común).
El escándalo fue tal que el Consejo de Europa abrió una investigación por la posible influencia de los laboratorios farmacéuticos, muy interesados en vender vacunas y antivirales. No en vano, JP Morgan calculó que la declaración de pandemia produciría en las empresas farmacéuticas unos beneficios de diez mil millones de dolares. ¿Alguien recuerda algo de todo esto?
Con el virus del ébola en 2014 tampoco nos quedamos atrás. En este caso hubo incluso un fuerte componente racista: los negros nos contagiaban las enfermedades. Algo que ya ha quedado grabado en el inconsciente de muchos. ¿Quién no recuerda la operación de rescate en la que un avión forró sus asientos de plásticos? ¿O las plantas hospitalarias enteras que se cerraron y reservaron para la avalancha de afectados que se preveía como si de un virus zombi se tratase? ¿Saben cuántos contagios confirmados hubo? Uno.
Los sustos relacionados con la salud impactan mucho, no cabe duda. Pero las crisis financieras también generan enorme desasosiego en la población.
¿Alguien recuerda que no hace mucho en Grecia había grandes disturbios y colas en los cajeros porque se acababa el dinero? Las televisiones nos mostraban diariamente y de manera machacona imágenes de plazas ocupadas, pobreza y un país en descomposición por su mala cabeza, por gastar lo que no tenía.
Aquí se miraba a los griegos con el desdén con el que el trabajador precario mira al muerto de hambre. Y de pronto, cuando Syriza se doblegó a los dictados de la troika, se hizo el silencio. ¿Qué pasa hoy en Grecia? ¿Cómo se vive allí? ¿Siguen sin funcionar los cajeros?
Aquí en el Estado español también hemos tenido grandes sustos que amenazaba con hundir el sistema financiero y dejarnos a todos en la indigencia
Gracias a que el Gobierno español reaccionó a tiempo aportando 54.353 millones de euros a las entidades financieras hoy vivimos mejor de lo que lo hubiéramos hecho si las hubiéramos dejado quebrar. Al menos eso se nos dijo.
¿Se va a devolver a la Hacienda Pública este dinero prestado y contribuir así a las pensiones, la sanidad o la educación? ¿Alguien se acuerda de esto o dice algo?
Parece que el ex Gobernador del Banco de España Miguel Ángel Fernández Ordóñez lo tenía claro cuando en la Audiencia Nacional, en el juicio del caso Bankia dijo aquello de «de los 60.000 millones no se van a poder devolver 40.000 millones; pues mire usted, no se van a poder devolver». Y se quedó tan tranquilo.
También nos asustamos mucho cuando la crisis de 2008 provocó un desplome del tráfico en las autopistas de peaje y, consecuentemente, una bajada de los ingresos de las empresas concesionarias de su explotación que las habían construido.
De nuevo el Gobierno dejó por un momento el libre mercado y decidió intervenir aportando cerca de 2.000 millones de euros a las concesionarias para hacer pública la gestión de dichas carreteras.
Naturalmente el Ministerio, a través de su sociedad Seittsa, ha bajado los peajes (incluso a cero durante la noche), para que ganen tráfico y eleven sus ingresos en tanto decide si finalmente las saca a concurso para ceder de nuevo su explotación a empresas privadas. Entonces funcionará de nuevo el capitalismo, claro está.
Otra fuente de sustos es el enemigo exterior
Aquí se combinan episodios grotescos como la reconquista en 2002 del Islote Perejil a Marruecos o los misiles de Corea del Norte que podrían llegar a la península Ibérica, con otros más serios como el de los ataques del ubicuo Estado Islámico o ISIS.
En la Semana Santa pasada se detuvo a un estudiante universitario marroquí acusado de planear una masacre en Sevilla. Nada más hemos sabido a pesar de lo grave de la noticia.
¿Cuáles eran esos planes? ¿Ha descubierto la policía cómo iba a llevarlos a cabo? ¿Ha sido ya juzgada esa persona? ¿En qué situación se encuentra? ¿A nadie le importa todo esto?
Podría seguir relatando sustos hasta escribir un libro entero. Lo peor del miedo es que siempre hay alguien que lo utiliza en su beneficio y ese nunca es el asustado, tal y como nos relataba el famoso samurai Miyamoto Musashi en el Japón del siglo XVII.
Otra consecuencia funesta del susto permanente es que nos insensibiliza ante la tragedia, nos deshumaniza y acabamos normalizando el terror.
Finalmente, el susto con frecuencia nos hace concentrar nuestros miedos y odios en determinada dirección y nos distrae de los verdaderos terrores. Hoy en día fallecen más personas en el mundo por malnutrición o por enfermedades que tienen fácil cura que por cualquiera de las pandemias relatadas. Y lo mismo vale para las amenazas exteriores: los muertos causados por los bombardeos o por las armas suministradas por los países supuestamente defensores de la democracia son abrumadoramente más que todos los países del eje del mal y organizaciones terroristas juntos.
Pero nada de esto importa. El susto lo borra todo de nuestra memoria.