Adentrarse en el universo pictórico de Tyson Grumm es sumergirse en un microcosmos donde lo insólito y lo poético se entrelazan con una cadencia casi onírica.
Tyson Grumm: «Relatos oníricos misteriosamente orquestados». Sus composiciones son escenarios de una teatralidad misteriosa, donde animales salvajes, personajes enigmáticos y objetos con un aire de nostalgia se conjugan en armonías inesperadas. Hay en su obra una calidad pictórica que evoca la meticulosa disposición de elementos de un Chirico, con sus arquitecturas suspendidas en un tiempo indefinido y sus atmósferas que sugieren tanto la ensoñación como la introspección.

El enfoque narrativo de Grumm es singular en su género. No hay en su arte una historia preconcebida ni un desarrollo lineal: cada obra es un rompecabezas que se configura de manera orgánica a medida que el artista incorpora elementos visuales.

La improvisación guiada por la intuición, una metodología que el propio Grumm reconoce como esencial en su proceso creativo, da lugar a escenas que desafían la lógica convencional.
Aves de aspecto arcaico parecen contemplar con sabiduría la acción, mientras objetos cotidianos adquieren un aire de reliquias misteriosas, ancladas en un tiempo ajeno a la cronología convencional. El espectador es invitado a participar en la construcción del significado, pues cada lienzo es un eco de lo inacabado, una historia que espera ser completada por la subjetividad de quien la observa.





Lo que otorga un carácter tan distintivo a la obra de Grumm es su capacidad para jugar con la ironía y la paradoja. Los personajes que habitan sus pinturas parecen, en muchos casos, poseer un conocimiento que escapa incluso al creador.

Esta inversión de roles entre el demiurgo y su creación añade una capa de profundidad a su propuesta artística, pues las figuras representadas adquieren una autonomía intelectual que las desmarca de la simple condición de sujetos pintados. Se produce así una subversión sutil: el espectador no solo contempla, sino que también es contemplado por estos seres que parecen conocer secretos que le están vedados.

La selección de objetos que pueblan sus composiciones también resulta reveladora. Mapas antiguos, instrumentos científicos de otra época, libros de apariencia vetusta: todos ellos son signos que aluden a un conocimiento fragmentario y enigmático.
Estas piezas, cuidadosamente elegidas y dispuestas dentro de la escena pictórica, generan un diálogo entre lo visual y lo conceptual, entre lo tangible y lo simbólico. Hay en esta elección una nostalgia por lo pretérito, pero también una voluntad de resignificar lo antiguo dentro de un marco contemporáneo.

No menos relevante es el papel que desempeñan los marcos en el universo estético de Grumm. Lejos de ser un mero complemento decorativo, los marcos de sus obras son parte esencial de la experiencia visual. Recogidos, restaurados y transformados por el propio artista, estos marcos aportan una dimensión adicional a cada pieza, convirtiéndola en un objeto de arte total. Hay en esta atención al detalle una voluntad de hacer que cada obra trascienda su condición de pintura y se erija en un artefacto de asombro y placer estético.

Tyson Grumm: «Relatos oníricos misteriosamente orquestados». Un viaje entre lo onírico y lo teatral
El arte de Tyson Grumm se inscribe, así, en una tradición surrealista que no renuncia a la narratividad, pero que la redefine en términos de un juego constante entre el azar y la intención. Sus pinturas, con su despliegue de elementos enigmáticos y su composición calculadamente espontánea, son ventanas a un mundo donde la realidad se reconfigura con la lógica del sueño.

En ellas, el espectador encuentra tanto el deleite estético como el reto intelectual, la invitación a sumergirse en una historia sin principio ni fin, donde cada objeto, cada figura y cada sombra insinúa múltiples lecturas posibles. Grumm no nos ofrece respuestas cerradas, sino preguntas abiertas; su arte no es una afirmación absoluta, sino un enigma en perpetuo deveni
Tyson Grumm: «Relatos oníricos misteriosamente orquestados». Por Mónica Cascanueces.