JUEGO, FANTASÍA Y EROS PARECEN SER LOS INGREDIENTES QUE SE INTERPENETRAN PARA CONSEGUIR LA CREATIVIDAD EN SU ASPECTO MÁS PURO Y POTENTE Y HASTA DIVINO.
En un mundo en el que todo se reproduce de manera mecánica y serial, y donde cada vez más se tienen máquinas y algoritmos que pueden reemplazar la labor humana, la creatividad parece ser el supremo valor, algo así como una chispa divina que la tecnología aún no logra sintetizar y patentar. Podría argumentarse que, en el mundo en el que vivimos, esta creatividad está en entredicho, afronta un conflicto de intereses que la pone en duda y la hace venir a menos, ya que la más genuina creatividad no sirve a amos externos, no tiene fines ulteriores ni conoce de razones mercantiles, es el brote irreprimible de su propia energía e instinto. La creatividad moderna está generalmente puesta al servicio de la innovación tecnológica, del desarrollo de ideas más rentables, o, en el mejor de los casos, al desarrollo de proyectos filantrópicos. El arte, como en aquella fantasía distópica de Godard (Alphaville), parece estar desapareciendo ante el poder de la tecnocracia. O acaso, como la misma religión, está siendo reducido a la mera terapia: arte-terapia. De cualquier manera, la creatividad, en esta versión lite, o en la versión personal psicológica -la creatividad como forma terapéutica- goza de la más alta demanda y reputación.
Nos preguntamos, entonces, ¿de dónde viene la creatividad? En gran medida la creatividad como energía surge de la tensión entre opuestos -la energía de manera general surge de la tensión entre opuesto o contrarios, del polo positivo y negativo, de lo masculino y lo femenino, del fuego y el agua, del amor y el miedo, etc. La creatividad en su sentido ontológico es lo que hace cosmos del caos, y por lo tanto de manera profunda necesita del caos -o al menos de una situación que le exija probarse a fondo y volcarse hacia la esencia o centro. Lo dijo Nietzsche poéticamente: se necesita algo de caos para poder dar a luz a una estrella. Quizás el hecho de que nuestras vidas modernas estén tan planificadas, tan llenas de situaciones esperadas, formatos establecidos y demás, anquilosa el instinto creativo -que necesita enfrentarse con una jungla amenazante, con el mysterium tremendum, la gran otredad y enfrentarse a lo desconocido. «La vida creativa se erige fuera de las convenciones. Es por esto que, cuando la mera rutina de la vida predomina en la forma de la convención y la tradición, [eventualmente] tiende a producirse un brote destructivo de energía creativa», dice Jung. Cuando yace tan sofocada en el rigor de lo convencional, brota primero como una fuerza destructiva compensatoria. Y es que la creatividad en cierta forma es algo que no es humano, es algo divino o quizás, mejor dicho, daemónico (es decir, aquella potencia o aquel espacio numinoso que enlaza lo divino con lo humano) y por lo tanto no se sujeta a las restricciones de la buena sociedad. Otro conocido deamon que entrará en juego en esta ecuación creativa es, naturalmente, eros.
De Jung tenemos un ejemplo revelador. Por mucho años Jung se abandonó al juego de su fantasía -empezando por su famosa «confrontación con el inconsciente» antes de y durante la primera gran guerra- y posteriormente al juego literalmente, a algo que podría ser un juego de niños, un juego profundamente simbólico. En su casa cerca de Lago Zurich, Jung famosamente pasaba tiempo jugando cerca de la orilla, excavando pequeños ríos y luego uniéndolos, sus famosos «water works». Un juego que se le presentó orgánicamente como un impulso del inconsciente. Estos juegos servían como antesala o preludio a sus periodos de escritura. La obra completa de Jung, que sigue editándose por la fundación Philemon, alcanza ya más de 30 tomas y posiblemente llegue a mucho más. Así que fue un juego fecundo, y también un jocus severus, porque jugar es cuestión de vida y muerte, y permite crear cosas que transforman la conciencia.
