«Los medios tienen la condenada manía de exaltar lo catastrófico, lo exagerado, el pánico»
Antonio Escohotado y la crisis del coronavirus. Si este fuera un año normal, Antonio Escohotado (Madrid, 1941) estaría, por estas fechas, en Ibiza. Pero como no es un año en absoluto normal, responde a esta entrevista desde su residencia madrileña.
«De momento», matiza. No es extraño que cada verano el filósofo necesite recargar pilas en la isla que lo acogió en los años setenta, donde la austeridad ascética de las casas payesas, el hedonismo desacomplejado terminaron de moldear su visión iconoclasta y liberal del mundo.
También moldeó allí uno de sus ensayos más lúcidos, ‘De physis a polis’, un intento de ordenar los dispersos testimonios de los presocráticos.
Su último libro, ‘Mi Ibiza privada (Espasa-Calpe)’, es una buena oportunidad para entrar en la mente de este intelectual indomable.
Antonio Escohotado y la crisis del coronavirus. Una entrevista realizada por Luis Meyer para Ethic
¿Qué tal está?
Tirando. Uno ya es una carraca, como comprenderás.
Usted es liberal y manifiestamente antiprohibicionista, ¿cómo lleva este estado de alarma?
Los derechos civiles han sido recortados como si fuera por una necesidad objetiva. Por fortuna pasan los días, y bajan drásticamente los casos.
Pero debajo de todo eso, hay un motivo de peso: la salud pública
Salud pública es un nombre peligroso. Amparó el senadoconsulto que liquidó el Estado derecho en la Roma republicana, con el pretexto del culto báquico; su Comité lanzó el terror como atajo hacia la virtud pública…
Ahora hay motivos inconscientes, además de los ligados a tener nosotros un Gobierno socio de Maduro –que tiene a su pueblo muerto de hambre y pisoteado–, y exalta la dictadura hereditaria cubana. Sería alucinante, si no empezase siendo grotesco.
¿Y a qué se refiere con los otros motivos, los «inconscientes»?
La cuarentena logró algo tan inédito como una huelga general impuesta por el Ejecutivo. Desde abril empecé a twittear que eso era muy arriesgado, pero es agua pasada y bien está.
El mundo se ha dado el lujazo de parar tres meses, en nuestro caso a través del Ejecutivo que se merece el país, tras votar dos veces a Sánchez como otrora a Zapatero.
Sugiere cordones sanitarios ideológicos, contraproducentes para atender cualquier emergencia sanitaria real, y por supuesto fantasea con hacerlo todo por nuestro bien, cuando su devoción por la propaganda delata seguir dependiendo del ensayo nacido con la sovietización impuesta en 1917.
Un siglo de pueblos humillados y desnutridos –cuando no muertos de inanición o a tiros– no le basta al altermundista para abrir los ojos.
¿Y no puede interpretarse como cautela, después del desbordamiento de los hospitales en abril?
Ojalá lo dicte la prudencia. De excitar la inercia del pánico solo nacen decisiones donde el remedio es siempre peor que la enfermedad. Recuerdo, cuando era niño, un incendio en el teatro Novedades de Madrid, cuando fallaron algunas puertas de emergencia y un bastón cruzado atascó la disponible.
¿Por qué no movieron el bastón? Por la tremenda presión que ejercía una muchedumbre aterrada. Por otra parte ¿cómo no se saturará la sanidad pública si irrumpe una epidemia?
No podemos estar siempre en condiciones de evitar alguna, y en nuestra mano solo está promover el pánico, o amortiguar el delirio que transmutó el bastón en obstáculo letal, sencillamente porque quienes estaban detrás de la anciana la derribaron sin atender a razones.
«La intemperie solo retrocede sabiendo que competir es la forma suprema de cooperar, y pasando de bobadas rencorosas a arrimar el hombro» Antonio Escohotado y la crisis del coronavirus.
¿Qué papel, considera, que han jugado los medios en eso?
Pues como siempre. Tienen la condenada manía de exaltar lo catastrófico, lo patético-enfático, lo exagerado, el pánico una y otra vez.
