La anglonigeriana Bernardine Evaristo hizo historia al convertirse en la primera escritora negra en ganar el Premio Man Booker con la extraordinaria ‘Niña, mujer, otras’
En Niña, mujer, otras de Bernardine Evaristo nos presenta las vidas de una serie de mujeres africanas que emigraron al Reino Unido en busca de mejores oportunidades y las de sus hijas y nietas, nacidas en el país británico, pero que como sus ascendientes, tendrán que aprender a sobrellevar las dificultades que conllevan el hecho de ser mujer y su color de piel.
En cada capítulo la autora nos presentará la vida de una de ellas, y a que a pesar de que muchas no comparten origen, modelo familiar, sexualidad, nivel adquisitivo, religión, etc. todas ellas tienen un denominador común: la manera en que Evaristo nos muestra cómo se sobreponen a las dificultades, su modo de ver el mundo, de cómo se enfrentan al racismo, su modo de amar, de sentir, de cómo encaran sus sueños que en ocasiones son frustrados y en otros logrados, pero sobretodo, del importante mensaje que transmite: la importancia de estas voces y sus vidas.
Esta novela ganó el Premio Man Booker de 2019 (compartido con Los testamentos de Margaret Atwood) y aunque no me suelo dejar impresionar por los libros ganadores de premios, había leído tantísimas buenas críticas de este libro que cuando supe que Alianza de Novelas la publicaba en español no me pude resistir.
Asimismo, conocer esta novela ha sido toda una experiencia. Me la he bebido literalmente en dos días y puedo afirmar sin ningún tipo de duda que es una de mis mejores lecturas de 2020, por lo que espero que con esta reseña pueda hacer algo de justicia a todo lo que me ha hecho sentir y sobre todo, lo que me ha hecho aprender.
Mientras leía Niña, mujer, otras, pensaba en lo necesaria que es, la importancia de dar voz a mujeres que han estado silenciadas (y desgraciadamente en ocasiones, siguen estándolo), porque sus vidas importan, su visión del mundo también importa.
Así pues, Bernardine Evaristo, mediante una pluma muy original, casi poética, (su prosa me recordaba a un largo poema), nos condensa en capítulos de unas cuarenta páginas, la vida de cada una de ellas y toca muchísimos temas: desde la agresión sexual, el feminismo, hasta la pobreza, el matrimonio y el divorcio, la maternidad, la sexualidad, la transexualidad, las relaciones abusivas, la inmigración a otro país que no te recibe con los brazos abiertos, que no te da las oportunidades que esperabas, el amor, pero sobre todo, el racismo. A pesar de las diferencias que las separan, de algún modo, algo las une por encima de todo: lo que supone ser una mujer negra o birracial en un mundo de supremacía blanca en todos los ámbitos.
Evaristo se atreve a decir lo que pocos han hecho, lo que incomoda. Y de todos los temas que abarca la novela, ninguno sobra, todos está bien desarrollados. Ni sobra ni falta nada.
Me abstengo de comentar nada más de la trama porque pienso que el encanto de Niña, mujer, otras, radica en el hecho de que el lector o lectora lo descubran por sí mismos, de que se dejen embelesar por las vidas de todas ellas sin conocerlas.
Como antes decía, lo que a mí más me ha impresionado de esta novela son las voces que la conforman, porque me ha parecido un precioso homenaje a las mujeres africanas y afrodescendientes, una manera de demostrar lo valioso que es su testimonio, lo necesario que es conocer sus vidas, de su manera de vivir, su pasado y la discriminación que sufrieron y sufren.
Uno de los mensajes más bonitos de la novela, la sororidad que destila: lo importante es estar juntas. Por lo tanto, recomendaría encarecidamente esta novela a todas las personas que estén interesadas en conocer una voces femeninas potentes, que quieran entender un poco más sus visiones del mundo, con unos personajes muy bien construidos y sobre todo, un alegato a la necesidad de poner sobre la mesa temas tan importantes como el racismo, la sororidad, el feminismo, o la igualdad. Niña, mujer, otras, se ha convertido en una de mis novelas de cabecera. Es muy necesaria.
‘Niña, mujer, otras’ de Bernardine Evaristo. Por Mónica Baños