No es simplemente una artista, es una alquimista contemporánea y una escultora de atmósferas, una sacerdotisa del arte que invoca fuerzas invisibles a través de formas tangibles.
El misticismo de Yasha Young. el arte como umbral espiritual. Su obra transciende lo material para tocar lo inasible, lo etéreo, lo místico. Cada escultura, cada instalación, cada proyecto que lleva su firma vibra con una energía silenciosa que parece invocar algo ancestral, algo que estuvo antes de las palabras y que sigue susurrando desde las grietas del tiempo.

Conocida por su labor como comisaria, mecenas y visionaria dentro del mundo del arte urbano, Young no se limita a crear: ella canaliza.
Sus obras no son meros objetos estáticos, sino portales simbólicos. En ellas habita un lenguaje secreto, una cartografía de emociones, símbolos y arquetipos que atraviesan culturas y épocas. El misticismo que rodea su trabajo no es una pretensión estética, sino una pulsión real, una necesidad de comunicar con lo invisible y hacerlo visible.

La espiritualidad de Yasha Young se percibe en la manera en que aborda el espacio y el tiempo. Sus proyectos parecen rituales cuidadosamente coreografiados, donde cada decisión —material, ubicación, escala— tiene un propósito trascendente.


Su enfoque recuerda a las antiguas tradiciones chamánicas, donde el arte no era decorativo, sino funcional: servía para sanar, para recordar, para despertar. Así, sus instalaciones se convierten en altares modernos, cargados de intención, a menudo emplazados en contextos urbanos donde lo sagrado ha sido olvidado o desplazado.

El misticismo de Yasha Young, el arte como umbral espiritual. El uso del simbolismo es central en su estética mística.
Círculos, espirales, alas, ojos, máscaras: sus obras están pobladas de signos que remiten a mitologías arquetípicas. Estos elementos no solo embellecen, sino que narran. Son fragmentos de un lenguaje universal, uno que no necesita traducción porque habla directamente al inconsciente colectivo. Como Carl Jung apuntaría, Yasha trabaja con los símbolos como otros trabajan con palabras: para despertar memorias dormidas, para provocar revelaciones íntimas.




Hay algo profundamente ritual en su manera de trabajar. A menudo colabora con otros artistas, diseñadores y pensadores como si de un aquelarre creativo se tratase. Esta energía colaborativa evoca las antiguas ceremonias en las que la creación era un acto colectivo de conexión con lo divino. Pero a diferencia del ritual estático, su arte vibra con una modernidad inquietante. Hay neón, hay metal, hay concreto, pero todo al servicio de lo intangible.

Su célebre implicación en proyectos como URBAN NATION en Berlín no solo ha transformado el paisaje de la ciudad, sino también su campo energético. Las fachadas intervenidas, las esculturas instaladas, las exposiciones comisariadas por ella no se limitan a embellecer; funcionan como catalizadores. Abren espacios de contemplación en medio del caos urbano, interrumpen el ritmo automático del día a día y nos obligan a mirar con otros ojos. El arte, bajo su tutela, deja de ser pasivo y se convierte en una herramienta de invocación.

La figura de Yasha Young también tiene algo de oráculo. Su mirada es intensa, casi hipnótica, y su discurso siempre apunta a algo más allá de lo evidente.
Habla del arte como un organismo vivo, como un eco de otras dimensiones. En sus entrevistas y conferencias, no es raro oírla mencionar conceptos como “frecuencia vibracional”, “memoria del lugar” o “inteligencia emocional colectiva”. Todo en ella, desde su estética hasta su lenguaje, sugiere que no está simplemente en este mundo, sino que lo habita desde un borde, desde un liminal espacio entre lo humano y lo numinoso.

En tiempos donde lo sagrado parece haber sido desplazado por la velocidad y el consumo, la obra de Yasha Young se erige como un recordatorio potente de que aún podemos tocar lo invisible. Que el arte sigue siendo, como en los tiempos más antiguos, una vía hacia lo trascendente. En su universo, lo estético y lo espiritual no están separados: son uno solo. Y quizás ahí reside su mayor hechizo.
El misticismo de Yasha Young: Arte como umbral espiritual. Por Rose Sioux