Hipnotizado por las pantallas y la habladuría de la sociedad, el ser humano moderno está más lejos que nunca de la auténtica libertad
Heidegger sobre cómo la tecnología te manipula. La modernidad está en gran medida construida sobre la idea de la invención del individuo. La exaltación de la idea del individuo autónomo, que persigue ideales como la libertad y la justicia y es capaz de autodeterminarse, es parte de la herencia de la Ilustración y también de filosofías románticas como las de Nietzsche y Hegel.
Sin embargo, esta noción del individuo como un ser autónomo se ha revelado (en parte también gracias a la misma filosofía de Nietzsche que exalta al individuo pero critica a la sociedad) como una construcción que, en la práctica, resulta ilusoria.
El individuo que piensa por cuenta propia y se rige por sus propios valores resulta una hipótesis, una utopía. En este artículo consideraremos la lectura que hace Heidegger, en parte siguiendo a Nietzsche, sobre cómo el individuo se vuelve presa de la esfera social, de los otros, y pierde su autenticidad.
En Ser y tiempo (1927), Heidegger ofrece una descripción del hombre moderno en su cotidianidad, inmerso, “arrojado” o, incluso, “capturado” por lo que podemos llamar “sociedad” (ese ente abstracto que, según Roberto Calasso, hemos deificado).
Heidegger utiliza el término das Man, que ha sido traducido como el “uno”, pero quizá sea mejor entendido como el “ellos”, los “otros”, la publicidad misma, la esfera u opinión pública, la sociedad. Aunque el ser del hombre (Dasein) no está determinado por una esencia sino que es pura posibilidad, el hombre existe siempre en el mundo y con los otros (es un ser-con) y este das Man acaba definiendo lo que el individuo es de una manera particular, que Heidegger califica como “inauténtica”. Al respecto escribe Heidegger:
El uno [das Man, el ellos] despliega una auténtica dictadura. Gozamos y nos divertimos como se goza; leemos, vemos y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga; pero también nos apartamos del “montón” como se debe hacer; encontramos “irritante” lo que se debe encontrar irritante. El uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no como la suma de ellos), prescribe el modo de ser de la cotidianidad.
Aquello que no es “nadie determinado”, una abstracción –la “sociedad”– es reificada y se convierte en un nuevo ídolo, en imago dei, en el centro y referente de todo significado. Este ente reificado se presenta como normatividad y medianía. Al mismo tiempo como la “medida de las cosas”, el referente interiorizado por el individuo y como una tendencia en los individuos hacia la medianía, hacia la nivelación o aplanamiento de las posibilidades del ser.
Heidegger sobre cómo la tecnología te manipula. En la previa determinación de lo que es posible o permitido intentar, la medianía vela sobre todo conato de excepción. Toda preeminencia queda silenciosamente nivelada. Todo lo originario se torna de la noche a la mañana banal, cual si fuera cosa ya largo tiempo conocida.
La sociedad libera al individuo de la responsabilidad de definir lo que es y de la aventura que implica el conocimiento, de cara al misterio de la existencia. El “uno”, el “ellos”, la sociedad “ya ha anticipado siempre todo juicio y decisión, despoja, al mismo tiempo, a cada Dasein de su responsabilidad. El uno puede, por así decirlo, darse el lujo de que constantemente ‘se’ recurra a él”. Existimos en un mundo que aparentemente ya ha sido descubierto, definido y conquistado. Una vez que nos amoldamos a él, podemos aflojar y dedicarnos a ser entretenidos por las maravillas que produce la sociedad iluminada. Nietzsche es contundente: “¡Cuán acogedor, cuán amigable se vuelve con nosotros el mundo tan pronto actuamos como todos los demás actúan y ‘nos dejamos’ ir como todo el mundo!” (Genealogía de la moral).
Existir absortos en el “uno” –o en el “ellos”– se caracteriza por tres aspectos: la habladuría, la curiosidad y la ambigüedad. Heidegger está pensando en la esfera pública, los diarios y la radio, pero su análisis es aún más relevante y preclaro cuando lo pensamos en relación a la actualidad, donde el das Man se ha materializado, de manera omnipresente, en la red social. Siempre estamos conectados al flujo de información, a la voz de la convencionalidad. La red social se vuelve un enredamiento, literalmente, una celada mental, un caer presos en la red enajenante de la muchedumbre, lo que Heidegger llama das Verfallen. Armados por la tecnología –que será el centro de la crítica posterior de Heidegger– y envalentonados por nuestra ilustración científica o cientificista, somos capaces de penetrar en la distancia y en todas partes decir lo que es el ser y definirlo para los demás.
La habladuría es el hablar repetidor, superficial, trivial, el chisme, el consumo y circulación de información rápida o basura. Conocimiento “a la ligera”, banal, sin “fundamento” o arraigo, que, sin embargo, se presenta como autoritario y crea la media o el parámetro. Al diseminarse, la habladuría nivela hacia abajo la capacidad de entendimiento de los individuos.
“La comprensión media del lector no podrá discernir jamás entre lo que ha sido conquistado y alcanzado originariamente y lo meramente repetido”.
