A veces, perder tiempo es ganar vida. Porque más allá de lo que nos han hecho creer, el tiempo no es oro, ni siquiera estaño. Permitirnos instantes donde no hacer nada y limitarnos a ser, sentir y disfrutar, es sinónimo de bienestar y felicidad.
Perder el tiempo es un concepto muy relativo. Tanto, que convendría sanear un poco esta idea e incluso aplicarla desde otra perspectiva: como valiosa clave de bienestar. Pensémoslo bien, vivimos en una sociedad que nos ha convencido de que el tiempo es ‘oro’ y que cada segundo de nuestra vida debe estar bien aprovechado para sacar de él un beneficio, un rendimiento.
Asumir este enfoque al pie de la letra nos aboca sin duda a ese laberinto ya familiar y recurrente de los trastornos de estrés y ansiedad. Son esas condiciones que como un termómetro, reflejan una enfermedad latente en nuestro mundo, que no es otra que la de descuidarnos a nosotros mismos. Por tanto, el tiempo no es oro, ni plata ni estaño: el tiempo es vida.
Saber gestionarlo y permitirnos de vez en cuando no hacer nada y limitarnos a ‘ser, sentir y estar’ es ganar en salud. Sin embargo, nos cuesta mucho poner en práctica esta idea. Cuando pasamos tantas horas de nuestra vida en modo «productividad» incluso la mente llega a interpretar que echarnos en el sofá y descansar es perder el tiempo.
Por otro lado, expertos en gestión del tiempo, como el doctor Alex Soojung-Kim Pan, conocido también por su trabajo como consultor en Silicon Valley, nos explica en su libro Descansa, cómo ser más productivo trabajando menos, que es momento de hacer una reformulación profunda sobre nuestro estilo de vida y trabajo. Debemos tomar conciencia de que a veces perder el tiempo es ganarlo, es permitirnos recargar energías y hallar la calma entre el desorden.
«Trabajar mejor no significa trabajar más sino trabajar menos, de forma más productiva y descansar mejor».
-Alex Soojung-Kim Pan-
Perder el tiempo es ganar vida
Max Weber, conocido filósofo, economista y sociólogo de principios del siglo XX nos legó una valiosa reflexión que parece haber quedado diluida por el tiempo. Según él, con la llegada de la revolución industrial, las personas empezamos a relacionar la actividad laboral casi con un principio moral. Trabajar no era solo un modo de ganar dinero para subsistir, era (y es) mucho más que eso.
El trabajo para muchos es un modo de dignificar al ser humano. Actividad es productividad, es creación y un medio con el cual, contribuir a la sociedad. Todo ello es cierto, sin embargo; a veces, lo llevamos al extremo. Tanto es así que hay muchas personas incapaces de relajarse, hombres y mujeres que llegan a sentir auténtica frustración e incluso sentimiento de culpabilidad cuando no hacen nada.
Ese enfoque, ese donde se entiende que la inactividad es sinónimo de perder el tiempo, nos aboca a estados de alto desgaste psicológico. Un ejemplo, existe un curioso estudio llevado a cabo en la Universidad de Mainz, Alemania por parte del doctor Leonard Reinecke, donde nos señalan algo interesante. Una buena parte de nosotros llegamos a valorarnos de manera negativa cuando pasamos tiempo viendo la televisión.
Disfrutamos viendo películas y series, pero una parte de nosotros mismos actúa a menudo como un juez severo. ¿La razón? Nos recriminamos la inactividad y estar perdiendo el tiempo.
No seas como el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas
¡Tengo mucha prisa, mucha prisa! decía el conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas. Este simpático e icónico personaje simboliza como nadie la imagen de esa dolencia que define a muchos: la de la ‘hiperocupación’. Admitámoslo, siempre tenemos algo que hacer, siempre estamos ocupados mirando el reloj y con la indefinible angustia de no poder llegar a nuestras obligaciones.
Este tipo de comportamientos se alimentan además de la’ hiperresponsabilidad’ y la autoexigencia. Hay que cumplir rápido y hay que hacerlo a la perfección, dos dimensiones que sin duda nos abocan al abismo de la ansiedad y a esos estados psicológicos tan desgastantes.
La cultura de la productividad y de la perfección, ha hecho que nos sintamos culpables por el mero hecho de darnos un tiempo donde «no hacer nada«. A veces, hasta intentando disfrutar de unas merecidas vacaciones, nuestra mente nos tortura con esos pensamientos sobre todas las cosas que, supuestamente, deberíamos estar haciendo.
Regálate tiempo, obséquiate con la vida
A veces, perder el tiempo no te quita nada; todo lo contrario: te da la vida.Pensemos en ello, es momento de eliminar de nuestra mente «los debería y los tengo que». Es el instante idóneo para permitirnos ser niños de nuevo, dejándonos llevar por el aburrimiento, incluso por esa dimensión donde surge por fin la voz de nuestro ser interno sintiéndose libre, relajado y hasta juguetón.
El arte de hacer nada está permitido, y practicarlo varias horas al día no deja secuelas, sino que abre puertas. La mente se higieniza, florece la creatividad, la reflexión y el rumor de la intuición. De hecho, ya nos lo señala el doctor Alex Soojung-Kim Pan en su libro Descanso antes citado: debemos entender que trabajar mejor no significa obligatoriamente trabajar más. De hecho, está demostrado que trabajando menos horas somos más productivos y nuestra calidad de vida mejora.
Aprendamos por tanto a obsequiarnos con ese regalo que excepcional que por mucho que queramos, es limitado: obsequiémonos con tiempo, regalémonos calidad de vida y la oportunidad de limitarnos sencillamente, a existir, a ser, estar y disfrutar con los cinco sentidos.
Este artículo fue redactado y avalado por la psicóloga Valeria Sabater
Imagen inicial: Rachel Baran