El FMI ilustra perfectamente tanto la locura que hay detrás de la ayuda al desarrollo como sus verdaderos motivos
La estafa del FMI. No oiremos a los candidatos presidenciales hablar mucho de ayuda internacional en estas elecciones, a pesar de los actuales gastos gubernamentales sin precedentes y de la deuda pública que afecta a la economía.
Pocos ciudadanos son conscientes de que miles de millones de dólares de sus impuestos son enviados al exterior para financiar los más contraproducentes planes de asistencia social bajo el pretexto de ayuda a los pobres.
Un reciente informe del Comité Económico del Congreso, del cual soy miembro, señala la manera irresponsable cómo el Fondo Monetario Internacional desperdicia alrededor del mundo el dinero de los contribuyentes norteamericanos. El FMI ilustra perfectamente tanto la locura que hay detrás de la ayuda al desarrollo como sus verdaderos motivos.
El FMI se hace pasar como una especie de banco, aunque concede «préstamos» que ningún banquero racional aprobaría, en su mayoría a gobiernos tambaleantes, con economías débiles y monedas inestables. El FMI tiene pocos incentivos para generar utilidades como los bancos privados, ya que sus fondos provienen principalmente del Congreso de Estados Unidos, el cual exige muy poca rendición de cuentas.
El resultado son sus préstamos de alto riesgo a intereses por debajo del mercado. La verdadera razón de ser del FMI es canalizar dólares provenientes de los impuestos hacia empresas con buenas conexiones políticas.
Los grandes bancos y las grandes empresas internacionales adoran al FMI porque utilizaron sus fondos para recuperar miles de millones de dólares en pérdidas después de la crisis asiática. Las grandes corporaciones obtienen contratos lucrativos para construcciones alrededor del mundo financiadas por el FMI.
Se trata de un viejo juego en Washington: darle dinero a las grandes corporaciones bajo la excusa de que se trata de compasión hacia los pobres. La realidad es que los préstamos del FMI a menudo hacen más daño que bien. En el mejor de los casos, se presta dinero a gobiernos de países con baja productividad económica y, en el peor, el dinero termina en el bolsillo de dictadores corruptos. En ambos casos, la mayoría de las naciones terminan con inmensas deudas que no pueden pagar, lo cual empeora su inestabilidad y pobreza.
La estafa del FMI. Su dinero corrompe a los países que dice estar ayudando, al mantener a flote infames instituciones políticas que destruyen su propia economía.
Transferencias de gobierno a gobierno a través de un intermediario como el FMI no pueden producir un crecimiento real. Cuando el capital se mantiene en manos privadas se utiliza de la manera más productiva, según los deseos de los consumidores.
Poner el capital en manos de los políticos y burócratas genera ineficiencia, escasez y crisis económica porque ni los políticos con las mejores intenciones pueden saber cuál es la utilización más eficiente de los recursos. Los contribuyentes norteamericanos ya prestan a varios gobiernos más de 5 mil millones de dólares anuales, a un costo de más de 300 millones anuales por incumplimiento en los pagos y tasas de interés subsidiadas.
Ahora el FMI pretende doblar su capacidad de financiamiento. Es más, como el FMI crea cuentas de «derechos de giro» redimibles en dólares está en realidad imprimiendo dólares cuando los incrementa. Eso es una clara violación de nuestra soberanía y razón suficiente para que dejemos de participar en programas internacionales como el FMI.
El FMI y otros programas complejos sólo sirven para disfrazar el problema de por qué se obliga a los contribuyentes a enviar su dinero al exterior. La Constitución no lo autoriza y la redistribución de la riqueza de los países ricos hacia los países pobres nunca ha aliviado el sufrimiento. Sólo el libre mercado, los derechos de propiedad y el estado de derecho logran crear las condiciones necesarias para sacar de la pobreza a los países atrasados.
Por ©AIPE
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