El antiintelectualismo, o hacer apología de la estupidez, tiene también efectos políticos, pues facilita controlar mejor las conductas y deseos de la ciudadanía.
La presión del antiintelectualismo. Isaac Asimov dijo en su momento que «la presión del antiintelectualismo ha ido abriéndose paso». Naturalmente hacía referencia a un fenómeno que inició su andadura, aproximadamente, a finales del siglo XVIII, con el surgimiento del Romanticismo.
Si la Ilustración fija su atención en las bondades de la razón, tras la explosión de la revolución científica de los siglos XVI y XVII, el Romanticismo opera a modo de antítesis hegeliana del discurso previo, prestando más atención al elemento emocional y sentimental, a los aspectos ocultos, irracionales, inconscientes y tenebrosos.
Por poner un ejemplo de esto, como dice Jeffrey Burton Russell, «muchos románticos del tipo revolucionario afirmaban que, si Satán era el mayor enemigo del cristianismo, debía ser entonces un heroico rebelde contra la injusticia de la autoridad y merecedor, por lo tanto, de alabanza».
La figura de Satán cobró un nuevo significado a partir de esos años. Y hay que tener en cuenta que el diablo representa aspectos vinculados a lo siniestro (que etimológicamente hace referencia a la izquierda, a lo irracional y ctónico), por lo cual no es de extrañar la reivindicación de su figura por algunos autores de la época sujetos al nuevo paradigma estético y cultural.
Una corriente crítica se transforma de alguna manera en su contrario
Un autor que sigue una línea irracionalista, que cuestiona el racionalismo moderno y que tiene una influencia decisiva en el siglo XX, es Nietzsche (también en sus inicios se vio influenciado por el Romanticismo, fue amigo de Wagner, etc.). También Bergson fue representante de tales corrientes, con su teoría del élan vital.
Entre otras muchas figuras que sentían este interés por comprender el mundo desde otros puntos de vista ajenos a la razón monolítica están Oswald Spengler, María Zambrano, Ortega y Gasset, etc. No obstante, la influencia decisiva la ejerció Nietzsche, quien, entre otras cosas, influyó en los llamados posmodernos, cuyo impacto en la vida universitaria, mediática y cotidiana de las personas ha sido enorme en las últimas décadas.
Para estos, grosso modo, la razón es una herramienta empleada por el poder para ejercer su dominación. También hablaría Foucault de la verdad como algo establecido y acordado desde el poder. Previamente a los llamados posmodernos, un filósofo de la ciencia claramente antirracionalista fue Paul Feyerabend, que escribió libros como Contra el método o Adiós a la razón.
Feyerabend era tan contrario a la ciencia y sus representantes como Voltaire lo era respecto a la Iglesia y sus agentes. De nuevo nos topamos aquí con el giro hegeliano antes mencionado. Una corriente crítica se transforma de alguna manera en su contrario.
Si Voltaire cuestiona la religión en favor del racionalismo, Feyerabend pone en la picota este último en favor de formas alternativas y más inclusivas de interpretar la realidad.
Dicho esto, durante el siglo XX la filosofía de la ciencia ha tendido a debilitar el discurso científico y a minar su supuesta validez universal y cuasi absoluta. Esto es palpable en las teorías sobre la ciencia de Karl Popper, Thomas Kuhn y el propio Feyerabend, entre otros.
Digamos que estas corrientes filosóficas son las que explican la expansión del antiintelectualismo entre la población civil, puesto que este tipo de teorías, si gozan de favor en el mundo intelectual, acaban por permear la conciencia colectiva.
Por otra parte, hay que añadir a esto una inclinación natural entre los seres humanos que nos lleva a querer creer en elementos mágico-religiosos, en axiomas no demostrables y en fenómenos no racionales.
En muchos casos, por ejemplo, las personas tienden a creer aquello que les gustaría creer por el hecho de que el postulado en cuestión halaga su vanidad, sus deseos e intereses, etc.
La presión del antiintelectualismo. Un ciudadano carente de apropiadas herramientas mentales e intelectuales siempre será más fácilmente manipulable y explotable
te antiintelectualismo, además, puede ser promovido por grandes corporaciones, partidos políticos y campañas de marketing, puesto que un ciudadano carente de apropiadas herramientas mentales e intelectuales siempre será más fácilmente manipulable y explotable.
Para muchos, en España, los planes educativos promovidos por partidos políticos de muy diverso signo desde la Transición han contribuido a debilitar la educación pública de modo radical, haciendo de esta una entidad cada vez más inútil e ineficiente a la hora de dotar de cultura, autonomía intelectual y conocimientos a los jóvenes.
Podemos hacer referencia también a campañas de marketing que hacen apología de la estupidez. Un ejemplo de esto último lo hallamos en una campaña de marketing de Diesel no tan antigua que afirma: «La inteligencia reconoce las cosas por lo que son: sé estúpido».
Su Be stupid manifesto proclama lo siguiente:
«Estúpido es una cosa maravillosa. Es un modo de vida. Es como nosotros creemos que deberías amar. El mundo sería un lugar mucho más feliz si fuéramos todos un poco más estúpidos. Estúpido no es publicidad, es un movimiento. Y este es el manifiesto de los estúpidos».
Como vemos, la campaña aboga explícitamente por el pensamiento dogmático y la no inteligencia, alabando la falta de criterio que domina la cultura de consumo y que tan bien sirve a las corporaciones. Por otro lado, vemos cómo ya no se necesita filtro ideológico alguno que vele las intenciones del anunciante, estas son expresadas abiertamente.
Todo esto tiene efectos políticos, cómo no. Podríamos hablar de la falsa noción, según la cual, la democracia significa o implica que la ignorancia es igual de válida que el conocimiento.
Pero a esto deberíamos responder que una cosa es la democratización de la sociedad y otra, muy distinta, el rebajamiento de las aptitudes mentales de todos con la intención de controlar mejor sus conductas y deseos.
La presión del antiintelectualismo. Por Iñaki Domínguez. Imagen: Rawpixel