«A fotografiar se aprende haciendo fotos», este podría ser el resumen de las múltiples enseñanzas de uno de los fotógrafos más destacados, innovadores e inspiradores del siglo XX: Harry Callahan.
Harry Callahan: El fotógrafo que nunca dejó de experimentar. Curiosamente este norteamericano nacido en Detroit en 1912 aprendió de forma autodidacta. Y pronto creó escuela. Tanto como para que pocos años después de empezar a desarrollarse como fotógrafo empezó a dar clases en el Instituto de Diseño de Chicago (de la mano de László Moholy-Nagy), actividad que compaginó durante muchos años hasta su retiro.

Mucho tuvo que ver su enorme talento y su práctica constante. De hecho es algo que siempre defendió, de ahí la frase con la que iniciamos este artículo. Harry Callahan compró su primera cámara en 1938, se trataba de una Rolleicord 120 con empezó a desarrollar su intuición y a conformar su metódico proceso. Poco después, en 1940, ingresa en la Detroit Photo Guild, donde conoce a Arthur Siegel que le introduce en la fotografía experimental (y será su gran influencia).

Callahan quedó impactado por Ansel Adams en una conferencia, con lo que empezó a experimentar con cámaras de mayor formato y, en 1945, tras un viaje a Nueva York, conoce a grandes contemporáneos de la fotografía (incluido otro nombre clave para su carrera: Arthur Siegel).


Callahan fotografía a su esposa en todas partes, durante toda su vida juntos, desde su casa a paseando en la calle, envuelta en paisajes naturales e incluso desnuda. Casi siempre en blanco y negro, pero también probó con el color y, como indicábamos, experimentando constantemente y haciendo de la doble exposición todo un arte.

Harry Callahan: El fotógrafo que nunca dejó de experimentar. Su propia esposa comentó: ”Creo que Harry comenzó a fotografiar en 1938 y, desde que nos casamos, nunca dejó de hacerlo, siempre tuvo una cámara en sus manos”
Para ser un fotógrafo, uno debe fotografiar. Ninguna cantidad de libros estudiados, seminarios a los que se ha asistido pueden sustituir al simple hecho de hacer fotos. La experiencia es la mejor de las enseñanzas. Y por ello no hay garantías de que uno se convertirá en un artista, sólo el camino importa.

En 1946 la revista Minicam Photography publica su obra por primera vez y Moholy-Nagy le lleva al Institute of Design de Chicago para impartir clases. Así entra en contacto con el grupo de la New Bauhaus, con los que comparte la idea de la fotografía como expresión artística y el afán de experimentar con ella. Su dominio de la composición se desarrolló con un constante trabajo y experimentación en la calle.

Cada día salía a pasear con su cámara, a fotografiar lo que le rodeaba con profusión (por ello es considerado uno de los grandes en la fotografía urbana) y luego, a su regreso, revelaba los mejores negativos. Así entrenaba su mirada, afinaba su estilo y le servía como banco de experimentación.
De hecho, si por algo es conocido Callahan es también por su enorme tendencia a experimentar con diferentes técnicas: exposiciones múltiples, tanto para fotografía de arquitectura como para retratos.

En formato pequeño o en gran formato. Pero siempre con una cámara encima y fotografiando su alrededor, su vida. De este interés por lo que le rodeaba, sin obviar su espacio más íntimo y personal, se conforma otra buena parte de su obra.
Su esposa Eleanor y su hija Bárbara son protagonistas de muchos de sus retratos artísticos. Unos retratos a menudo intimistas, otros muy experimentales, pero en todos ellos con una gran capacidad para unir persona y entorno para reforzar el sentido de la fotografía.
Harry Callahan: El fotógrafo que nunca dejó de experimentar. Por Mónica Cascanueces.
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