«Lo creativo de algo nuevo no es logrado por el intelecto, sino por el instinto lúdico actuando por una necesidad interna. La mente creativa juega con el objeto que ama» (Obra completa tomo 6, párrafo 197). Jugar es un instinto y en la medida en la que el hombre lo pierde no sólo se va alejando de su propia infancia sino de su propia esencia. Friedrich Schiller lo dijo bien «el ser humano sólo es auténticamente humano cuando juega». La particularidad del juego en su manifestación más desarrollada es que involucra a la imaginación o a la fantasía. Y es por esto por lo cual es lo más humano, pues lo que distingue al ser humano de otros animales es su capacidad de imaginar, de crear. Digo imaginar: crear, pues el ser humano con lo que crea es con su imaginación. En cierta forma el juego del niño es la escuela de la creación del hombre en su madurez. Y en cierta forma la creatividad del hombre -que es la continuidad del niño, quien es su padre- es la escuela de su divinidad. Algo que enseñan las diferentes tradiciones espirituales, como es el caso de la famosa frase de Jesús: para entrar al reino de Dios los hombres deben de transformarse en niños (Mateo 18:3). Y encontramos ideas similares en el zen con la noción de tener una «mente de principiante», en el taoísmo y en el hindusimo, donde esto es llevado a su máxima expresión con en el culto de Krishna, quien es Dios encarnado en un niño travieso, que siempre está robando crema y mantequilla y que llama a las gopi con su flauta a fugarse del mundo convencional, para ir a bailar y jugar al bosque y escaparse del tiempo. Literalmente, el universo mismo (al igual que estos episodios) es el lilla (juego, pasatiempo) de la divinidad y los devotos rinden devoción imitando al dios, es decir, jugando.
«Sabemos que toda buena idea y todo trabajo creativo», sigue Jung «son productos de la imaginación, y tienen su fuente en lo que uno llama, con placer, fantasía infantil. No sólo el artista, sino cualquier individuo creativo le debe lo mejor de su vida a la fantasía. El principio dinámico de la fantasía es el juego, una característica también del niño.» La fantasía actualmente se entiende principalmente como patología o pérdida de tiempo -o, para los mercadólogos, publicistas y pornógrafos, como una oportunidad para colonizar y llevar al consumo. Mucho se ha hablado en tiempos recientes de cómo la tecnología moderna vive de la economía de la atención, de captar la atención del ser humano y monetizarla. Los resultados son que vivimos en un mundo que padece de manera global déficit de atención. Pero padecemos también un déficit de fantasía -de fantasía individual genuina- una aphantasia. Es por ello que no podemos imaginar otro futuro, como se lamenta Adam Curtis en su documental HyperNoramilzation (la radiografía de la era de la post-verdad). Hace unos meses un maestro de budismo tibetano me decía que para el hombre occidental es muy difícil practicar el vajrayana, el cual tiene como una de sus bases la visualización de deidades en unión sexual y de meditaciones dinámicas, justamente porque no logra fantasear con esto, no logra imprimir un carácter emotivo a su visualización, no logra verse a sí mismo allí, en toda su participación orgiástica en la imagen divina. El bombardeo de imágenes, la obsesión con las celebridades y la hiperestimulación en la que está sumido el homo videns nos proveen fantasías vicarias, facsímiles de imaginería, nos brindan un estándar de lo que debemos desear y se apoderan de nuestro poder libidinal. F. Scott Fitzgerald lo vio claramente hace casi cien años: «las películas nos han robado nuestros sueños y de todas las traiciones esta es la peor». Lo que hace a Jung una de las figuras más importantes del pensamiento en el último siglo, es que él mismo experimentó con su propio método, se enfermó -descendió al inframundo de la psique- y se curó él mismo. Y se curó a través de la fantasía, de la imaginación activa. Porque, según él, existe en la psique un instinto y un telos de sanación, de buscar la completud, de tomar más conciencia y esto se logra trasladando la fantasía al mundo de una manera que pueda ser integrada. Al final lo que esto nos dice es que hay un instinto divino, una profundidad arquetípica que quiere revelarse en nosotros, un alma enterrada que quiere brotar como una flor y hacerse consciente, algo quiere «iluminar las tinieblas». Y este instinto divino se manifiesta jugando, jugando con símbolos e imágenes. Como el Eón (el Tiempo) de Heráclito que es un niño que juega con bolas de colores (con imágenes) a la orilla del mar (de la eternidad).
