El arte de Mendieta fue violento en ocasiones, a menudo feminista sin reservas y muchas veces crudo. Una artista cubana que sobrepasó los límites
Ana Mendieta, la artista que sobrepasó los límites. Incorporaba sin esfuerzo algunos elementos naturales como sangre, tierra, agua y fuego, y exponía su trabajo a través de fotografías, películas y presentaciones en vivo.
“Nunca me sorprendió nada de lo que hizo”, comentó la hermana de Mendieta, Raquelín, a The New York Times en 2016. “Siempre fue muy dramática, incluso de niña: le gustaba expandir los límites, provocar a la gente, impactarla un poco. Así era ella y lo disfrutaba bastante. Cuando la gente enloquecía en ocasiones ella se reía de la situación”.
El arte de Ana Mendieta sobrepasó con frecuencia los límites étnicos, sexuales, morales, religiosos y políticos. “Nunca me sorprendió nada de lo que hizo”, afirmó su hermana, Raquelín.
En el corto de 1973 Moffitt Building Piece, Mendieta y su hermana capturaron las reacciones de los extraños que pasaban junto a un charco de sangre de cerdo que Mendieta había vertido afuera de su apartamento. Algunas personas lo miraban con insistencia y la mayoría lo rodeaba. Al final, alguien limpió la sangre de la acera. Para Mendieta, la grabación representó un experimento que provocó una reflexión acerca de la indiferencia de las personas ante la violencia.
El nivel de Mendieta como artista nunca fue reconocido mientras estuvo viva. Ella falleció en 1985 a los 36 años; su esposo, el escultor Carl Andre, fue acusado de lanzarla por la ventana de su apartamento en el piso 34 en Greenwich Village, pero fue exonerado del delito de homicidio.
Ana Mendieta, la artista que sobrepasó los límites. Por su situación de inmigrante, Mendieta se sentía fuera de lugar en Estados Unidos. El trauma de haber sido separada de su natal Cuba cuando era niña le generó dudas acerca de su identidad y la volvió más consciente de que era una mujer con ascendencia de raza negra.
Estas dudas se reflejaron en su obra, la cual exploraba temas que sobrepasaban los límites étnicos, sexuales, morales, religiosos y políticos.
Animaba a sus espectadores a ignorar su género, raza u otros factores societales y a conectarse, en cambio, con el factor humano que compartían con los demás.
Ana Mendieta utilizaba el temor con inteligencia, al transmutar un profundo sentido de desplazamiento psicológico y cultural.
Fue así como se ganó un lugar como una artista ambiciosa y audaz que, “aunque no era intrépida por naturaleza, utilizaba el temor con inteligencia, al transmutar un profundo sentido de desplazamiento psicológico y cultural en una experiencia de fusión con el mundo natural y su historia a través del arte”, de acuerdo con lo que escribió en 2004 Holland Cotter, crítico de arte de The New York Times, acerca de una retrospectiva de su obra en el Museo Whitney de Arte Estadounidense.
Ana María Mendieta nació en el seno de una familia de clase media en La Habana el 18 de noviembre de 1948.
Su padre, Ignacio, era una figura política destacada que se contraponía al gobierno de Fidel Castro; su madre, Raquel, era profesora de Química.
Ella y su hermana asistían a una escuela católica en la isla antes de que sus padres las enviaran a Estados Unidos por medio de la Operación Pedro Pan, un programa secreto dirigido por la Iglesia con ayuda del Departamento de Estado para sacar de contrabando a miles de niños de Cuba al inicio del régimen castrista.
A Ana, quien en aquel entonces tenía 12 años, y a Raquelín, de 14, la experiencia les dejó una sensación de pérdida a medida que iban cambiando de una casa de acogida a otra en Florida y después en Iowa. Mendieta pasó cinco años sin ver a su madre y dieciocho sin ver a su padre.
Se refugió en la pintura y siguió adelante con sus intereses en el arte en la Universidad de Iowa, donde estudió bajo la tutela del artista alemán Hans Breder, quien hacía arte performativo y en video, y animaba a los estudiantes a explorar las distintas fronteras artísticas.
