Invasores bárbaros usaban plantas estimulantes en el campo de batalla
El uso ritual de psicoactivos entre los guerreros germánicos. Un hallazgo arqueológico reciente ha abierto una ventana insospechada hacia la psicología bélica de los antiguos pueblos germánicos: la posible utilización sistemática de sustancias psicoactivas durante los enfrentamientos armados.
Esta revelación, surgida del análisis de pequeños artefactos metálicos hallados en yacimientos de Escandinavia, Alemania y Polonia, no solo reconfigura nuestra comprensión sobre las prácticas guerreras de estas tribus, sino que sugiere un conocimiento avanzado —y posiblemente ritualizado— del uso de compuestos botánicos con fines militares.
Los objetos en cuestión, de entre 40 y 70 milímetros de longitud, presentan un extremo cóncavo o discoide, evocando la forma de cucharillas dosificadoras. Frecuentemente asociados a enterramientos o depósitos de armas, estos instrumentos sugieren una función que va más allá del ornamento o la ceremonia. Investigadores europeos han postulado que se trataba de dispositivos empleados para medir y administrar con precisión sustancias psicoactivas en el contexto del combate.
El uso ritual de psicoactivos entre los guerreros germánicos. Aunque la composición exacta de estas sustancias aún permanece bajo investigación, los registros botánicos e históricos permiten esbozar un perfil plausible de los compuestos que habrían sido utilizados.
La amapola (Papaver somniferum), cuyo látex contiene alcaloides como la morfina y la codeína, habría proporcionado no solo alivio ante el dolor, sino una euforia embriagadora capaz de amortiguar el miedo inherente al enfrentamiento físico.
Asimismo, especies como Atropa belladonna (belladona) y Hyoscyamus niger (beleño) ofrecen potentes efectos anticolinérgicos que pueden inducir estados de delirio, agresividad desinhibida y percepción alterada de la realidad, si bien su margen entre dosis terapéutica y tóxica es peligrosamente estrecho.
Otro candidato probable es el cáñamo (Cannabis sativa), cuyas propiedades ansiolíticas, si bien no estimulantes en sentido estricto, pudieron ser aprovechadas para reducir la tensión emocional antes del combate. En combinación con otras plantas o fármacos, su efecto podría haber resultado en un estado mental de hiperfocalización y desapego emocional frente al sufrimiento.
Particular mención merece el Amanita muscaria, hongo de sombrero escarlata vinculado históricamente a prácticas chamánicas euroasiáticas.
Sus compuestos activos, el muscimol y el ácido iboténico, inducen efectos que van desde la distorsión sensorial hasta una intensa agitación motora, elementos que, si bien impredecibles, podrían haber sido interpretados como formas de trance visionario o posesión guerrera.
La administración de estas sustancias parece haber sido cuidadosamente calibrada. Existen indicios de que los compuestos eran pulverizados y disueltos en alcohol —otro agente psicoactivo de rápida absorción— o bien consumidos secos, mediante ingesta directa o inhalación. La portabilidad de las dosis y la facilidad de uso en entornos caóticos refuerzan la hipótesis de un empleo deliberado y estratégico, posiblemente acompañado de rituales previos al combate.
Este fenómeno no constituye un caso aislado en la historia de la guerra. Civilizaciones como la griega, la romana, o incluso culturas mesoamericanas, integraron plantas psicoactivas en sus prácticas rituales o militares. No obstante, lo que singulariza a los pueblos germánicos es la abundancia y uniformidad de los instrumentos descubiertos, lo cual sugiere un uso estandarizado y quizás jerárquico de estas sustancias, más allá del consumo espontáneo o recreativo.
Así, este descubrimiento desafía la imagen arquetípica del “bárbaro” ebrio de hidromiel lanzado al combate en un frenesí instintivo.
Por el contrario, perfila a un guerrero consciente de los límites de su cuerpo y de la posibilidad de superarlos mediante la química natural, inscrita en un conocimiento empírico de la flora circundante. Tal dominio indica una sofisticación que pone en entredicho la tradicional dicotomía entre civilización romana y barbarie germánica.
Más allá del rendimiento físico, es posible que estas sustancias promovieran un sentimiento colectivo de invulnerabilidad, uniendo a los combatientes bajo una misma percepción exaltada del mundo y del conflicto.
La alteración de la conciencia, en este sentido, habría sido tanto un recurso táctico como una herramienta espiritual: una forma de trascendencia en el umbral entre la vida y la muerte.
A medida que la investigación arqueológica y química avance, cabe esperar una reevaluación profunda del papel de las drogas en la historia de la guerra. La evidencia germánica muestra que el uso de estimulantes y alucinógenos no es patrimonio exclusivo de la modernidad, sino una constante antropológica: un intento reiterado de los seres humanos por ir más allá de sus límites fisiológicos cuando enfrentan las más extremas exigencias de la existencia.
El uso ritual de psicoactivos entre los guerreros germánicos. Por Leonardo Lee. Imagen: Stanislav Kontny (Praehistorische Zeitschrift)