En este libro, Arthur M. Abell recoge el testimonio de seis importantes figuras de la música occidental
‘Música e inspiración’ de Arthur M. Abell. El proceso creativo es una mezcla de técnica, entendimiento, fuerza de voluntad, don de la imaginación, fantasía, determinación, deseo ardiente. Y por muy buena que sea la ejecución, no habrá ninguna composición que perdure si no tiene inspiración. Cuando viene, la inspiración es de tal sutileza y finura (como un fuego fatuo) que escapa a casi toda clasificación. La inspiración es un despertar, una activación de todas las facultades humanas. El gran secreto de todos los genios creadores se encuentra en el hecho de que poseen la fuerza de apropiarse de la belleza, riqueza, grandeza y excelsitud que hay dentro de su alma y, al mismo tiempo, de comunicar tal riqueza a los demás.
En este libro, Arthur M. Abell recoge el testimonio de seis importantes figuras de la música occidental —Brahms, Strauss, Puccini, Humperdinck, Bruch y Grieg— en relación con sus experiencias espirituales, psíquicas y mentales en el momento del impulso creador. Además, nos invita a conocer el contexto cultural europeo de principios del siglo xx a partir de la experiencia vital de sus protagonistas.
Música e inspiración aporta una visión alternativa al canon de la musicología. Aunque hasta ahora ha sido poco conocido, resulta de gran interés también fuera del ámbito especializado no solo por su contenido —donde aparecen otras grandes figuras como el ilusionista David Home o la reina Victoria de Inglaterra—, sino por su prosa literaria y el discurso directo.
“Toda inspiración verdadera emana de una fuerza espiritual que es Dios, y que los psicólogos modernos llaman el subconsciente, una experiencia que pocas personas pueden sentir y es por ello que hay tan pocos grandes compositores”, según Brahms.
Para el músico austriaco, “cuando voy a componer atraigo hacia mí el creador y primero le formuló las tres preguntas más importantes relativas a nuestra vida en este mundo: desde dónde, por qué y hacia dónde”.
“Inmediatamente noto vibraciones que me estremecen y que es el poder iluminador del Espíritu y, en este estado de exaltación, distingo con claridad lo que está oscuro en mi interior. Después me siento capaz de sacar inspiración de ello, como hizo Beethoven”.
El compositor lo explica como un entrar en un estado ensoñación similar a un trance, un momento en el que las ideas emergen con tal fuerza y rapidez que le es imposible retener todas, ya que llegan como flashes instantáneos y desaparecen rápidamente a no ser que las haya plasmado en un papel.
Wagner coincide con Brahms en que componer es captar “una energía universal que conecta el alma humana con la fuerza suprema del universo, de la que todos formamos parte”.
El compositor alemán decía que había descubierto que este poder transmitido por el espíritu no se manifestaba a través de la fuerza de la voluntad, sino de la imaginación y la fantasía. “A través del ojo de mi mente, veo visiones muy concretas de los personajes de mis dramas musicales”, explicó.
También él entraba en un estado de trance, “que es el requisito para cualquier intento creativo. Siento que me fundo con esta fuerza, que es omnisciente, y que puedo recurrir a ella con mis capacidades como única limitación”.
Strauss dijo a Abell que componer es un procedimiento que no es fácil de explicar y la inspiración es algo “tan sutil, tan tenue, que casi desafía definirla. Cuando estoy inspirado, tengo visiones muy persuasivas y claras que me envuelven y siento que estoy bebiendo de la fuente de energía infinita y eterna de la que todas las cosas proceden. La religión lo denomina Dios.”
Según Puccini, la inspiración es algo tan intangible, “que no puedo definirla. Me llega cuando me llega, pero no sé expresarlo con palabras. Por experiencia sé que cuando compongo es porque una influencia sobrenatural permite que reciba las verdades divinas y que las pueda comunicar al público a través de mis óperas”.
En lo que también coinciden todos es en el trabajo y la necesidad de evitar distracciones y ruidos. Para Brahms, “mis composiciones no son solo el fruto de la inspiración sino también de una dedicación laboriosa y minuciosa” y Puccini trabajaba de noche porque decía que durante el día había demasiado ruido en su casa.
El catedrático de musicología de la UAB Josep Maria Gregori, en su introducción, sugiere «una sutil analogía entre la fuerza del amor divino y la pujanza de la inspiración». Por su parte, el ensayista y crítico Oriol Pérez i Treviño coincide en que en Música e inspiración encontramos compositores que «apuestan por el origen de una Fuerza divina como fuente de inspiración para sus obras». Sin embargo, tanto Strauss como el resto de compositores también dejan claro que es necesaria una gran dosis de técnica, rigor y preparación para poder plasmar las ideas que les llegan.
Sobre el autor de ‘Música e inspiración’
Arthur M. Abell (Norwich, Connecticut, EE UU, 1868-1958) fue violinista y corresponsal en Berlín para Musical Courier de 1893 a 1918. Después de la Primera Guerra Mundial ejerció como periodista y crítico musical en otros periódicos, como el New York Times. Durante sus años en Europa (1890-1918), y gracias a su posición acomodada, estuvo en contacto con los grandes nombres de la escena musical y cultural. Este hecho le permitió recopilar una gran cantidad de materiales de archivo, transcripciones de conversaciones, correspondencia, imágenes y programas de conciertos, conservados hoy en la sección musical de la Biblioteca Pública de Nueva York.
En 1955, Arthur M. Abell publicó Talks with great composers, la edición inglesa original del libro que hoy presentamos en español. La fecha de publicación tan tardía respecto al momento en el que tuvieron lugar las entrevistas que se recogen en este libro se explica por la voluntad de Brahms de que sus declaraciones no vieran la luz hasta cincuenta años después de su muerte.
‘Música e inspiración’ de Arthur M. Abell. Conversaciones con Brahms, Strauss, Puccini, Humperdinck, Bruch y Grieg (2021). Introducciones de Josep Maria Gregori i Cifré e Oriol Pérez i Treviño. Traducción de Josep Pelfort Gregori.