LA VERDADERA LIBERTAD ESTÁ EN IR MÁS ALLÁ DEL PLACER Y DEL DOLOR; PERO, EN EL CAMINO, NO HUIR DEL DOLOR Y ESCUCHAR LO QUE NOS ENSEÑA ES DE GRAN AYUDA
Hasta que el alma no obtiene lo que quiere, te enferma.
James Hillman
Ciertamente, existe una tendencia programada en el ser humano -y en general en todos los animales- a rehuir el dolor y buscar el placer. Comúnmente se habla de que el rol biológico del dolor es señalar un daño -y así evitar mayor daño. Algo te duele y eso significa que, si sigues haciendo lo que estás haciendo, eso te puede llevar a un serio malfuncionamiento e incluso a la muerte. Es parte del sistema de autopreservación. Sin embargo, como sugiere el filósofo Colin Klein, el dolor no es sólo un síntoma de un problema, sino que «es parte de la solución. Sentimos dolor para motivarnos a resolver cualquier problema que en primera instancia ha causado dolor». Por otro lado, las actividades que permiten que un ser vivo prolongue su existencia generalmente producen placer: comer, tener sexo, dormir.
Para el ser humano, sin embargo, no es suficiente la satisfacción de las necesidades biológicas más básicas. Busca algo más. A esto le podemos llamar una búsqueda de felicidad, de significado o de una evolución no meramente biológica sino espiritual. La felicidad, descubrimos pronto, no es lo mismo que el placer. Si perseguimos el placer sin mesura, rápidamente nos damos cuenta de que lo que nos da placer al principio luego es la semilla del dolor. Esto ocurre debido a que las cosas que nos dan placer son impermanentes y el mismo cuerpo que siente el placer es impermanente. Nos cansamos de lo mismo o extrañamos la sensación de placer que ya no podemos sentir igual porque hemos cambiado, hemos envejecido, hemos perdido sensibilidad, etc., o esto mismo ha ocurrido con el objeto de nuestro placer. Esto genera frustración. Como se dieron cuenta tempranamente los filósofos en Grecia o en la India, perseguir el placer sin mayor discernimiento es una forma de asegurar la continuidad del sufrimiento.
Aristóteles, en su Ética, hace un interesante énfasis en la felicidad como eudaimonía (la vida virtuosa o la vida en conformidad con lo divino). El filósofo griego remarca que lo que distingue al ser humano es un alma racional, y por lo tanto el sentido de la existencia del ser humano debe estar ligado a la la racionalidad (al Logos), a la virtud, a actividades éticas que promueven el bien -todo lo cual lo separa de otros animales. Esto evidentemente nos habla de una trascendencia del mero placer. El hombre hace el bien porque entiende la ley -no la ley de los hombres, sino la ley de la naturaleza. La desmesura, la pereza, la ira, la lujuria y demás, aunque nos pueden producir placer a corto plazo, no conducen al placer duradero. Notablemente, el maestro budista Alan Wallace ha vinculado la eudaimonía al concepto de dharma, término que hace referencia tanto a ley como a naturaleza y a virtud. A diferencia del hedonismo, la eudaimonía (o la vida conforme al dharma) no depende de los placeres de los sentidos y por lo tanto no es efímera, se basa en el autoconocimiento y en el entendimiento interno de la naturaleza impermanente de las cosas, y en el cultivo de virtudes que trascienden la temporalidad de una u otra cultura. Se presenta como la posibilidad de una felicidad sustentable, pero para construir esta estructura inmutable dentro del cambio que la rodea es necesario atravesar situaciones dolorosas y empujar al propio ser a crecer, más allá del confort.
Lo que hace crecer al ser humano es enfrentarse con sus aparentes limitaciones, y esto requiere una disposición para soportar dolor y realizar cosas que nos parecen difíciles y por ello -por el viejo principio del placer- no queremos hacer. Cuando una actividad no presenta una clara recompensa a un nivel de placer, cuando no activa nuestro sistema de dopamina, hay una tendencia a resistirse, al menos mientras no tenemos autodisciplina. El escritor alemán Ernst Jünger habló sobre el potencial espiritual del dolor:
El dolor es una de las llaves para desbloquear el bienestar más profundo del individuo y del mismo mundo. Cuando uno se acerca al punto en el que el ser humano se prueba a sí mismo ser superior o igual al dolor, uno gana acceso a las fuentes de su poder y a los secretos ocultos. Dime cómo te llevas con el dolor y te diré quién eres.
Aunque en primera instancia el dolor nos hace huir y aquello que no nos brinda placer inmediato no nos motiva, el ser humano tiene la capacidad mental de no identificarse con su dolor y de ver más allá de lo inmediato y aparente. De reconocer que el placer suele ser sólo una sensación aceptada y el dolor una sensación rechazada; si cambiamos la forma en la que designamos, hay cambios la experiencia que tenemos. Más poderoso que el dolor es el poder del propósito o del significado, como mostró Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido: un hombre con sentido puede superar todo tipo de vejaciones; un hombre que no lo tiene, rápidamente se desmorona. Nietzsche lo expresó también sugiriendo que quien tiene un porqué encuentra un cómo.
