Una simple -o no tanto- medusa sirve al fotógrafo Javier Viver para reflexionar sobre inmortalidad desde Navarra
La inmortalidad siempre ha sido una inas(equ)ible presencia en todas las manifestaciones culturales, espirituales, científicas, artísticas y vitales del ser humano. De Titono a Drácula, de Platón a Fausto, de los dioses a Dios, no ha cesado nunca de dibujar una espiral, ¿sin fin?
Con su proyecto Aurelia Immortal, Javier Viver (Madrid, 1971) reflexiona ahora de nuevo sobre la ansiada y ansiosa búsqueda de esta inmortalidad a partir de la observación de una variedad de medusa, la aurelia aurita, que posee la inimaginable capacidad de regenerarse ad infinitum, tal como ha demostrado una reciente investigación científica llevada a cabo en China, recogida en un artículo del biólogo marino Jinru He, y publicada en 2015. De esta forma, su propuesta se enmarca en un campo de fricción -y también de ficción- entre el ámbito de la ciencia y el de la creación artística; territorios que con frecuencia suelen llegar a resultados similares partiendo de métodos distintos.
El proyecto se estructura en dos bloques bien diferenciados. Por una parte, Viver articula un programa expositivo basado en una plural utilización de mecanismos expresivos -fotografía, dibujo, instalación, vídeo o sonido-, con la inclusión igualmente de un objeto escultórico que reproduce en gran formato un fotolibro que, a su vez, constituirá la segunda parte de su proyecto. Genera pues una suerte de continuum entre el espacio de exposición y el espacio de creación del libro, un juego de fractales entre macro y microcosmos, que acaban constituyendo así las dos mitades de una misma esfera.
Ese fotolibro, posiblemente la pieza más preciada y singular de este excelente y bien armado proyecto, a su vez se compone de dos volúmenes: un leporello (libro construido en acordeón) que muestra fotográficamente el ciclo vital de la medusa, con sus páginas formando una especie de estrella cíclica eterna -y con la presencia asimismo del color dorado en una clara alusión a la persecución alquímica de la inmortalidad-, y también un diario, escrito en 2046, recogiendo dibujos, textos y documentación varia que ilustran el relato de una ficción.
En ella se nos da noticia de un futuro, centrado en esa fecha, en el que las conquistas biotecnológicas han diseñado una especie «transhumana» capaz de alcanzar lo -supuestamente- inalcanzable: la vida inmortal. De esta manera, el proyecto expositivo en su conjunto se adentra con inteligencia, y ciertas dosis de irónica utopía, en el resbaladizo pero pertinente limes que separa -y al tiempo une- ciencia, arte y religión. Es decir, en el moldeable y atemporal territorio de los intereses humanos. Sin duda, un espléndido proyecto editorial, que al igual que la muestra ha sido también producido por el Museo Universidad de Navarra.
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