El poder ya no se ejerce obligando a las personas por coerción física, sino estableciendo mecanismos que
garantizan un comportamiento conforme al deseado
El poder y sus mecanismos. El trabajo de Michel Foucault sobre el análisis del poder político y los modos de subjetivación ética es considerado como un referente indispensable para constituir una nueva orientación crítica en la filosofía ética y política en el siglo XX.
Lo que trato de hacer -y siempre traté de hacer desde mi primer verdadero libro, Historia de la locura en la época clásica– es poner en tela de juicio por medio de un trabajo intelectual diferentes aspectos de la sociedad, mostrando sus debilidades y sus límites, afirma Michel Foucault
En esta perspectiva, se señala la importancia de la «analítica del poder» de los años setenta como una herramienta metodológica necesaria para explicitar la inteligibilidad de los mecanismos de poder al interior de una sociedad determinada y se llama la atención, además, sobre la manera como el filósofo en los años ochenta puso en evidencia el rol que juegan los individuos en su propia constitución como sujetos de una conducta moral.
Así, el trabajo de Foucault es concebido en una doble perspectiva que sin embargo no deja de ser problemática, particularmente cuando se trata de examinar el llamado «giro ético» que sufrió su producción intelectual.
Vigilancia, ejercicios, maniobras, rangos, exámenes se implantan para someter los cuerpos, dominar la diversidad humana y manipular su potencial en los hospitales, el ejército y las escuelas.
El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades pero éstas se edificaron sobre un subsuelo profundo y sólido: la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo. Hay que volver a situar la prisión en la formación de esta sociedad vigilante.
Con frecuencia el castigo excedía la gravedad del delito, y de ese modo se reafirmaban la supremacía y el poder absoluto de la autoridad. En nuestros días el control es menos severo y más refinado, pero no por ello menos aterrador.
El pensador francés Michel Foucault (1926-1984) ocupa un lugar importante en lo que podríamos denominar un pensador «sismógrafo» que detecta el agotamiento de las categorías político-filosóficas con las cuales se ha pensado «el presente». Una de ellas, pero dotándola de una nueva significación, es sin duda, la de poder. Es mediante esta categoría, nunca entendida como una entidad universal y maciza, pues es proverbial en el filósofo francés su repelencia a las teorías, que le toma el pulso a los cambios y transformaciones políticos ocurridos en el seno de las sociedades disciplinarias y «neoliberales avanzadas».
Como bien es sabido el caleidoscopio (2006: 466) es «un aparato formado por un tubo en cuyo interior hay dos o tres espejos, que se aplican al ojo por un extremo y tiene en el opuesto dos vidrios entre los cuales hay pequeños fragmentos de cristal de distintos colores». Por lo tanto, cuando se afirma que el poder es un «caleidoscopio magnífico» no es en tanto forma de representación, pues no se trata de una estructura, sustancia o entidad definida, sino en su «funcionamiento».
Esta noción de vigilancia tiene una especial importancia en la evolución de la manera en que se ejerce el poder en la sociedad moderna. Foucault analiza con detenimiento el funcionamiento del Panóptico, el eficiente diseño de prisión ideado por el filósofo británico Jeremy Bentham, con una torre central desde la que el vigilante puede ver continuamente a los presos, cuyas celdas están iluminadas desde la parte posterior para impedir que sus ocupantes se oculten en rincones sombríos. Al no poder estar nunca seguros de si están siendo observados o no, los reclusos se comportan como si lo estuvieran siempre. El poder ya no se ejerce obligando a las personas por coerción física, sino estableciendo mecanismos que garantizan un comportamiento conforme al deseado.
El control permanente de los individuos lleva a una ampliación del saber sobre ellos, el cual produce hábitos de vida refinados y superiores. Si el mundo está en trance de convertirse en una suerte de prisión, es para satisfacer las exigencias humanas.
Los mecanismos mediante los que se ejerce el poder, la «tecnología del poder», se han convertido en una parte integrante de la sociedad. En el mundo moderno occidental, las normas sociales no se imponen a la fuerza, ni mediante una autoridad que obliga a actuar de una manera determinada o prohíbe comportarse de un modo diferente, sino mediante el poder que Foucault llama «pastoral», que orienta el comportamiento de los individuos.
Cada uno es parte interesada de un complejo sistema de relaciones de poder, operativo a todos los niveles, que regula la conducta de los miembros de una sociedad.
Este tipo de poder omnipresente se ejerce mediante el control de las actitudes, creencias y prácticas de las personas a través del sistema de ideas que Foucault llama «discurso». El sistema de creencias de cualquier sociedad, el conjunto de ideas y conceptos a las que las personas se adhieren, evoluciona a medida que se van aceptando ciertas actitudes hasta que estas se integran en la sociedad y define lo que está bien y lo que está mal, lo que es normal o lo que es desviado.
Las personas regulan su comportamiento en función de estas normas, generalmente sin ser conscientes de que es el discurso el que guía su conducta haciendo inconcebibles los pensamientos y las acciones contrarios.
El discurso se refuerza constantemente, ya que es a la vez un instrumento y un efecto del poder: controla los pensamientos y las conductas, que a su vez modelan el sistema de creencias. Además, al determinar lo que es verdadero y lo que es falso, crea un «régimen de la verdad», un corpus de conocimientos comunes considerados innegables.
La mente tiene realmente la capacidad de crear y embellecer, incluso a partir de la más desastrosa de las existencias. ¿De las cenizas siempre surgirá un fénix? Alcanzar la inmortalidad es la máxima aspiración del poder. El hombre sabe que es destructible y corruptible. Se trata de taras que ni siquiera la mente más lógica podría racionalizar. Por eso el hombre se vuelve hacia otras formas de comportamiento que lo hacen sentirse omnipotente. A menudo son de naturaleza sexual.
¿El pensamiento individual puede mover montañas? y hasta doblar cucharas. Y es el conocimiento el que estimula el pensamiento. Por eso, en libros como Las palabras y las cosas y La arqueología del saber Michel Foucault trata de estructurar de manera orgánica el saber en esquemas de comprensión y acceso inmediatos. La historia es saber y, por lo tanto, los hombres pueden conocer a través de ejemplos de qué manera, en el transcurso de épocas pasadas, se afrontó la vida y se resolvieron sus problemas. La vida misma es una forma de autocrítica, dado que, aun en las más mínimas elecciones, es preciso efectuar una selección en función de múltiples estímulos.
Imagen inicial: Mitch Griffiths Art. ‘Un dialogo sobre el poder’ por Michel Foucault