Anteriormente cité a Jung «la mente creativa juega con los objetos que ama«. De aquí se extrae el tercer elemento que quiero considerar en este ensayo. Hay en el juego algo esencialmente erótico -no necesariamente algo sexual, sino una seducción, un deseo de unirse pero también de luego separarse, una tensión erótica: revelarse/ocultarse -y cualquier pareja sabe que el erotismo para poder regenerarse necesita del juego. Lo erótico es también, por supuesto, lo creativo en tanto a que es el juego y la imaginación que se hacen con la energía libidinal, con el deseo, con el amor, que es una manifestación de la energía creativa cósmica (espíritu) y procreativa biológica (cuerpo). Vemos que Eros es representado como un niño y vimos el caso de Krishna quien está emparentado también con Kama (el cupido indio). Jung sugiere que la mente tiende a relacionarse lúdica y fantásticamente con los objetos que ama, tiende a dedicarles esta sublime atención de no sólo observarlos sino intentar recrearlos o al menos relacionarse recreacionalmente con ellos. El ser humano realmente sólo juega con lo que ama. No puede jugar, suspender el juicio y la reserva, para entrar en la dimensión mágica de la fantasía, con aquello que no lo cautiva, que no llama poderosamente su atención. Vemos que la creatividad -que se fertiliza jugando- nace o es acompañada de eros.
Dentro de la visión de los arquetipos de Jung, la creatividad puede entenderse como surgiendo del mar o de la madre que representan al inconsciente colectivo pero, más aún, en el caso del hombre, del anima, el arquetipo universal femenino en el inconsciente masculino (que incluye superordinariamente a la madre). (En el caso de la mujer el arquetipo masculino es llamado animus, y tiene particularidades que no podremos explorar en este caso). El arquetipo del anima puede manifestarse de múltiples formas -la madre devoradora, la mujer disoluta, la encantadora (Maya) etc.-, pero una de sus formas más frecuente y ciertamente más fecundas para la imaginación es su aparición en forma de la amante que guía y eleva al alma, la feminidad que lleva hacia lo bueno, bello y verdadero. Es este el amor anagógico, que es la quintaesencia del eros platónico. Como dice Sócrates: «amar es hacer manifiesta la belleza tanto en el cuerpo como en el alma». El amor es en la tradición platónica sobre todo el instinto o deseo de la belleza -de una belleza inmarcesible, la cual nos recuerda o conecta con la armonía de lo eterno. El psicólogo James Hillman en su ensayo On Psychological Creativity dice que «la creatividad es un logro del amor. Está marcada por la imaginación y la belleza, por una conexión con la tradición como una fuerza viviente y con la naturaleza como un cuerpo viviente». La creatividad aparece en «el servicio humillante a una amante, el principio femenino opuesto, en cuyas manos yacen tanto la fluidez de imágenes como las líneas de belleza.»
El amor en tanto a unión de lo masculino y lo femenino -Hermes y Afrodita, Logos y Eros- nos regresa a la idea de la tensión entre opuestos y a su conjunción alquímica que es la creatividad (la producción de un hijo, de la piedra filosofal, del alma regenerada, etc). Así tenemos figuras como la Beatriz de Dante o el eterno femenino de Goethe, «que nos mueve siempre hacia arriba y hacia adelante», y por supuesto las ninfas, musas, ménades y demás figuras de inspiración extática. Hillman entiende la creatividad como principalmente una fuerza erótica que se constela en la psique. De la cual el arquetipo es justamente el amor mitológico de Psique y Eros. «La necesidad del alma es el amor y la necesidad de eros es la psique», dice Hillman. Es esta necesidad erótica-psíquica la que produce la creatividad.
