Las mujeres ya no se enamoran: El vacío de sentimiento en la sociedad-supermercado. Un artículo de opinión de Galo Abrain sobre la figura del filósofo francés Gilles Lipovetsky (nacido en 1944) y su Era del vacío.
Gilles Lipovetsky y la sociedad supermercado. Iñaki Piñuel en su reciente libro Mi jefe es un psicópata, sitúa entre un 10% y un 13% el número de psicopatoides y narcisos que pueblan este pecaminoso planeta, y advierte de su peligro. En general, estos dos títulos no suelen, ni han sido, objeto de alabanzas. Más bien al contrario, ser un narcisista descerebrado, ansioso por ver resueltos exclusivamente tus intereses sin prestar atención a los demás, es una cláusula privilegiada para que a uno lo tilden de gilipollas, y lo vuelquen como el estiércol en un silo de compost hasta que madure.
Empero, es difícil estar de acuerdo con Iñaki en dos cosas, la primera, en el porcentaje, que seguramente debería de engordarse como un zampabollos que sufre de tiroides aguda, y la segunda, que estos narcisistas sean desechados de la palestra social frente a su «miraombligista» actitud de masturbadores emocionales compulsivos. Nada de eso… Los narcisistas están más de moda que Andy Warhol paseándose por La Fábrica con su snob amaneramiento, soñando con plátanos metidos hasta el fondo de botes de sopa. Las redes sin duda son claves en este hecho, la constante exhibición de uno mismo empuja a pensar únicamente en cómo nos vemos, para que los demás nos vean de igual forma, pero esto ya viene de antes…
Aquí es donde el distinguido lector resolverá sus dudas respecto al título de este artículo, al que seguro todavía no le encuentra demasiado sentido.
El imperante narcisismo de la sociedad liberal, entronada en occidente desde el triunfo de los progresismos en los años setenta, ha hecho que todo se viva con el interés exclusivo de reafirmar los objetivos propios (cómo si pudieran serlo realmente) y la satisfacción de los impulsos (tiempo ha dominados antes por los ideales del mercado, que por la sanguinaria desinhibición freudiana de las normas sociales).
Esto, huelga decir, es algo muy narcisista, aunque habrá muchos que se reafirmen simiescos en la libertad de oportunidades, el placer de la elección y el triunfo de la autodeterminación… Ah, Ah, Ah… Niet, ¡nein!, cómo decía el camarada Lipovetsky eso sólo corresponde a una Era, la del vacío, donde la acumulación de experiencias, el consumo constante de cuerpos, ocio y goce han alejado a la humanidad de lo perdurable, lo duradero, lo real, de aquello que nos acompaña en la vida como algo más que una anécdota fardona.
Gilles Lipovetsky y la sociedad supermercado ¡Eh aquí donde nace una idea! Los hombres, atávicos dominadores de la raza y el juicio, fueron el objeto predilecto de esta Era vacía en lo referente a las relaciones sexuales.
La desarticulación de los valores tradicionales, principalmente familiares, favoreció el nacimiento de toda una casta de machos destinados a acumular féminas como cochecitos de juguete en la estantería.
Véase en la cultura pop un Barney Stinson, o en la realidad un Charlie Sheen. Este paradigma de la acumulación, y el disfrute efímero y casto de profundidad, ha sido el referente de la masculinidad desde hace lustros, y aun hoy lo sigue siendo aunque… uhm, con mayor timidez. Ahora, desvirgando el prometedor siglo veintiuno, y en plena cuarta ola feminista, el papel de la mujer en este juego debía cambiar. Históricamente degradada a sus funciones maritales, las féminas de la especie occidental decidieron en cierto momento que ellas también debían tener derecho a componer la carta del menú, dotada de rayos exóticos donde la diversificación de la oferta venía sazonada por la sustitución de la sujeción uniforme ante la libre elección y la realización de los deseos. En otras palabras, las mujeres no quisieron quedarse atrás, y apostaron por su derecho a convertirse ellas también en unas consumidoras activas de parejas y sexo, legitimando así su olvido del amor, el enamoramiento y la raíz de la existencia más allá de lo fugaz.
Este giro de los acontecimientos resulta del todo lógico, lejos de este infiel pensador criticar ese empoderamiento como algo ilegítimo, pero sí que resulta frustrante en un aspecto.
La Era del vacío; esa configuración lipovetskyana, es un fangoso territorio en donde la vida se ha metamorfoseado en un infinito supermercado; se compra todo aquello que se desee con el objetivo de autosatisfacerse, mientras se tengan las herramientas para ello. En el terreno de lo sexual, qué duda cabe que estar en lo alto de la jerarquía física, auspiciado además por la juventud y el dinero, son claves para una efectiva acumulación. Esto principalmente, cómo podemos ver en el referente Stinson, es sine qua non a lo masculino, mientras que en lo femenino se reduce a una alta carga erótica y sexual, herencia por su puesto de un modelo en donde las mujeres han sido objetos de deseo, antes que cerebros bípedos. Véase Tinder, o cualquier aplicación, que si bien son eficaces en su disposición a conocer gente nueva, están diseñadas cómo si eligiéramos el menú del almuerzo por más que estemos hablando de seres humanos.
¡Y aquí arriba la magia! El feminismo ha logrado convencernos, con total acierto debo decir, que el prototipo de macho man follatore, ¡miembro de oro!, es un espécimen caduco, superficial, vacío de contenido y al que hay que procurar alejar, pero, paradójicamente, ha encontrado en la reafirmación de la libertad sexual femenina un pilar de emancipación y desafío por parte de la mujer a la sociedad.
Es decir, ha luchado por convertir la figura de la «Era vacía» masculina en un monigote ridículo (aunque por supuesto todavía muy eficaz, sobre todo para mentes débiles), pero ha hecho de la figura femenina una piedra angular de la liberación.
Una feminidad tan vacía como la masculina, que se ve además arropada por la imparable ola de la corrección política, lugar en el que algunos resaltos del feminismo se han instalado cómodamente.
Gilles Lipovetsky y la sociedad supermercado. Las mujeres ya no se enamoran, y si lo hacen, se arrepienten de ello con rapidez ante el desfile de experiencias y cuerpos que las arropen hasta el séptimo cielo de su realización, antes erróneamente cercada al cuidado del hogar, y ahora precariamente limitada a la creencia de su individualidad como herramienta de su felicidad. El género masculino, usualmente de razonamiento más vulgar y cortito, también practica este libertinaje transparente sin durabilidad, serenidad, ni profundidad en los sentimientos, pero, por suerte, esa forma frívola y vacua de vivir se le está presentando cada vez más como una patética excusa de reafirmación testosterónica.
Buceando de lleno en el mercado, en la mentalidad consumista que tantos bolsillos llena de poder, el narcisismo es el As en la manga mejor ejecutado de la deidad que nos gobierna. Creer en la libertad de oportunidades como el núcleo de la comodidad, es un afilado sendero vestido de Versace y perfumado con Chanel, que nos lleva a la soledad, y a una picante incomodidad asentada en la nuca que nos recuerda que aunque nuestra cama esté poblada por diversidad de olores y sabores, nuestra estantería preñada de cachivaches que nos recuerden lo maravillosos que somos y las redes, nuestra segunda vida, sean la representación de lo que desearíamos ser en cada momento para envidia y goce de los demás, nos faltará algo… seguiremos, patéticamente orgullosos de nuestro individualismo y vacunados frente a la elevada paz de la austeridad, irremediablemente vacíos.
Gilles Lipovetsky y la sociedad supermercado. Fuente: Galo Abrain