La regla crítica. A toda hostia. Jamás entenderé porqué se empieza con la primavera si el año comienza con el invierno, cuando se desprenden los carámbanos para recordar a los mierdas que se mueren en los desfiladeros fríos, para ver cómo se clavan en sus cerebros entumecidos por el hielo, para que podamos abandonarlos entre hileras de hormigas albinas y para que los podamos amortajar con la transparencia de una parestesia perenne. Y llueve ,llueve, niña de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón, que siga lloviendo y que los pájaros agiten sus alas para que se
derrita la nieve acumulada.
Y que la humedad de las praderas permita la floración de tus begonias y mis celedonias, mientras los rosales se clavan en la piel de los mediocres y de los falsos de corazón, de los que llevan la sonrisa en máscaras anónimas y de los que incrustan cuchillos jamoneros en las nubes para brindártelas como si fueran algodones de azúcar, para rajarte el paladar con la mentira de los cobardes y perforar tu bocado de Adán.
Y así hasta que un rayo de sol traiga tu amor a mi corazón, llegue y me de ese querer que tanto y tanto busqué y al fin tengo. Con el sol incendiado por culpa de cualquier estrella que tenga forma de colilla mal apagada, para que los cuerpos decentes sean bronceados entre aromas de sal marina y las pieles de los estúpidos sean arrancadas a tiras, desolladas y despellejadas al ritmo de siete olas saltadas en la noche de San Juan.
Y viento en popa, a toda vela, para olvidarme de ese neologismo de mierda que llaman veroño y que, si existiese, debería de llamarse anoto, por aquello de tratarse de un acrónimo formado con el final de la tercera estación y el principio de la cuarta. Pero no corta el mar, sino vuela, para que los enamorados crujan las hojas secas y amarillentas con sus revolcones, y no vuela, sino corta, dejando los árboles desnudos para los que se ahorcan sin sudarios.
Pero que le den por el culo al orden de los factores, el caso es que las estaciones se escapan de las manos, se van a toda hostia, se filtran entre los dientes y nos recuerdan que la vida es tan corta que no tienes tiempo para recordar que ya has vivido.
A toda hostia. La regla crítica por Carlos Penas