Como el tiempo perdido: A Marte. Aquella escalera larga y torcida, en espiral. Enfundada en sus paredes de escayola blancas. Con su baranda negra y sus peldaños de mármol y madera crujiente. Una escalera oscura y hueca, que desembocaba en un fogonazo minúsculo de esplendor.
Aquella escalera creó un punto de fuga en sus vidas. Ella, inclinada mirando hacia abajo, desde el cuarto y último piso, descalza sobre el rellano. Agarrando un enorme e inmóvil gato rubio. Con sus cabellos rizados y grávidos casi como imanes hasta taparle la cara. Envuelta en una bata de paño, fruncida por el cinturón y su lazo.
Descubriendo una cintura estrecha en plena armonía con las volubles curvas del pasamanos de la escalera. Abajo, él, perfectamente ataviado para ir al tajo. Con su bufanda como una boa enroscada al cuello, y el flequillo repeinado hacia atrás, brillante y negro.
Agitando con la mano un gorro de lana también negro. Mirando hacia arriba, casi arrodillado, como un santo. Para acabar gritando: ¡T’estimo! ¡Molt! ¡Molt! ¡Molt!
Nunca una escalera fue tan eléctrica. Pero las descargas finalizaban cuando él salía por el portal y ella cerraba la puerta del piso. En ese momento un océano encendido de luces se apagaba para abrirse en dos y dejar paso a la vida más ordinaria. Ella, se recogía los rizos en una coleta, y remangándose retomaba sus encargos.
La porcelana que trabajaba era muy frágil, mucho. Y a veces se rompía y había que volver a empezar de nuevo. Aunque mágicamente todos los trocitos se recomponían volviendo a su lugar. Aquellas manos grandes suyas podían hacerlo todo.
Agarraban fuertemente el pecho de él para arrastrarlo hacia su vientre y poder sentir el calor de su cuerpo en la más profunda madrugada. Acércate, le susurraba. A él, más de nueve horas de oficina le separaban de su vuelo. De su casa y de la vida. De ella. Como sosteniendo el mundo con un dedo. Fuerte e irrompible. Siempre fue así.
“Me gustas porque haces bien las pequeñas cosas, las más sencillas.” “Te llamaré Marte, porque contiene la palabra Arte, porque si le pones una A delante es Amarte. Marte, dios de la guerra.”
Se decían cosas así y luego callaban. Ajenos al mundo, distraídos. Y los días pasaban. Y él subía y bajaba aquella escalera larga, torcida y en espiral. Y ella se hacía una coleta y otra cada día. En algún lugar del mundo.
A Marte. Como el tiempo perdido por Roberson Rey.