Envuelto en el papel de regalo de Frank Ghery nos alcanza Francis Bacon
Francis Bacon: De Picasso a Velázquez en Guggenheim. Es como un maravilloso regalo del que muchas veces preferimos la envoltura, el papel de regalo de Frank Ghery. Esta preciosa cajita de música viene en otra más grande como es Bilbao, cuya transformación en los últimos 20 años no deja de sorprendernos. Nadie se acuerda ya de las naves industriales, las grúas y los astilleros que daban a Bilbao esa imagen tan gris. El Arte ha obrado el milagro. Bilbao es hoy más burgués. Es mucho más como las demás.

Francis Bacon (Dublín 1909- Madrid 1992) no defrauda. Es un regalo incómodo. Una película de miedo que no nos dejará dormir. Bacon se retuerce entre los hierros revirados de una cama desvencijada que es el Guggenheim y sus salas acolchadas repletas de camisas de fuerza. Bacon tiene un lenguaje propio.
Francis Bacon: De Picasso a Velázquez en Guggenheim. La exposición es un dialogo a gritos con los clásicos en el que su obra se mira de reojo en el espejo distorsionado de los grandes maestros (Picasso, Van Gogh, Giacometti, Goya, Velázquez, Sargent, Whistler…)
Sus figuras están solas, atrapadas en camastros, enmarcadas en cuadrados, colgadas del techo cual jarrete de ternera. Soledad por doquier. Decía Bacon que si pintaba dos personas en el mismo lienzo a la fuerza se creaba una historia entre ambas y eso le molestaba. Son animales que parecen humanos. Son mucho más muecas que gestos. Es torsión y es distorsión. Es el grito agónico y desesperado de Inocencio X que nos persigue allá por donde vayamos en la sala. Pintó decenas de versiones.

Es aquella madre de la “masacre de los inocentes” que grita tratando de proteger a su hijo. Hay una figura acurrucada sobre un lecho bermellón. Tensión, torsión y hemoglobina. Angustia, crucifixión y vómito. Vísceras desordenadas. Todo gira sobre sí mismo. Es una borrachera y una resaca a la vez.
Bacon pintaba de día y bebía de noche. Un hombre feo que se mira en un paupérrimo espejo y se anuda una corbata. El horror está sentado en una silla de madera. Bacón destruyo muchas de sus obras. Gira y se vende por triplicado en enormes marcos dorados. Hay gente gritando en silencio y unos hombres abrazándose sobre la cama para el horror de la Inglaterra de los años 50.

Su paleta es El Greco y es Giacometti. Es un rostro azul, magenta y gris. Son poses del mismo Rondín en una montaña rusa en caída libre. El fondo es oscuro y hay algo naranja o azul cielo que nos intriga. Hay un toro que sale de un cubo. Bacon murió en Madrid. Hay también, si giramos la cabeza, una representación de su estudio, sin duda una de sus mejores obras. Una versión evolucionada de Altamira, otro de sus fetiches en España…y así hasta 100 obras de Bacon con sus álter egos.


Una nueva apuesta segura del Guggenheim. Ya en 1971 se convierte en el primer artista vivo, después de Picasso, al que el Grand Palais de París dedica una retrospectiva. Impecable. Beba Coca-Cola. Comprar ropa de marca garantiza que ligues hoy en día. El arte es un pasatiempo para los niños, los viejos y los turistas. El ocio es para los ociosos. Bacon no sabía lo que hacía.
“Yo creo que el arte es una obsesión de vida y, después de todo, dado que somos seres humanos, nuestra mayor obsesión somos nosotros mismos”. Bacon es hoy una mujer barbuda en gira permanente.
- ¿Cuándo? Hasta el 8 de enero de 2017
- ¿Dónde? Museo Guggenheim (Bilbao)
- ¿Cómo llegar? Abandoibarra Etorb., 2, Abando, 48009 Bilbo, Bizkaia
Francis Bacon: De Picasso a Velázquez en Guggenheim. Por Rose Sioux.