La actitud ridícula hacia la sociedad y el mercado del arte
Nelson Leirner y la sublime farsa del arte contemporáneo. En el escenario histriónico del arte contemporáneo, donde la pomposidad del mercado y la vacuidad conceptual coexisten en perfecta simbiosis, pocos artistas han sabido manejar con tanto desparpajo la burla como Nelson Leirner.
Su obra no solo desenmascara la ridícula actitud de la sociedad hacia el arte, sino que se erige como un irónico espejo en el que los espectadores—incautos o cómplices—se encuentran reflejados en toda su inconsistencia.

Leirner, cual bufón en la corte de los magnates del arte, hace de la ironía su herramienta y del sarcasmo su doctrina. En lugar de sucumbir a las mieles del reconocimiento y la solemnidad de los círculos intelectuales, ha optado por reírse de todo y de todos, incluidos aquellos que pretenden diseccionar su obra con grandilocuencia teórica. Y es que, en un mundo donde un plátano pegado con cinta adhesiva a la pared se cotiza en cifras indecorosas, la propuesta de Leirner se torna más relevante que nunca.

Uno de sus comentarios más mordaces hacia la complacencia social es la serie «Usted es parte de esto» (2011). Un título que bien podría ser la frase de un vendedor de humo, pero que en manos de Leirner se convierte en una sátira demoledora de la pasividad colectiva. En esta obra, el espectador se enfrenta a su propia imagen en un espejo con forma de mono, una representación simbólica de la irrefrenable tendencia humana a la imitación sin reflexión. Leirner nos invita a reconocernos como actores de la pantomima global, donde la repetición sustituye al pensamiento y la sumisión al statu quo es una elección tácita.

De igual manera, su trabajo «Objetos desechables» (2009) presenta un gabinete de curiosidades en el que lo efímero se torna eterno por la simple gracia del encuadre museístico. Aquí, objetos anodinos se elevan al estatus de piezas artísticas con la misma facilidad con la que un artista emergente se convierte en fenómeno de mercado gracias a la bendición de un crítico influyente. Leirner expone con humor la absurda lógica del coleccionismo, donde lo trivial cobra valor y lo valioso es descartado según el capricho de la moda.

Su capacidad de apropiación posmoderna alcanza un punto culminante en «Parking Lot» (2011), un homenaje a Mondrian que nos obliga a replantearnos la noción misma de originalidad. Al sustituir la geometría pura por autos de juguete, Leirner desmonta la sacralidad de la obra modernista y nos recuerda que el arte, en su esencia más lúdica, no es más que un juego de reinterpretaciones.
¿Es esto una falta de respeto o la manifestación más honesta de la creación artística? Para quienes todavía creen en la intangibilidad del genio, la respuesta es evidente.

Nelson Leirner y la sublime farsa del arte contemporáneo. Para Leirner, la genialidad reside en hacer del arte un acto de irreverencia.
No podemos pasar por alto su serie «Right You Are When You Think You Are» (2003/2011), donde mapas construidos con calcomanías infantiles disfrazan con aparente ingenuidad un comentario político afilado. Aquí, los límites geográficos y las identidades nacionales se reducen a meros juguetes en manos de una realidad arbitraria.
Al contemplar estos mapas, nos enfrentamos al hecho incómodo de que las construcciones sociales en las que basamos nuestra existencia son tan frágiles y manipulables como los adhesivos de colores que las representan.

Pero si hay una serie que encapsula con perfección la crítica de Leirner al mercado del arte, esa es «Sotheby» (2001). Al intervenir portadas de catálogos de subastas, destaca con cinismo los elementos que determinan el valor de una obra: el nombre del artista, el prestigio de la casa de remates y la capacidad de los coleccionistas para inflar artificialmente los precios.
La ironía es doble: la crítica al mercado se convierte, paradójicamente, en una mercancía más dentro de ese mismo mercado. Es el equivalente artístico a vender una soga con la que el comprador podrá colgar su propia credulidad.

Nelson Leirner ha construido una carrera sobre la base de la burla y la desmitificación, y lo ha hecho sin pedir disculpas ni caer en la complacencia.
En un mundo donde la impostura es norma y la irreverencia se convierte en un producto más, su obra nos recuerda que la mejor manera de enfrentar la solemnidad del arte contemporáneo es, simplemente, con una carcajada bien dirigida. Quizás su gran legado no radique en su producción artística per se, sino en la lección implícita en cada una de sus piezas: el arte es, ante todo, un juego, y solo los que saben reírse de él han entendido realmente su esencia.
Está anticipando el momento en que el espectador está delante de la pieza y puede ver su propio reflejo. Leirner está hablando de la culpa colectiva y de cómo nos convertimos en parte de algo simplemente no haciendo nada en contra.
Nelson Leirner y la sublime farsa del arte contemporáneo. Por Mónica Cascanueces.