Me enorgullezco de fotografiar a personas especiales, a menudo respaldadas por una historia de importancia social. La clave de mi trabajo siempre es mostrar como la diversidad puede ser hermosa.
Justine Tjallinks: «La belleza a través de la diversidad». En el vasto universo de la imagen contemporánea, donde la estética suele plegarse a los cánones impuestos por una industria voraz y homogénea, la obra de Justine Tjallinks emerge como un susurro delicado pero contundente. Esta fotógrafa y directora de arte holandesa, actualmente radicada en Ámsterdam, ha sabido convertir su mirada en un instrumento de resistencia poética.
Tras un paso significativo por el mundo editorial como directora de arte en revistas de moda, Tjallinks decidió virar el timón hacia un territorio más íntimo y genuino: aquel donde la belleza no se encuentra en la perfección estandarizada, sino en la diversidad profunda de lo humano.

Lo que singulariza su propuesta artística es la coherencia entre la forma y el fondo: no solo retrata a individuos con características atípicas, sino que lo hace con una delicadeza estética que les otorga protagonismo y dignidad. Su mirada, más que registrar, esculpe. La cámara se convierte en un instrumento de encuentro, de reconocimiento, de celebración de lo singular. Niños con síndrome de Down, personas albinas, ciegos: todos aparecen retratados desde una óptica que no apela al voyeurismo ni a la compasión, sino al respeto y la belleza intrínseca que late en cada rasgo.

Justine Tjallinks: «La belleza a través de la diversidad». Hay en su obra una búsqueda casi mística de lo estético entendido como lo sublime en lo distinto.
El espectador se enfrenta a imágenes que poseen la estructura visual de una pintura antigua, con composiciones rigurosas, paletas cromáticas suaves y fondos que evocan el claroscuro de los grandes maestros del barroco. Sin embargo, la modernidad de su mensaje irrumpe con claridad: la belleza ya no responde a proporciones doradas, sino a gestos reales, a pieles que cuentan historias, a miradas que no siempre ven, pero que, paradójicamente, revelan.
En este sentido, Tjallinks redefine no solo lo bello, sino también el papel del artista visual. Se autodefine como “creadora de imágenes y elementos cuidadosamente diseñados para comunicar un sentimiento”, y esa premisa se percibe en cada uno de sus trabajos. La planificación meticulosa de cada retrato —desde el vestuario hasta la postura, desde la iluminación hasta el más mínimo detalle decorativo— no responde a una necesidad de control, sino al deseo de construir una atmósfera donde lo representado pueda resonar emocionalmente. Sus composiciones, lejos de ser frías o distantes, transmiten una profunda conexión entre la cámara y el retratado. Hay intimidad, complicidad y, sobre todo, humanidad.

La obra de Tjallinks no solo ofrece una propuesta estética, sino también una postura ética.
En tiempos donde la imagen muchas veces despersonaliza, ella elige lo contrario: devolver identidad, exaltar lo auténtico, ofrecer una plataforma de visibilidad para aquellos que raramente ocupan el foco central. En su universo, lo diferente no se tolera: se celebra.
Además, la fotógrafa despliega una sensibilidad que trasciende el discurso evidente de la inclusión. No se trata de cumplir con una cuota de diversidad, sino de generar un espacio donde la belleza no sea exclusiva, sino inclusiva. Cada retrato es una declaración de principios, un poema visual que nos invita a detenernos y mirar de nuevo, a contemplar sin prejuicio, a emocionarnos desde la sinceridad de lo imperfecto.

Justine Tjallinks nos confronta, sin estridencias, con una verdad incómoda pero luminosa: que la belleza no está donde nos dijeron que estaba, sino allí donde alguien se atrevió a mirar distinto. Su obra es un recordatorio de que el arte no solo puede ser bello, sino también justo, empático y revelador. En un mundo saturado de imágenes vacías, sus retratos son pequeñas epifanías de humanidad, vestidas de terciopelo y luz tenue.
Con una sensibilidad que conjuga lo clásico y lo contemporáneo, lo emotivo y lo racional, Justine Tjallinks ha conseguido erigir una poética de la diferencia. Una voz visual que, sin alzar el volumen, se vuelve imprescindible. Una artista que no solo fotografía rostros, sino que, a través de ellos, nos devuelve la posibilidad de mirar —y mirar bien— el rostro del otro.
Justine Tjallinks: «La belleza a través de la diversidad». Por Mónica Cascanueces.