Naoto Hattori: “Fantasía, mutación y mirada». En el vasto panorama del arte contemporáneo, donde la frontera entre lo real y lo fantástico se diluye cada vez con mayor intencionalidad, el nombre del artista japonés Naoto Hattori resuena como un eco onírico entre lo sublime y lo insólito. Su obra, compacta en dimensión pero vasta en simbolismo, representa una hendidura luminosa por la cual el espectador puede asomarse a un universo donde la imaginación ha adquirido carne, pelo y mirada.
Hattori no pinta simplemente criaturas: invoca presencias. Las figuras que emergen de sus lienzos no pertenecen al reino de lo tangible, pero tampoco son estrictamente irreales. Se ubican, como en un susurro, en el umbral entre la ternura y la inquietud.
Sus cuerpos, redondos y cubiertos de una pelusa que recuerda a las texturas infantiles del peluche, contrastan radicalmente con sus ojos inmensos, desproporcionados y casi hipnóticos. Son globos oculares que contienen mundos; iris dilatados donde se refleja no solo la luz de un bosque o un paraje escondido, sino también la carga introspectiva del propio artista.

Este constante entrecruzamiento entre la forma y el alma es una de las claves para comprender el magnetismo de su obra. En la superficie, podríamos hablar de un “surrealismo pop”, categoría que la crítica ha esgrimido para describir ese espectro de arte que combina lo fantasioso con referencias accesibles y modernas. No obstante, Hattori ha sido explícito en su desinterés por las etiquetas. Para él, sus cuadros no son ejercicios de estilo, sino traducciones visuales de un torrente mental que se manifiesta de forma constante y espontánea.
“Cuando cierro los ojos, veo un ojo multicolor como un mandala, en constante mutación, como un caleidoscopio”, ha declarado.
Esta visión, que para muchos sería un breve chispazo de la imaginación, se convirtió para él en una fuente inagotable de imágenes. Durante años, se dedicó a registrar estos ojos: centenares de dibujos que buscaban capturar lo inasible. Esta pulsión inicial por representar el ojo como símbolo y puerta de entrada dio lugar a una iconografía muy particular: ojos que ven, pero también que invitan a mirar; que no solo observan el exterior, sino que revelan mundos internos, emocionales, abstractos, oníricos.



Naoto Hattori: “Fantasía, mutación y mirada». Sus criaturas no son simplemente monstruos simpáticos ni híbridos gratuitos.
Son avatares del yo. El artista las ha descrito como extensiones de su mente, figuras que funcionan como vehículos para explorar sus propios estados anímicos, pensamientos y recuerdos. En su proceso creativo, hay algo ritual y meditativo. El acto de pintar se convierte en un puente entre la vigilia y el sueño, entre la percepción y el recuerdo. “Me gusta dibujar una imagen que no se puede expresar con palabras”, afirma. Esta declaración, aparentemente sencilla, en realidad encierra una profunda vocación estética: la de dotar de forma a lo inefable.
Desde su Japón natal hasta su formación artística en la prestigiosa Escuela de Artes Visuales de Nueva York, Hattori ha recorrido un camino que ha sabido integrar influencias diversas. Lo oriental y lo occidental dialogan sin fricción en su obra, como si compartieran un lenguaje común tejido por la imaginación. Sus cuadros, aunque pequeños en escala —rara vez superan los 7.5 centímetros por lado cuando no están enmarcados—, contienen un nivel de detalle que exige una contemplación atenta y prolongada. No son obras para pasar de largo: piden ser observadas con el detenimiento de quien descifra un jeroglífico emocional.




La hibridez de sus figuras también tiene una dimensión simbólica.
Pájaros-gato, criaturas con hongos que brotan de su pelaje, seres que no responden a ninguna taxonomía real, pero que parecen completamente verosímiles dentro de su contexto pictórico. Cada elemento, por extravagante que parezca, está cargado de intención. El hongo, por ejemplo, puede leerse como símbolo de transformación, de simbiosis, de mutación lenta. La fusión entre especies es también una metáfora de la condición contemporánea: identidades múltiples, límites difusos, naturalezas superpuestas.
A pesar de su tamaño, las obras de Hattori poseen una fuerza narrativa monumental. Cada pieza parece ser una escena congelada dentro de un relato mayor, como una página arrancada de un bestiario de sueños. Hay un aire de cuento ilustrado en cada trazo, una dimensión literaria que se despliega a través del color, la textura y la forma. En este sentido, su obra conecta con una sensibilidad actual que busca en lo visual no solo estímulo estético, sino también alimento simbólico.
El éxito internacional de Hattori no es casual. Su capacidad para conectar con audiencias diversas ha sido validada por numerosas exposiciones en ciudades clave del circuito artístico global: Melbourne, Los Ángeles, San Francisco, entre otras. Su presencia en galerías como Beinart, Corey Helford y Modern Eden lo ha consolidado como una voz singular dentro del arte visionario contemporáneo. A través de su tienda en línea, muchas de sus obras están disponibles en forma de impresiones, haciendo accesible su universo a un público más amplio, sin sacrificar la integridad de su visión artística.



En una época donde la tecnología permite replicar imágenes hasta el infinito y donde la inteligencia artificial comienza a intervenir en la creación estética, el trabajo minucioso y manual de Naoto Hattori se erige como un acto de resistencia poética. Cada criatura pintada, cada ojo abierto sobre el lienzo, es una afirmación del poder de la subjetividad, del valor de la mirada interna como fuente de sentido.
Hattori no busca provocar desde la estridencia ni escandalizar desde lo grotesco.
Su arte se mueve en una frecuencia distinta: la de la introspección delicada, la del misterio que fascina más que aterra. Sus criaturas no nos gritan, nos susurran. Nos invitan a acercarnos, a mirar más allá de la superficie, a entrar —con cuidado y asombro— en ese mundo donde el subconsciente toma forma animal y donde cada mirada es un portal.


En definitiva, la obra de Naoto Hattori nos recuerda que el arte más poderoso no siempre es el más ruidoso ni el más monumental. A veces, basta un ojo colorido, del tamaño de una moneda, para abrir una ventana infinita al corazón de lo humano.
Naoto Hattori: “Fantasía, mutación y mirada». Por Mónica Cascanueces.