La invasión ilegítima de Ucrania está generando un desplazamiento de refugiados sin precedentes en Europa. Este es solo uno de los efectos devastadores de esta guerra injusta, que también resultará en el empobrecimiento de la población mundial, particularmente en Europa y agudamente en Rusia.
El odio a los pobres, la fobia más común. En estas circunstancias extremadamente desafiantes, la solidaridad con los más débiles, especialmente con la población ucraniana, es un deber moral que comparten todas las personas de bien.
Pero también es obligado recordar a los refugiados que huyen de otras regiones en guerra en el mundo. Sería ciego desatender aquellos conflictos en los que la población se siente injustamente oprimida o se ve obligada a migrar por condiciones extremas de pobreza.
Dos de las causas más ignominiosas que impulsan a los autócratas y hacedores de guerras y a sus partidarios a iniciar conflictos son la ignorancia y el odio, junto con diferentes formas de fobia.
A pesar de estos crueles conflictos, la globalización de la sociedad contemporánea es, en mi opinión, irreversible, fundamentalmente por tres razones:
- El impacto de las nuevas tecnologías.
- El perfil más cosmopolita de los mileniales y generaciones más jóvenes.
- El auge del espíritu emprendedor.
Curiosamente, esta integración global tiene dos efectos contrapuestos. Por un lado, la extensión de ideas, prácticas y gustos homogéneos más allá de las fronteras. Los jóvenes socializan a través de redes sociales, comen pizza y comparten el ideal de sostenibilidad con independencia de la cultura a la que pertenezcan.
Sin embargo, la otra cara de la moneda de la globalización, paradójicamente, es el énfasis de la identidad local, que en ocasiones incluso se construye para marcar diferencias con otras comunidades.
Identidad y aporofobia
Ese instinto identitario, llevado a su extremo, puede exacerbar sentimientos potencialmente dañinos para la convivencia: las fobias hacia otros grupos de personas, con frecuencia las minorías, y el auge del nacionalismo excluyente. Estamos ante el rechazo hacia lo diferente y lo diverso, una conducta contraria al espíritu de tolerancia que está en la raíz de las democracias:
El odio a los pobres, la fobia más común. “El rechazo del otro está legitimado. Este es un punto clave en el mundo de las fobias grupales: la convicción de que existe una relación de asimetría, de que la raza, etnia, orientación sexual, creencia religiosa o atea del que desprecia es superior a la de quien es objeto de su rechazo”.
Así lo explica la filósofa española Adela Cortina en su libro Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia (Paidós, 2017).
Desgraciadamente, existen múltiples tipos de fobias. Algunas de ellas son la misoginia, el supremacismo racista, la homofobia, la islamofobia y la cristianofobia. El mundo de la empresa no está exento de esta enfermedad social, y, aunque múltiples estudios muestran las grandes ventajas de las políticas de diversidad para la innovación y los resultados económicos, todavía existen muchas organizaciones cerradas al cambio y a la sociedad global.
Cortina aborda un tipo específico de fobia, que define como aporofobia, la aversión al pobre, y la define como la aversión hacia las personas que parecen no poder reciprocar nada a cambio de lo que reciben. Cortina explica cómo, detrás de la actitud de algunos políticos y ciudadanos contra la inmigración procedente de países emergentes (como la que se registra en Europa desde África y los países en guerra de Oriente Medio, o en Estados Unidos desde los países del centro y sur del continente), hay más rechazo al pobre que resistencia a la diferencia cultural o incluso racial. Lo argumenta con ejemplos de cómo se acoge sin problemas a inmigrantes con talento o que quieren realizar inversiones, con independencia de la cultura de la que procedan.
Por otro lado, como explica Cortina, la aporofobia es un sentimiento común entre los humanos: por lo general, la gente gusta del lujo y de la abundancia y tiende a evitar la escasez y la pobreza:
“Todos los seres humanos son aporófobos y esto tiene raíces cerebrales, pero también sociales, que se pueden y se deben modificar si es que tomamos en serio al menos esas dos claves de nuestra cultura que son el respeto a la igual dignidad de las personas y la compasión, entendida como la capacidad de percibir el sufrimiento de otros y de comprometerse a evitarlo”.
El odio a los pobres, la fobia más común. Todas las fobias, añade Cortina, se apoyan en el discurso del odio que tiene, básicamente, cinco características:
- Va dirigido contra un individuo por pertenecer a un colectivo.
- Se estigmatiza al colectivo atribuyéndole actos perjudiciales para la sociedad, por ejemplo, la comisión de delitos.
- Se sitúa al colectivo en el punto de mira del discurso y de las actuaciones políticas, como enemigos de la cultura identitaria de la sociedad.
- Los que albergan esta fobia están convencidos de que existe una desigualdad estructural respecto de los grupos atacados y sienten un cierto complejo de superioridad moral.
- Finalmente, emplean en su defensa argumentos inconsistentes, falsos o falaces.
Esta caracterización del discurso del odio nos recuerda no solo episodios del pasado sino también, desgraciadamente, las circunstancias políticas actuales en países democráticamente avanzados.
Sin duda, el instrumento más efectivo para cultivar el respeto de la diversidad y la inclusión es, como explica Cortina, la educación. Dentro del marco de las empresas es conveniente desarrollar programas de formación para impulsar las prácticas de fomento de la diversidad y la inclusión.
Sontag y las visiones sobre la guerra
Volviendo a las guerras y atrocidades, y a cómo la gente reacciona ante ellas, el ensayo Ante el dolor de los demás de la desaparecida Susan Sontag es especialmente recomendable.
Se trata de un contundente ensayo sobre la imaginería de la guerra, una llamada de atención en un momento en que somos testigos, todos los días, de innumerables ataques sobre vidas humanas en todas partes, más de lo que los titulares pueden contar y, a veces, muy cerca de casa.
Sontag señaló: “La comprensión de la guerra entre las personas que no han experimentado la guerra es ahora, principalmente, un producto de las imágenes [de los fotógrafos de guerra]”.
En la medida en que sentimos simpatía, escribió Sontag, “sentimos que no somos cómplices de lo que causó el sufrimiento. Nuestra simpatía proclama tanto nuestra inocencia como nuestra impotencia”.
Sontag tuvo una visión realista sobre lo que los intelectuales pueden hacer con respecto a la guerra:
El odio a los pobres, la fobia más común. “¿Quién cree hoy que la guerra puede ser abolida? Ninguno, ni siquiera los pacifistas.
Sólo esperamos (hasta ahora en vano) poner fin al genocidio, llevar ante la justicia a quienes cometen graves violaciones de las leyes de la guerra (porque existen leyes de la guerra, a las que también se debe obligar a los combatientes), y poder detener guerras específicas al imponer alternativas negociadas al conflicto armado”.
La buena educación es el mejor antídoto contra la mala política internacional, las fobias y la ignorancia. Es el mejor ecualizador entre los seres humanos y las sociedades en las que viven. Trabajar como docente en una universidad ha sido para mí un privilegio, ya que tenemos la oportunidad de potenciar el sentido y la sensibilidad de nuestros alumnos y contribuir de alguna manera a evitar la barbarie y tratar de mantener nuestra humanidad.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en LinkedIn.
El odio a los pobres, la fobia más común. Por Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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