Tal vez, en algunos casos, tenga que ver con atraer lectores, en un tiempo aciago para el periodismo. Pero por otro lado, la gravedad del asunto informativo que llena portadas estos días, es indudable.
Internet democratiza la información, mostrando de paso que los medios tradicionales son cauces de adoctrinamiento, no de comunicación. Su único norte es apacentar al ganado propio, e intentar atraerse vacas de rebaños contiguos.
¿Y qué aporta internet exactamente?
Entre otras cosas es el único contrafuerte a la epidemia de literofobia.
¿Podría aclararme ese concepto?
¿Quién iba a decir que doblando las horas del periodo lectivo de nuestros hijos íbamos a crear infinidad de espantados ante la lectura?
Y no es lo mismo leer poco o nada que tragar ruedas de molino; pero el conglomerado de posverdad y corrección política va capeando su incoherencia con una multiplicación de reflejos condicionados, y sin internet estaríamos mucho peor los amantes de la libertad y el conocimiento.
Habla de corrección política: en los últimos tiempos parece haber cobrado una relevancia inusitada. La nueva derecha se lo atribuye a la nueva izquierda, y viceversa.
Lo políticamente correcto viene del marxismo contrariado de los años setenta y ochenta. Cuando quedó claro que los obreros votaban capitalismo, intelectuales y estudiantes decidieron salvar a la revolución de «esa clase traidora a ella misma». Adalides suyos como Derrida, Althusser y Foucault tuvieron en común ser puros fraudes académicos, incapaces de hacer una tesis doctoral mínimamente informada, y los dos primeros dejaron memorias póstumas reconociéndolo. Por su parte, los jóvenes dispuestos entonces a tomar las armas para preservar la revolución marxista –que aquí formaron ETA, brigadas rojas o la banda Baader-Meinhof, y en Latinoamérica montoneros, senderistas, etcétera– fueron una amalgama de carniceros y personajes de sainete, sostenidos por una prensa que ya entonces comenzaba su andadura por lo políticamente correcto. El camelo de la posmodernidad tiene como denominador común personas reñidas con las fuentes primarias de cada asunto, que prefieren leer unas líneas sobre Aristóteles que unas líneas de Aristóteles. Indigentes mentales con ínfulas de magisterio.
Volviendo a la pandemia, es un problema global que está trastocando el equilibrio mundial. Al menos, como lo conocíamos hasta hace apenas cuatro meses.
Uno de los grandes fenómenos es que la actitud occidental inaugure nuevas capitales en Singapur, Tokio, Seúl, Taipéi…
Da la impresión, oyéndole, de que Europa ha perdido su peso en Occidente.
La Unión Europea es la organización política más pacífica y amplia en libertades que conoce la humanidad, con enorme diferencia respecto al resto. Pero todos despotrican contra ella. No te digo que en Bruselas no hagan enjuagues ni tengan las debilidades típicas de cualquier burocracia. Pero de eso a estar contra la maravilla que representa Europa… Tampoco es algo imprevisto en sentido fuerte, porque la posmodernidad inaugura un culto a la incoherencia, donde se oyen cosas inusitadamente pintorescas.
¿Por ejemplo?
El otro día me decía una sobrina política que el mayor asesino de todos los tiempos es Bill Gates. ¿Cómo llegar a una conclusión así? No hay hilo, continuidad lógica en las tesis.
Esa falta de coherencia, o de fundamentación, que usted ve en las ideas e ideologías de gran parte de la sociedad hoy en día, ¿tiene que ver con la educación que han recibido las últimas generaciones?
Lo de la educación viene de lejos. A mí mismo, por ejemplo, me enseñaron a llamar Revolución Rusa a lo que en realidad era un golpe de Estado contra el único gobierno democrático de la historia rusa.
Pero esa denominación tiene un indudable consenso académico.
