¿Tengo suficiente fuerza de lenguaje visual para transmitir lo que veo?
El arte como mirada de Olga Grigorieva-Klimova. En una época signada por la reproductibilidad infinita y la estetización de lo cotidiano, emerge una voz que, con radical honestidad, plantea la pregunta fundacional del arte figurativo contemporáneo: ¿Qué significa ser humano?
Esta interrogante, lejos de ser una búsqueda especulativa abstracta, se manifiesta en la praxis pictórica como un ejercicio de contemplación atenta, una mirada que no intenta resolver sino sostener el misterio de la existencia frente al lienzo.

La artista, cuyo discurso se enraíza en una lúcida sensibilidad filosófica, propone el arte como mirada y, por tanto, como relación. En este sentido, el arte no es mera representación, sino el lugar donde el yo se expone a la alteridad. Pintar se convierte así en un acto de cognición no verbal, una indagación silenciosa en los pliegues de la realidad vivida, una tentativa de comprensión que se aproxima más al testimonio que a la interpretación.

Contra la banalización, realismo y ética de lo singular
Su realismo no es un programa estético rígido ni una nostalgia academicista, sino un compromiso ético con lo visible. En su declaración, se percibe una conciencia aguda de los límites del lenguaje visual: ¿Tengo suficiente fuerza para decir algo verdadero sobre el otro a través de la pintura? Esta pregunta —que podría sonar como una vacilación— es, en realidad, el núcleo de su valentía. En la era del simulacro, del exceso de imágenes que no dicen nada, atreverse a pintar al otro como otro, y no como una proyección de uno mismo, es un acto de resistencia.

El mundo contemporáneo, saturado de objetos intercambiables, réplicas impecables y experiencias estandarizadas, ha reducido la vida a un decorado anodino donde todo está disponible pero nada es singular. Frente a esta banalización del deseo, la artista reivindica el valor de lo inacabado, de lo irregular, de lo irrepetible. Pintar a alguien —no como imagen, sino como presencia— es una forma de devolverle al espectador la posibilidad de sentir falta, de reencontrarse con esa zona de carencia que nos constituye y que ningún consumo puede colmar.

El arte como mirada de Olga Grigorieva-Klimova. Retrato y abismo, entre el espejo y el otro
En este contexto, el retrato se revela como una de las formas más radicales de hospitalidad estética. No se trata aquí de capturar al modelo, ni de inmortalizarlo, sino de ofrecerle un espacio en el que su ser pueda desplegarse sin ser absorbido por el yo del artista. Y sin embargo, toda representación es también un espejo. La artista lo sabe, y lo asume: cada retrato es, en parte, un autorretrato. No porque revele al sujeto como tal, sino porque expone al pintor en su intento de comprender al otro. La pregunta crucial no es entonces solo «¿quién es esta persona?», sino también «¿puedo, a través de ella, llegar a saber algo de mí que de otro modo permanecería oculto?».


Así, el placer de pintar no radica en un narcisismo satisfecho, sino en la posibilidad —siempre incierta, siempre precaria— de tocar el abismo del otro. Este gesto de apertura, de entrega a lo que no se puede poseer ni dominar, sitúa la práctica artística en el umbral entre la ética y la estética.
No es casual que la artista se confiese más propensa a las preguntas que a las respuestas. Las preguntas, en su obra, no buscan ser resueltas, sino habitadas. Cada trazo es una forma de estar con el otro sin clausurarlo, de mirar sin reducir, de decir sin traicionar.


En definitiva, esta propuesta pictórica no busca embellecer la realidad ni sublimar la experiencia humana. Busca, más bien, mirarla con la intensidad necesaria para hacerla visible en su complejidad irreductible.

En un mundo donde la imagen ha sido trivializada, esta mirada lenta y comprometida se convierte en un acto profundamente subversivo: devolverle al arte su capacidad de revelación, y al espectador, su derecho al asombro. Y quizás, en ese gesto, descubrir que el verdadero retrato no es el que capta un rostro, sino el que testimonia una relación.
El arte como mirada de Olga Grigorieva-Klimova. Por Mónica Cascanueces.