Con toda razón decía Machado que «todo necio confunde valor y precio» Despojados todos los valores del talento por una sociedad incapaz de apreciarlos
Marketing y arte impostado. Tradicionalmente un artista adquiría fama en virtud de la excelencia de su trabajo, por haber demostrado unas dotes excelsas, un talento verdaderamente inalcanzable o la capacidad deslumbradora que entraña la inteligencia virtuosa para andar caminos no explorados; el asombro, en definitiva, de lo nuevo y prodigioso, tan turbador y motivante.
Esto era así hasta que el mercado contemporáneo impuso sus hábitos de falsedad y nula ética, plegados a la dinámica comercial más vulgar, que campa a sus anchas en un auditorio de imbéciles, en una sociedad de millones y millones de necios, incapaces de descubrir la calidad y valía en asuntos estéticos (y en otros muchos asuntos).
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La inmensa mayoría de los artistas más laureados de hoy son una vulgar marca de mercado, creada desde la estrategia del marketing y la publicidad.
El camino, por tanto, se recorre a la inversa. Antes el talento determinaba la fama, hoy la fama se fabrica impostadamente y otorga una falsa idea de talento y valía, realmente inexistentes. El viejo refrán «críate fama y échate a dormir» parece una inquietante premonición de cuanto acontece en este sentido.
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El arte más afamado, por tanto, no es hoy un producto de la sensibilidad, el talento y la inteligencia; es un producto como otro cualquiera, que aspira a venderse con los fingidos argumentos de la exclusividad y la calidad que aplican todas las empresas que operan en el ámbito del lujo.
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Hay, por consiguiente, un mercado para «pobres» y otro para «ricos» el arte aspira siempre al segundo- , pero ambos nutren sus logros y crecimientos económicos en el comprador estulto o despistado. La seriación de la obra, por otra parte, ha permitido al mercado del arte llegar también a los «pobres».
Marketing y arte impostado. De acuerdo a algunos críticos, a Damien Hirst le importa más el dinero y el escándalo que el arte
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Quizá sea posible todavía encontrar, en este lodazal de falsedad, algún artista cuya fama, importancia cultural e incluso cotización sean merecidas, pero no sería más que la excepción a la regla. Para encontrar a la gente valiosa hay que hacer una ardua labor de rastreo e investigación, las más de las veces muy difícil, en un mundo paradójicamente- de la información y la velocidad en su transmisión.
Nunca antes hubo tanta facilidad para acceder al conocimiento y nunca antes la masa de ignorantes había alcanzado cotas tan elevadas. En este sentido, despojados todos los valores cualitativos de la obra y del talento por una sociedad incapaz de apreciarlos, el único valor que mide la importancia o la calidad es el precio. Con toda razón decía Machado que «todo necio confunde valor y precio».
Marketing y arte impostado. Por Andrés García Ibáñez