El título del más famoso de los evangelios apócrifos es el elegido por Albert Vázquez para una obra que marca un punto y aparte en su evolución personal. Al igual que los cainitas buscaban en el texto sagrado la reivindicación del traidor, parece como si el gallego necesitase buscar sentido a su propia creación en una obra extraña para la evolución del autor. Su comienzo sigue estrictamente las normas extrañas del universo psiconauta que marca sus últimas creaciones. Reflexiones trágicas sobre aquellos que deciden salirse del camino y buscar su lugar en esta particular versión de un mundo de cuentos mórbido, infectado de una melancolía autodestructiva que hace su lectura desasosegante y árida. Nada nuevo hasta ahí, los mismos argumentos que se pudieran mantener en su anterior obra se podrían repetir ahora, quizás sin el elemento sorpresa y perdiendo el factor de riesgo que impregnaba su estreno. Sin embargo, a mitad de libro, Vázquez cambia de rumbo radicalmente y entra en una violenta y agresiva reflexión sobre la industria de la edición y la relación editor-autor. El universo enfermo es sustituido por el reflejo de una realidad que para el autor todavía es más viciada, la de las dificultades del creador para ser publicado. El discurso de Vázquez no puede ser más provocador: el editor se aprovecha de su posición para presentarse ante el autor como un salvador que lo obliga a prostituirse en sus planteamientos. ¿Dónde está el límite de la libertad creativa?¿Se sigue siendo autor cuando se aceptan las normas del juego externas? A partir de ese momento, Vázquez entra en una compleja espiral de reflexiones casi sincopadas, que van alterando su estilo y ritmo transmitiendo la inseguridad que mina al autor ante la dicotomía que se le plantea, ante la primacía de su interior, la pulsión por crear, o de la necesidad de encontrar alguien a quien le interese su discurso.
Un análisis discutible, pero interesante en tanto en cuanto que el autor se moja claramente en una posición definida. El problema es que la diferencia entre las dos partes, pese a la lógica coherencia estilística, chirría en cierta manera. El universo psiconauta no admite coexistencia con la realidad y los dos planteamientos que Vázquez aborda en la obra nacen desde dos extremos radicalmente distintos, generando un contraste ajeno que desconcierta al lector y llegando a restarse fuerza mutuamente, disminuyendo la potencia del discurso del autor.
Pese a todo, en El Evangelio de Judas siguen existiendo ideas lanzadas sobre la mesa suficientemente interesantes como para que su lectura sea estimulante. La edición de Astiberri, impecable.