Si la figuración fuera equivalente a una mirada clara y la abstracción a unos ojos cerrados, la obra de Dominika Berger constituiría la más depurada fusión de ambas opciones.
Dominika Berger constituye un reto para la introspección. Los rostros que protagonizan su pintura, trasuntos icónicos de la autora, aparecen siempre con los ojos cerrados y se reconvierten en una topografía que, al igual que en “El Hacedor” de Borges acaba por componer un laberinto de líneas.
Cada lienzo de Berger constituye un reto para la introspección
Como en la foto de Brian Duffy para la portada de “Aladdin Sane” -ese Bowie con los ojos cerrados que no ha muerto sino que medita su propio disfraz-, la faz serializada –más dibujada que pintada- desprende un aura de plenitud espiritual: pocas veces la existencia se ha representado tan explícitamente con los ojos cerrados.
Dominika Berger ha superado el maniqueísmo entre la figuración y la abstracción convirtiendo ambas disciplinas pictóricas en vasos comunicantes.
De detallismo de los rasgos faciales, de la minuciosidad del pliegue cutáneo -cual placa tectónica de etapas vitales-, pasamos a la superposición de los planos y al apogeo retador de la línea y las geometrías abstractas.
En un eterno retorno, la artista se vuelve a preguntar quién es y por qué es quién es.
La presente selección de imágenes es la expresión más depurada de un trabajo de quince años. La identidad personal como mitología para explicarse en el mundo.
Como en el poema de Adam Zagajewski, “sólo las caras se iluminan como lámparas, / igual que los sopletes de los soldadores que por la noche / reparan el hierro entre nubes de chispas”.
Pocas veces, como en la pintura de Dominika Berger, unos ojos cerrados dijeron tanto. Pocas veces un rostro compuso, de tal manera, el austero rictus de la sinceridad.