Se establece así el imperio de la doxa. La información reemplaza a la sabiduría: “La habladuría es la posibilidad de comprenderlo todo sin apropiarse previamente de la cosa”. Según Heidegger, la habladuría ahoga el llamado de la conciencia, que “sólo llama silenciosamente”, hacia “permanecer quieto en la quietud del propio ser”. El llamado es un llamarse a sí mismo –en una de las características contorsiones de gimnasia verbal de Heidegger–, que ocurre como una conciencia de culpa, la conciencia de que hay una carencia (o nulidad), de que de alguna manera fallamos en actualizar la potencialidad de nuestro ser. En última instancia, el llamado hace que el hombre enfrente su angustia existencial y se “vuelva hacia la muerte“, donde puede, sólo así, comprender la totalidad de su existencia. De esta manera, con esta conciencia de la muerte –o de “la posibilidad de la imposibilidad del ser“–, cuidando su llamado, puede existir auténticamente.
Heidegger distingue la curiosidad del asombro o la “contemplación admirativa”, el thaumazein de los griegos que es para Aristóteles y Platón el origen de la filosofía y que está asociado primero con un “no-comprender”, con la aceptación de un misterio y una apertura al ser. La curiosidad “procura un saber, pero tan sólo para haber sabido”. Es un saber instrumental, movido por la vanidad. Se busca conocer para poder participar en el “ellos” o para obtener estatus social. La curiosidad es el estado que caracteriza al hombre moderno informado, ávido de noticias, maravillado por la “innovación”.
Los dos momentos constitutivos de la curiosidad, la incapacidad de quedarse en el mundo circundante y la distracción hacia nuevas posibilidades, fundan el tercer carácter esencial de este fenómeno, que nosotros denominamos la carencia de morada.
El asombro, que se caracteriza justamente por una intensidad de la atención, por quedarse con un único pensamiento u objeto (y sondearlo a profundidad, esperando sin violentar su manifestación) degenera en la curiosidad, que semeja a lo que en India la llaman “la mente de mono”, que constantemente cambia de rama, persiguiendo cada estímulo que aparece, incapaz de discernir lo que merece su atención indivisa. Según Heidegger, “si busca lo nuevo, es sólo para saltar nuevamente desde eso nuevo a otra cosa nueva. En este ver, el cuidado no busca una captación [de las cosas], ni tampoco estar en la verdad mediante el saber, sino que en él procura posibilidades de abandonarse al mundo. Por eso, la curiosidad está caracterizada por una típica incapacidad de quedarse en lo inmediato”. Llegamos al punto alarmante en el que estar recibiendo constantemente estímulos –de lo nuevo, de lo excitante– es considerado un bien general o un derecho (“estar conectados”). La distracción reemplaza a la contemplación. La distracción se vuelve el premio al final de la historia. Y distraernos juntos, la cumbre de la socialización.
Heidegger sobre cómo la tecnología te manipula . La ambigüedad es el resultado de la habladuría y de la mera curiosidad que define a la actitud que el ser humano tiene con el saber.
El acceso indiscriminado a la información “permite que cualquiera puede decir cualquier cosa, pronto se hace imposible discernir entre lo que ha sido y no ha sido abierto en una comprensión auténtica”. Se produce un estupor ontológico en el que “todo parece auténticamente comprendido, aprehendido y expresado, pero en el fondo no lo está, o bien no lo parece, y en el fondo lo está”.
Sobre bases completamente convencionales e informes se pretende establecer (y de hecho así se experimenta) lo que el ser es o lo que el ser puede llegar a ser. Así, el proyecto humano toma un marco fundado y una cierta directriz basada en asunciones, paradigmas y convenciones que se presentan como realidades libres de todo dogma y todo pensar simbólico. La realidad misma, el límite de lo posible, se presenta como algo “auténticamente comprendido”, libre de creencia y metafísica. Como marca el mismo término “realidad” (del latín res, “cosa”), se hace una identificación fundamental entre lo real y la cosa, el objeto material. Sólo lo material es real. El horizonte de posibilidades que la existencia es, se constriñe. En textos posteriores, dentro de su crítica a la tecnología, Heidegger hablará del gestell, un término de difícil traducción que puede entenderse como “posicionamiento”, o “enmarcamiento”, pero que también remite al pensamiento representacional. La naturaleza se enmarca, se posiciona, se re-presenta como algo siempre disponible, un objeto o instrumento removido de su esencia, de su modo auténtico de habitar, mercantilizado e instrumentalizado. Lo importante aquí es que toda nuestra experiencia del mundo se ve enmarcada por este modo de concebir a la naturaleza, como algo que está allí para beneficiarme a mí, algo por explotar y capitalizar… y si no tiene este potencial, entonces no es nada, es materia inerte. De esta manera, una visión mecánica-materialista de la naturaleza está ligada a una visión tecnocapitalista del mundo en la que el ser humano se vuelve un consumidor, un número más dentro de la masa informe.
El modo en el que vemos aparecer esto con mayor predominio actualmente es en el consumo de información. “No sólo cada cual conoce y discute lo presente y lo que acontece, sino que además cada uno puede hablar de lo que va a suceder, de lo aún no presente, pero que ‘en realidad’ debiera hacerse. Cada uno ha presentido y sospechado ya siempre y de antemano lo que otros también presienten y sospechan”. Heidegger anticipa con gran lucidez la tiranía de la opinión pública, de lo “políticamente correcto” y de la uniformización del pensamiento basada en el consumo de noticias y paquetes de entretenimiento comunes.
Heidegger sobre cómo la tecnología te manipula. Fuente: Pijamasurf. Citas tomadas de la traducción de Ser y tiempo de Jorge Eduardo Rivera.