La regla crítica: Ano de propano de Carlos Penas. Me resulta jodido justificar un mundo que haya avanzado tanto como para conectar los elementos físicos cotidianos a Internet, tanto como para abrigarse con vestuarios personales inteligentes, tanto como para regar sólo las zonas necesarias gracias a unos sensores que miden la humedad del suelo, tanto como para obtener una media de nuestras constantes vitales, tanto como para hacerlo en tiempo real, tanto como para confiar nuestra vida a los servicios de una nube que nunca trae agua, tanto como para disponer de sistemas de protección perimetral, tanto como para dejarnos un huevo y parte del otro buscando métodos que reduzcan el impacto ambiental, tanto como para ahuyentar a los perros con ultrasonidos inaudibles para nosotros.
Tanto como para inquietarse por la contaminación lumínica mientras se dispara la fiebre por competir en circuitos nocturnos, tanto como para vendernos moto sin ruedas, tanto como para inventar semáforos que visualizan los niveles de ruido y diseñar planes específicos que reduzcan la contaminación acústica.
Y se me antoja muy difícil entender este universo de Inteligencia Artificial porque a las nueve de la mañana se sigue activando el protocolo PCB, el Puto Claxon Butanero, el que levanta la tapa de los sesos a Eustaquio, el que destroza la calidad del sueño, el que revienta la presión arterial, el que excita la hormona del estrés, el que te llena la boca con bombonas de gas, el que te pone de muy mala hostia y provoca vómitos de palabrotas.
El que te recuerda que somos una panda de hipócritas que vive marcando su territorio con un moderno sistema de geolocalización, meneando nuestros culos mientras defecamos propano para distribuir excrementos por una zona lo más extensa posible, como los hipopótamos.
Ahogando nuestro hipocampo en un orinal para silenciar la memoria y nuestra capacidad de aprender, metiendo nuestro hipotálamo en cualquier congelador para enfriar nuestra temperatura corporal, trasladando nuestro hipocentro al centro del esfínter de los anos, desterrando nuestra dignidad a los hipogeos de las conciencias, traicionando a quien haga falta por un mes de hipoteca, trazando hipotenusas por encima de los ángulos rectos y viviendo de manera patética una hipotética felicidad.
Y ahora que son las cinco de la tarde, prefiero dejar de pensar y dedicar un tiempo precioso a sorber alguna infusión que me ayude a digerir cualquier posible confusión y evitar el hipo, en compañía de mi gato y unos bombones de chocolate, licor y gas.
La regla crítica: Ano de propano de Carlos Penas.