«Sin necesidad nada se agita, menos aún la personalidad humana… necesita la fuerza motivacional de fatalidades internas o externa», dice Jung. Sabemos popularmente que la necesidad es la madre de toda invención y también es la madre del amor, en el caso del mito platónico del nacimiento del dios Eros, quien es hijo de Poros, la invención y de Penia, la necesidad o carencia. Así entonces tenemos que eros (la energía erótica unificadora) nace de la conjunción de los opuestos, pero eros es también el principio aglutinador de los opuestos -porque los opuesto se atraen. Como dijimos anteriormente, y es algo que Jung repite constantemente- donde hay una tensión entre opuestos hay energía, pero esta energía o fricción, que es potencial creativo, debe integrarse, unirse para llevarse a su fruición, y esto es lo que hace eros, al cual debemos entender como el vínculo de vínculos, como lo llama Giordano Bruno, un principio cósmico de unión y comunicación. Hillman nota que Eros como Hermes es también un psicopompo, algo o alguien que guía a las almas, «es una figura de la metaxis, la región intermedia, ni humana ni divina, sino que el principio de interacción entre ellas… es menos un gestalt que una función divina… conecta lo personal con trascendente y trae lo trascendente a la experiencia personal». ¿Acaso no es esto lo que hace la verdadera creatividad? La creatividad, siguiendo la visión platónica, baja del cielo las ideas que están tocadas por lo intemporal, por los rayos de la belleza celestial, las intuiciones geniales, las verdades y bondades que son la anamnesis del alma -en el caso de Jung más bien subiría del océano inconsciente las formas que irrumpen con la energía numinosa de los arquetipos.
Hillman, quien difiere de Jung en tanto a que sitúa su psicología en la experiencia del eros como forjadora de alma y no en el principio gnóstico de hacer conocida la imagen divina que burbujea en el inconsciente -de iluminar la oscuridad de la psique-, apunta que la fantasía sin eros no es creativa (aunque en esto seguramente Jung coincidiría, acaso ampliando el eros a la emotividad que energiza el contenido psíquico). «La imaginación creativa… resulta de la vitalidad y la pasión». La psique necesita también thymos, ese fuego que reside en el corazón. «La fantasía sin participación libidinal tiene poco efecto». Agregaríamos que el amor sin fantasía tampoco lo tiene -o rápido lo pierde-, ya que la fantasía es el aspecto lúdico poético (creativo) que dirige hacia las alturas el poder connatural del amor. Sin fantasía o imaginación, como notó Octavio Paz, no hay erotismo; el erotismo, como la imaginación, introduce la dimensión poética y con ella también la potencia divina -el poeta (o el amante) es un pequeño dios que crea con su imaginación. Los filósofos sufíes de Henry Corbin y los alquimistas de la escuela de Paracelso consideraban que la imaginación era lo celestial en el ser humano, no una mera facultad de elucubrar, sino un órgano de percepción divina -el cual situaban en el corazón- e incluso un magneto de realidades divinas. Una imaginatio vera «la verdadera imaginación va del corazón al corazón del universo, al sol», dice Hillman. Es conocida la analogía entre el corazón y el sol (y el oro) en la filosofía hermética. La imaginación creativa es la conexión eléctrica entre el corazón y el sol, el motor del cosmos y el motor humano, el calor dador de vida, la luz que hace que crezcan las plantas y que permite que las cosas se revelen, como en el primer día.
Twitter del autor: @alepholo // Imagen: Irene Cruz. Drowning in Blue
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