Vamos a ver. Lenin no echó a los zares, porque el zar abdicó de motu proprio. De ahí salió un gobierno de reconciliación nacional presidido por el socialista Kerenski, que derogó la pena de muerte y todas las trabas a la libertad de prensa, asociación… Ese fue el Ejecutivo que tumbó Lenin. Cuánto trabajo extravío me habría ahorrado saberlo desde los 12 ó 13 años. Me enteré cuando casi había cumplido los 70, tras una década estudiando la historia del movimiento comunista. Y casi por casualidad, consultando las fuentes primarias. ¿Quién consulta hoy las fuentes primarias antes de opinar? ¿Quién, hoy, para hablar de Lenin, se lee sus obras, sus discursos, los memorandos? ¿Quién recuerda que Alemania le dio millones de marcos oro, porque quería la rendición rusa, y la obtuvo gracias a él? Todo eso está en internet, cualquiera lo puede confirmar desde su móvil.
De joven, en su etapa en Ibiza, se entregó a esos preceptos comunistas que ahora critica desde una posición diametralmente opuesta…
No nos entregábamos a los preceptos: directamente, éramos comunistas. Pero una cosa es serlo, y otra cosa desconocer la Rusia de Stalin, los paños calientes de Kruschev, la inminente llegada de Gorbachov… La historia está omitida, desvirtuada, deformada.
Ya que habla en plural ¿por qué tantos que fueron comunistas de jóvenes en nuestro país, como usted, han acabado echando pestes del comunismo?
Por un proceso de desvelamiento, quitándole los velos urdidos por la propaganda. Si de adolescente oyes defender que todo sea de todos es normal que te parezca muy bien. Pero es totalmente pertinente saber qué demonios pasa a partir de que todo sea de todos, cuando resulta que nada es de nadie, salvando a la pandilla de redentores autonombrados. No en vano Marx lo llamó «dictadura del proletariado».
En aquella época de Ibiza, tengo entendido que le inspiraba mucho un posmarxista, Jean Paul-Sartre.
Sí, y ahora Sartre me da como vergüenza. Es como los personajes de Dostoievski, unos pesados neuróticos que se contradicen sin parar, y dan pena. Eso me pasa con Sartre.
¿Ha cubierto ese vacío? Quiero decir, ¿quién le inspira hoy?
Gente talentosa y de buena fe. Como Galdós, para mí el último novelista español realmente grandioso. Y si quieres que te diga un pensador, sin duda Ortega y Gasset. ¿En términos planetarios? Borges.
Hoy, a quienes se consideran a la izquierda de la izquierda, les inspira la escuela posmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, y su visión constructiva del populismo. Por ejemplo, a Podemos en sus inicios.
Sí, he leído un par de cosas de Laclau. Por suerte, de joven hice un curso de lectura rápida, y no tardé en comprobar que enuncia pamplinas. Como le sucedió a Fanon, Debord, Guattari, Althusser y un largo etcétera, estudiar les resulta tan odioso como atenerse a lo real, que es al mismo tiempo conciencia e inconsciencia, personal y anónimo, singular y colectivo. Como decía Hegel: «Lo verdadero es siempre el todo», pero en el caso de Laclau y compañía lo de menos es informarse.
Boaventura de Sousa Santos, a quien entrevistamos en Ethic hace unas semanas, tiene un concepto interesante, que tal vez ayude a alcanzar ese todo: «descolonizar el saber». Se refiere a desoccidentalizar todo lo que sabemos, darle una dimensión que no esté condicionada por ataduras culturales previas.
Me parece una cursilada. Y una locura. Fuera de Occidente –y por eso se han unido a sus valores buena parte de las culturas orientales– no hay más que una especie de oscuro disgusto, el duelo de gentes empantanas cuya religión más racional preconiza renunciar a todo deseo. Rousseau pasó de venerar al buen salvaje a un culto de la ágrafa Esparta, y durante un siglo largo imperaron variantes de dictadura revolucionaria guiadas por cualquier igualdad salvo la jurídica. Del entusiasmo con el que fueron asumidas hablan elocuentemente los juicios-farsa de Stalin, cuyos acusados siguieron venerándole hasta recibir el preceptivo tiro en la nuca. Se diría que del viejo fanatismo pasamos al pensamiento incoherente.
Esta situación de pandemia, ¿ha acelerado esa incoherencia en el debate político?