El dolor y el placer son un péndulo, una rueda, una ruleta; van y vienen, y contienen su reverso; son interdependientes. En su juego siempre estaremos insatisfechos; por momentos arriba, por momentos abajo. Esto, según las tradiciones que surgen en la India, puede durar eones, incontables vidas. Vivir persiguiendo un espejismo, corriendo detrás de una zanahoria falsa e inalcanzable, como los galgos de carreras. Pero existe tal vez algo que nos puede librar de tal oscilación, de tal infirmeza, podemos tal vez ir más allá de los polos del dolor y el placer. Dice el Bhagavad Gita, el texto que es la gran síntesis del dharma de la India:
El sabio, para quien el placer y el dolor son iguales, él es quien se acerca a la liberación.
Lo anterior no significa que no atendamos a las señales del dolor o que renunciemos a toda actividad que nos puede producir placer, en una especie de tortura mística. Significa que no nos identifiquemos con ellos y que mantengamos una visión más amplia y noble, una perspectiva de hacia dónde vamos independientemente de las vicisitudes mundanas. Krishna le dice Arjuna:
Aquellos que sin orgullo ni engaño han erradicado toda mancha de apego, que residen siempre en la base del ser, que han aquietado todo deseo, y que están libres de los pares de opuestos conocidos como dolor y placer, ellos proceden sin error al estado inmutable.
Se podría decir que en términos absolutos, en realidad sí se está buscando el placer, un placer supremo, mucho más allá de todo placer físico; y, también, se busca evitar el sufrimiento, toda huella de sufrimiento, nacimiento, enfermedad, envejecimiento y muerte. Pero se tiene una perspectiva más amplia y no se busca el placer relativo, y no se evita el dolor relativo. En cierta forma se utilizan los dos, pero sin buscarlos, sin identificarse o apegarse a ninguno. Sentimos dolor cuando nos ponemos a prueba, cuando enfrentamos nuestros miedos y sometemos a nuestro ego a situaciones que lo amenazan (pero que nos liberan de su aprensión), cuando entrenamos nuestra mente y nuestro cuerpo y extendemos los límites de nuestro estado base. El placer también lo podemos usar concienzudamente, como una motivación, incluso como una energía que desbloquea. Al final notamos que uno suele traer al otro: hacer algo que nos cuesta trabajo y nos duele suele producir placer después; y hacer algo que nos es fácil y nos da mucho placer suele producir dolor después. Por lo tanto, es mejor no darle demasiada importancia a la designación de la sensación: placer o dolor.
En la tradición del budismo mayahana se suele decir que el sufrimiento es el método didáctico por excelencia de Prajnaparamita, la diosa de la perfección de la sabiduría o de la sabiduría que trasciende el samsara (la rueda de la existencia cíclica dualista). Sin el sufrimiento que produce la estancia en este mundo donde todo cambia, se corrompe, decae, se disuelve, no tendríamos un impulso evolutivo en términos espirituales, para ir más allá de nuestra condición actual -esto es lo que hace tan especial a la existencia humana, según la cosmología budista. Los dioses tienen puro placer; los seres infernales tienen puro dolor; los seres humanos tienen placer y dolor, y esto es lo que los hace en cierta forma superiores (es la conciencia de la insatisfacción de la dualidad lo que motiva hacia la no-dualidad).
El dolor a veces es descrito como una «sensación homeostática», es decir, que nos llama a hacer algo que restablezca la homeostasis o equilibrio de un sistema. El equilibrio que busca reestablecer Prajnaparamita con su propedéutica del sufrimiento es el de la budeidad, dispersar toda ignorancia, lo que es equivalente al autorreconocimiento del todo en la parte. La homeostasis del sistema universal, del cual no sólo somos una parte: somos también, misteriosamente, la totalidad.
El camino empieza con notar que existe el sufrimiento y que, si seguimos enfrascados en el mismo tren de apego hacia lo impermanente, el sufrimiento no cesará. El sufrimiento es la primera lección -y hasta que no nos demos cuenta de cómo funciona, seguirá siendo la única lección: entender que los actos virtuosos traen consecuencias felices, y los no virtuosos producen sufrimiento. Se dice que Prajanaparamita, siendo una conciencia luminosa más allá del tiempo, libre de todo condicionamiento, tiene infinita paciencia y seguirá sirviéndonos sufrimiento con compasión para que nos pongamos a practicar y finalmente aprendamos a vivir conforme al dharma. Se le conoce también como la Madre de Todos los Budas. Según el mahayana, todos seremos budas, y lo que nos llama hacia nuestro destino evolutivo es el sufrimiento. Paradójicamente, este es el programa de evolución hacia el éxtasis sublime de un buda, en quien se integra toda la existencia de manera abierta e irreductible. Es la compasión de la naturaleza la que hace que nos duela, para que entendamos… que lo que somos está más allá del dolor y el placer, de la vida y la muerte, y de la identificación con un ser individual sujeto al cambio. La totalidad se vuelve consciente de sí misma en el individuo que despierta. Este es el último dolor que no debe rehuir, que su despertar -y, con éste, el reconocimiento de la totalidad- significa también su muerte, la muerte de todo lo que conoce.
Twitter del autor: @alepholo
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