Esculturas seductoras y repulsivas que combinan magia, ciencia ficción y romanticismo gótico
David Altmejd «Metamorfosis de lo imposible». En el complejo universo de la escultura contemporánea, pocos artistas han logrado desestabilizar con tanta elegancia y vigor las nociones tradicionales de forma y materia como lo hace David Altmejd.

Este escultor canadiense, cuya praxis se sitúa en la intersección entre lo visceral y lo sublime, ha desarrollado una obra profundamente inquietante y, al mismo tiempo, exuberantemente vital. Su arte se despliega como un organismo en perpetua mutación, oscilando entre lo humano y lo inhumano, entre la destrucción y la posibilidad de renacer. Altmejd parte de una premisa radical: la escultura no es un receptáculo de significados preexistentes, sino una entidad autónoma capaz de generarlos.
«No quiero usar la pieza como una herramienta para comunicar significado. Quiero que sea capaz de generar su propio significado», declara.

En esta afirmación se percibe una voluntad postestructuralista de liberar al objeto artístico de la servidumbre narrativa, permitiendo que el sentido emane de la experiencia directa, física, incluso sensorial, del espectador con la obra.

David Altmejd «Metamorfosis de lo imposible». Sus esculturas, dotadas de una meticulosidad casi alquímica, se presentan como cuerpos fragmentados en proceso de transmutación.
El uso poco ortodoxo de materiales —desde resinas y espejos hasta pelo sintético y taxidermia— contribuye a esa sensación de ambigüedad ontológica que define su estética. Cada pieza es una amalgama de elementos en tensión: lo orgánico se funde con lo mineral, lo grotesco coquetea con lo seductor, lo artesanal dialoga con lo industrial. Estos contrastes, lejos de resolverse, se exacerban mutuamente, generando una energía latente que parece irradiar desde el interior mismo de la escultura.

El cuerpo humano, epicentro de su discurso plástico, es representado no como una forma estable, sino como un campo de fuerzas en constante transformación. Sus figuras, a menudo decapitadas, con miembros elongados o torsos atravesados por elementos arquitectónicos, evocan simultáneamente la ruina y el génesis.

Son cuerpos abiertos, expuestos, vulnerables y, sin embargo, rebosantes de potencia. En ellos se conjugan lo familiar y lo extraño, lo real y lo fantástico, como si los límites entre la carne y el sueño hubiesen sido abolidos.

La escultura como organismo vivo
Hay en Altmejd una pulsión mitológica, aunque desprovista de nostalgia. Sus criaturas, que podrían ser parientes cercanos de los golems o los quimeras de la antigüedad, no buscan ilustrar relatos épicos, sino encarnar el enigma mismo del devenir.
No representan, sino que presentan: estados de tránsito, mutaciones inacabadas, presencias liminales. En este sentido, su obra conecta con ciertas sensibilidades del arte poshumano, al sugerir una corporeidad más allá de la biología, un sujeto expandido por la materia y la imaginación.

La escultura, para Altmejd, no es un objeto acabado, sino un evento. Una situación en la que la energía, como él mismo lo expresa, “fluye” a través de las formas. Esta energía no es metafórica: es casi física, palpable. Proviene de la tensión entre opuestos, de la coexistencia violenta de materiales y signos que no deberían compartir el mismo espacio, pero que, en su trabajo, convergen con extraña armonía.

Resulta inevitable pensar en su trabajo como una especie de laboratorio estético de la transgresión formal.
Su arte no busca resolver esa tensión; al contrario, la alimenta, la intensifica, hasta que la obra adquiere una suerte de vida propia, una autonomía vibrante que interpela sin palabras. Pero más allá del gesto experimental, lo que subyace es una sensibilidad profunda hacia los procesos naturales de decadencia y renovación. No se trata de una celebración nihilista de la destrucción, sino de una meditación sobre la posibilidad de la transformación —de la materia, del cuerpo, del arte mismo.

Altmejd nos confronta con lo que usualmente permanece oculto: lo que está debajo de la piel, lo que desborda la forma, lo que aún no ha encontrado nombre. Y al hacerlo, no solo renueva la escultura contemporánea, sino que nos ofrece una vía para imaginar otros modos de existencia, otras formas de habitar el cuerpo y el mundo.
David Altmejd «Metamorfosis de lo imposible». Por Mónica Cascanueces.