Los retratos de Jess Valice pueden parecer caricaturas casi dismórficas de sus propios rasgos, pero son personas con las se ha encontrado
Las caricaturas dismórficas de Jess Valice. Aunque el escenario puede cambiar entre pinturas, la mirada sin emociones que emana de los rostros de estos personajes representa una narrativa propia. Cada uno de ellos es una amalgama de personas con las que la artista se ha encontrado en las redes sociales, los libros y la vida real, junto con los sentimientos, nociones y conversaciones que proyecta sobre ellos.
Las pinturas de Jess Valice sorprenden por sus expresiones faciales y esos ojos abiertos. Enormes estanques de pesados párpados, resueltos y cansados, como si la persona retratada hubiera pasado por algo recientemente. Caras exageradas con orejas demasiado grandes de colores dispares rojizos.
La artista dibuja a sí misma o a sus modelos de una manera cómica, se parecen a payasos, afirma y la distinción quién es quién es ambigua. Su elenco de melancólicos cómicos comparte a la vez múltiples emociones como tristeza generalizada, agotamiento, estoicismo…
Valice es consciente de que expresa una melancolía sin tapujos. Por el contrario, el humor, el autodesprecio y el absurdo son formas de mantener al espectador atento, ya que descubren que la obra se relaciona no solo con su creadora sino con ellos mismos.
Nadie sale ileso de esta vida, y todos deben encontrar formas de vivir a través de sus ciclones personales.
Aquí está uno de los personajes de Valice, de nariz rosada, labios chatos, tejiendo a ganchillo una cosa verde diminuta que contrasta con la inmensidad de las manos. Hay una sensación de escape a través de las manualidades, un descanso de la rutina, como una vía de distracción de sus pensamientos.
Nada de esto es una broma, la artista reconoce que las emociones son muy cambiantes y que nosotros deberíamos usar cualquier cosa que nos haga sentir mejor, incluso ridiculizarnos a nosotros mismos.
En otras pinturas se despliega la idea de cómo se siente estar atado entre el pasado y el presente. Una figura adulta rodeada de juguetes de la infancia, por ejemplo, o un desnudo andrógino mirando una tienda de campaña y, por lo tanto, quizás buscando la seguridad, el hogar a través de un paisaje árido.
En otra pintura presenta un personaje jugando con gruesos bloques de vidrio relacionados con el pasado de Valice. Una cara se acerca al espectador a través de una ocultación burlona. Podemos nombrar lo que hay en esta pintura, pero no podemos leer la actitud del modelo, en cuya vida interior nos proyectamos, como a través de un cristal distorsionado.
Valice también retrata a un colega artista en un estudio meticulosamente ordenado. La obra habla con respecto de nuestros deseos, envidias, defectos. Nuevamente, cada uno de nosotros es capaz de evaluar nuestras propias fallas y desear ser de otra manera, aunque podríamos elegir reírnos o fingir que el problema es de otra persona.
Estas pueden ser las vías que una pintora toma para despojarse de sus prejuicios y sus verdades, pero también las obras dejan un espacio generoso para que el espectador vea reflejadas sus propias vulnerabilidades y, piense en su supervivencia.