Hay en la obra de Mr Mead una profunda disonancia entre lo familiar y lo perturbador, entre lo infantil y lo siniestro.
Entre fábula y pesadilla: el inquietante bestiario de Mr Mead. Sus criaturas, híbridas de animal, humano y máquina, emergen de un imaginario que no rehúye la herida emocional sino que, al contrario, la abraza como núcleo creativo. El artista británico convierte el trauma infantil en estética, y lo hace con una precisión tan elegante como turbadora.
Su fascinación —o más bien, su necesidad— de conjurar estas figuras nace de un miedo muy específico: los animales antropomorfizados que pueblan ciertos relatos infantiles. Para muchos, los personajes animados de Disney han sido emblemas de candor y ternura; para otros, sin embargo, encarnan una forma más sutil de horror. Mr Mead pertenece a este último grupo.

Su visión distorsionada y sombría de los animales vestidos de personas se remonta a su experiencia forzada con la película Los cuentos de Beatrix Potter (1976), dirigida por Reginald Mills. Este ballet filmado, con sus animales antropomorfos danzando en escenarios bucólicos, causó en él una desazón tan honda como duradera. Allí donde otros veían un espectáculo inocente, él reconocía el germen de una inquietud profunda: la confusión de identidades, el disfraz, lo que no es ni lo uno ni lo otro.
Ese desasosiego primigenio ha evolucionado en un lenguaje visual propio, oscuro, laberíntico, deliberadamente inclasificable.
Las figuras de Mr Mead habitan un limbo existencial donde los contornos de la humanidad se difuminan, fusionándose con prótesis mecánicas, hocicos de ciervo, ojos de insecto o garras de ave rapaz.
Estas criaturas no son simples “monstruos”; son arquetipos de una alegoría contemporánea, que habla de alienación, de pérdida de identidad, de la artificialidad impuesta por los códigos sociales y tecnológicos del presente.

Lejos de limitarse a una crítica moralista o didáctica, Mr Mead abraza la estética del surrealismo con una devoción casi religiosa. Como él mismo declara:
“No veo ninguna verdadera necesidad para el realismo, el mundo está a tu alrededor, por lo que dibujar la vida me parece aburrido, lo que flota alrededor del cerebro es mucho más interesante.”
Esta afirmación sintetiza su poética del subconsciente: una apertura radical hacia lo onírico, lo simbólico y lo inquietante. No se trata de evadir la realidad, sino de reinterpretarla a través del prisma de la experiencia subjetiva, allí donde se entretejen recuerdos, miedos, mitologías personales y referencias culturales.

No es casual que sus influencias incluyan a ilustradores como Shaun Tan, Edward Gorey y Rémi Wyart. De Tan hereda la capacidad de traducir lo extraño en una narrativa visual coherente y emocionalmente resonante; de Gorey, el humor macabro y la economía expresiva del blanco y negro; y de Wyart, la densidad atmosférica, la saturación de detalles que convierten cada ilustración en una pequeña distopía encapsulada. Pero a diferencia de sus referentes, Mr Mead ahonda aún más en lo híbrido, en lo transgénico, en lo poshumano.
En sus obras, los personajes parecen atrapados en su propia carne, como si sus cuerpos fueran cárceles diseñadas por una lógica ajena. Algunos sonríen con expresiones de falsa cortesía, otros posan como si imitaran gestos humanos sin comprenderlos del todo. La mirada del espectador es constantemente desafiada: ¿son estos seres víctimas, verdugos o simples reflejos de nuestros propios temores reprimidos?

En una era saturada de imágenes planas y narrativas complacientes, Mr Mead ofrece una contranarrativa visual que exige ser mirada con detenimiento. Cada trazo, cada sombra, cada collage de extremidades disonantes es una invitación al desconcierto. Su obra no busca complacer ni adornar; busca, más bien, incomodar con sentido. Su universo, a medio camino entre el delirio biológico y la distopía emocional, nos recuerda que la infancia no siempre es un territorio de inocencia, y que el arte, cuando nace del trauma, puede convertirse en un acto de redención.
Lo que Mr Mead ha logrado no es solo una estética, sino un exorcismo gráfico. Ha tomado el disfraz que lo aterrorizó de niño y lo ha vuelto herramienta de poder creativo. En el reverso de cada animal con levita, en cada cabeza humana coronada por cuernos, late un corazón que aprendió a latir en la oscurida
Para más información: mrmead.co.uk
Entre fábula y pesadilla: el inquietante bestiario de Mr Mead. Por Mónica Cascanueces.