Antes de que el PSOE ganara las primeras elecciones, le sugerí a Juan Carlos Girauta que explotasen la bobada del cordón sanitario, pues presentar a Casado, Rivera y Abascal como «ultra-extrema derecha» les permitía comparar sus respectivas personas con el cliché plano del fantasma exhumado por Sánchez e Iglesias. Pero en vez de aprovechar esa oportunidad –en definitiva el contraste entre seres de carne y hueso y fantoches satánicos–, Casado, Rivera y Abascal siguen tratando de suplir su carisma insuficiente con cualquier otra cosa.
Pero Vox, desde el origen, tenía un pensamiento claramente más radical que el PP o Ciudadanos, que eran más moderados y en parte son los que se han dejado arrastrar a esa radicalidad.
Sinceramente, no sé cuál es el pensamiento de Abascal y sus gentes porque no he tenido la ocasión de hablar con ninguno de quienes dirigen ese partido.
Hablaba de «literofobia»… ¿Cree que el tiempo que, de alguna manera, nos ha regalado a muchos este confinamiento, ha jugado en favor de un mayor interés por el conocimiento? Dicho llanamente: mucha gente reconoce que ha vuelto a leer, a terminar libros que hace tiempo que tenían a medias, o sin abrir siquiera.
Quiero pensar que sí. Tal vez en unas semanas empecemos a ver los frutos. Pero me temo que muchos han leído más prensa, o han visto más televisión. Y estamos aviados si la gente se ha limitado a informarse de lo que pasa por El País, El Mundo o La Sexta, por ejemplo.
¿No se fía de ningunos de esos medios?
El Mundo es el que me parece más objetivo de los mencionados, pero no me fío un pelo de ningún medio. Dicho esto: si estos meses han servido para lo que realmente necesita la juventud actual, esto es, «hacer alma», benditos sean.
Con la crisis económica de esta pandemia, el capitalismo se ha convertido en el centro del debate. Es la herramienta para salir de este trance, pero, ¿es compatible con la idea de solidaridad?
Pues claro. La alternativa al mercado es que en vez de producir y consumir lo que queramos, alguien nos someta al «reclutamiento industrial obligatorio», y vuelva la esclavitud disfrazada de liberación. Nada es más insolidario que conspirar contra la autonomía de la voluntad. Marx prometió que ilegalizando el comercio «brotarán manantiales de abundancia», cuando –sin excepción alguna– el hundimiento de la capacidad adquisitiva da paso a cartillas de racionamiento, salvoconductos para economatos desabastecidos.
¿Y darle otra vuelta al concepto de libertad de mercado, como ya hizo Keynes tras la Gran Depresión?
Ese término medio no ha parado de ensayarse. No olvidemos que la industrialización empezó en Gran Bretaña empleando a familias enteras, y del trabajo infantil –asumido de buenísima gana por Owen– surgieron las primeras guarderías. Solo la acumulación de capital suscitada por las primeras grandes fábricas permitió fundar las escuelas públicas modernas, y desembocar en gratuidad de la enseñanza. Las casas no se construyen desde el tejado sino desde los cimientos, y si tenemos hoy un amplio sistema de seguros sociales es porque nuestros abuelos supieron crear riqueza, por supuesto con distintos sacrificios. La intemperie solo retrocede sabiendo que competir es la forma suprema de cooperar, y pasando de bobadas rencorosas a arrimar el hombro.
Entonces, sí está de acuerdo en que se vaya matizando la idea de libre mercado.
Las ideas se van matizando al ponerlas en práctica, y la única alternativa al mercado de bienes y servicios es el de personas, las lonjas de esclavos. Tampoco hay alternativa a ser libre. Hemos visto tantísimos ejemplos de la diferencia entre librar la economía al arbitrio de algún Ministerio y no hacerlo…
¿Qué pasa en este segundo supuesto?