Mendieta adoptó esas formas y les añadió su estilo propio, al mezclar en una obra elementos de espectáculo performativo, arte corporal y land art, y luego con la captura de la obra en una fotografía o una película super-8.
El arte de Ana Mendieta sobrepasó con frecuencia los límites étnicos, sexuales, morales, religiosos y políticos
En 1973, mientras estaba en la universidad, Mendieta se enteró de la violación y el asesinato en el campus de una estudiante de Enfermería llamada Sarah Ann Ottens. Su indignación ante el hecho la llevó a representar una de sus obras más violentas y controvertidas, Escena de violación.
Para la pieza, Mendieta puso de cabeza su apartamento, se cubrió de sangre y se ató a una mesa para recrear los momentos posteriores a un ataque sexual violento. Invitó al público a la ficticia escena del crimen, donde permaneció bocabajo sobre la mesa con sangre recorriendo sus piernas y acumulándose a sus pies mientras los espectadores hablaban del incidente. Aún hay fotografías de la escena en exposiciones en todo el mundo. La más reciente fue en el Museo de Brooklyn a principios de este año.
“De alguna manera su obra trata acerca del espectáculo performativo”, dijo Catherine Morris, una comisaria sénior del Centro Elizabeth A. Sackler para el Arte Feminista del museo, en una entrevista telefónica.
“Se trata de teatro, de capturar momentos a través de distintas formas de documentación. Luego lleva todo esto al mundo en general, donde quizá no sería considerado parte de las bellas artes. Lo convierte en algo inteligente, desgarrador y emotivo”.
Mendieta ejemplificó lo mejor de su arte en una colección llamada Siluetas, enfocada en figuras esculpidas hechas con elementos de la naturaleza como césped, flores, ramas y arcilla, e incorporó temas como la creación, la fe y la feminidad.
En una de sus Siluetas más famosas, “Sin título (Imagen de Yagul)”, de 1973, Mendieta incorporó su cuerpo en la pieza recostándose desnuda en una vieja y olvidada tumba de piedra en México. Luego colocó flores blancas sobre su cuerpo en lugares estratégicos para simular que crecían de su cuerpo.
En conjunto, unas doscientas piezas conforman su colección, en la que trabajó durante la década de los setenta y principios de la de los ochenta.
“La creación de mi silueta en la naturaleza guarda la transición entre mi tierra natal y mi nuevo hogar”, dijo en alguna ocasión.
“Es una forma de reclamar mis raíces y volverme una con la naturaleza. Aunque la cultura en la que vivo es parte de mí, mis raíces y mi identidad cultural son resultado de mi herencia cubana”.
Al mudarse a Nueva York a finales de la década de los setenta, Mendieta encontró rápidamente una comunidad de colegas artistas, entre los que estaba Andre, un escultor que, al igual que Mendieta, trabajaba con frecuencia con elementos naturales. Se casaron en 1985 a pesar de tener una relación tormentosa.
Las circunstancias relacionadas con la muerte de Mendieta siguen siendo un misterio.
La única certeza es que cayó por la ventana de su apartamento durante las primeras horas del 8 de septiembre de 1985 y que su esposo fue acusado de homicidio.
Durante los tres años que duró el proceso judicial, Andre negó las acusaciones.
Afirmó que él y Mendieta habían discutido acerca de que el reconocimiento de él en el mundo del arte era superior al de ella. Dijo que, al momento de entrar en la habitación, ella ya no estaba y la ventana estaba abierta. Sin embargo, un transeúnte testificó que él había escuchado gritos de lucha. Andre fue absuelto por falta de evidencia.
Hoy en día, las presentaciones de Andre atraen a gente indignada que lo culpa de la muerte de Mendieta.
En años recientes, el reconocimiento de la obra de Mendieta ha crecido considerablemente, una señal de que “el mundo se ha puesto al corriente”, comentó Morris, la comisaria del Museo Brooklyn.
“La consideran una pionera, una disidente y una gran artista”, aseveró.
Fuente: Overlooked / Ana Mendieta, la artista que sobrepasó los límites.