Que intervienen continuamente cientos de millones de personas, en las miríadas de actividades comprendidas por la esfera económica. Pero entonces aparecen un Maduro, o un Lenin, a decir «esto lo voy a arreglar yo» y retorna el disparate ¿Acaso el sistema nervioso encomienda al ego que asuma la complejidad de digerir, o a crear hemoglobina respirando? Ningún individuo o grupo puede asumir funciones de zar en materia económica sin producir lo equivalente a un infarto o un derrame cerebral masivo. Pero quiero añadir que la condición humana ha tenido tiempo para comprobar que ni el derecho de conquista ni el monopolio salen a cuenta. La prosperidad se ha revelado sinónimo de no permitir que la propiedad se adquiera o pierda por violencia o fraude, y observa tú mismo dónde ha llevado la expropiación general en nombre de una propiedad exclusivamente pública.
Pocos contaban con que un virus que surge a miles de kilómetros de aquí pudiera hacer tambalearse a la economía mundial. ¿No denota cierta fragilidad del sistema? ¿No necesita eso una corrección de cara al futuro?
Al contrario. Nosotros mismos, por compasión humana, decidimos suspender los intercambios, cosa absolutamente imposible sin partir de una economía desarrollada hasta cotas jamás vistas. Por lo demás, el desarrollo se consuma atravesando ciclos de confianza y desconfianza, donde el invariable origen de cada crisis es haber alcanzado una capitalización suficiente para que vengan listillos a la voz de tonto el último.
Tal vez esta pandemia y sus consecuencias logren que Ibiza vuelve a parecerse a la isla que usted se encontró en los años setenta, y no el monstruo el que se ha convertido…
Se exagera mucho con eso. Es cierto que la ola de mediocridad aparejada al confort ha difundido, por ejemplo, lo que llamo danza con el antebrazo, y música como la ofrecida por DJs. Francamente, me gustan mucho más Chopin o los Beatles, pero ya se sabe que sobre gustos…
Me refería, sobre todo, a que hoy es una isla masificada, un claro destino turístico. Y que ese concepto de libertad y libertinaje de hace décadas, del que usted fue uno de los protagonistas, se ha diluido. Ahora está todo más mercantilizado.
No nos engañemos. El dinero nos importaba tanto entonces como ahora. Y precisamente más, a los que teníamos cuatro duros. Es como quienes critican hoy que a Amancio Ortega o a Bill Gates solo les importa el dinero. A ellos, precisamente, el dinero es justo lo que ya no les importa. Les importa a quienes les critican… pobres horteras.
¿Y qué les importa realmente a Amancio Ortega o a Bill Gates?
Quienes superan la barrera de los mil millones, los forrados de verdad, tienen en cuenta –como dirían los antiguos– la salvación de sus almas, y se dedican a sostener la colosal red de instituciones filantrópicas privadas. Pueden realmente beneficiar a muchos, y suelen hacerlo, movidos por el legítimo deseo de ser admirados. El tontaina imagina que tienen el mismo apego por el dinero que él, como cree el ladrón de que todos son de su condición. Déjame aclararte que quien identificó a Gates con el mayor asesino de todos los tiempos sacó los euros que tenía en el banco –qué gran muestra de solidaridad–, y los enterró en algún sitio.
Volviendo a Ibiza. No me negará que la prefiere ahora, con menos gente por culpa de la COVID-19…
Aquello tiene que estar mejor con menos gente. De ahí mi empeño de ir cuanto antes.
No hemos hablado de drogas en toda la entrevista. He leído que no le gusta ser «el de las drogas». Pero sí hay algo que quería preguntarle: su defensa de la libertad de consumo, ¿va más allá de las sustancias en sí? ¿Es más una reivindicación de la libertad en un sentido más amplio?
La relación inmemorial del hombre con las drogas no va a interrumpirla el interludio llamado «prohibición». Los psicofármacos permiten de ampliar la conciencia, y absolutamente nadie los usó como pretexto para no trabajar antes de la prohibición. Las historias de camellos vendiendo a las puertas de los colegios son ridiculeces, todas ellas posteriores a la caza de brujas montada por los cruzados prohibicionistas.
Es un hecho constatado que antes de la pandemia, un sábado en Madrid, era más fácil conseguir un gramo de cocaína ilegal que una mesa legal en un restaurante de moda. Usted suele hablar de hipocresía entre quienes prohiben las drogas.
Y tanto. Lo único que ha producido la prohibición es una multiplicación exponencial del consumo. De puntos de venta, de usuarios y de producto.
Fuente: Ethic