Con el paso de los años, la Inteligencia Artificial se ha modernizado y diversificado tanto sus usos como prácticas. Algunos de ellos se relacionan con polémicas y situaciones que vulneran los derechos humanos; otros, con avances con fines médicos, tecnológicos y humanitarios. Al enfocar la atención hacia los robots sexuales, ¿se trataría entonces de un riesgo a los derechos sexuales o un apoyo a la diversidad sexual?
Cuando se habla de sexualidad, es difícil delimitar entre lo normal y anormal, lo correcto e incorrecto. Sin embargo tomando en consideración algunas variables se puede realizar una guía útil para lograrlo; como por ejemplo: la primera, el contexto cultural, temporal e historia de vida, que permite comprender la diversidad sexual –orientación sexual, identidad de sexo/género y las prácticas sexuales– de cualquier persona; y la segunda, los derechos sexuales, que “se basan en la libertad, dignidad e igualdad inherentes a todos los seres humanos e incluyen un compromiso referente a la protección del daño” (WAS, 2008).
Por ello, utilizando esta guía, surgen dos posiciones contrarias al respecto de los robots sexuales: Por un lado, las empresas encargadas de construir y comercializar estos juguetes eróticos, como Roxxxy TrueCompanion o Abyss Creations, defienden la idea de que se trata de una alternativa para personas –principalmente hombres– con dificultades para interactuar e intimar con mujeres. De este modo no sólo se permite gozar de los adelantos tanto científicos como tecnológicos mediante muñecas sexuales hiperrealistas de silicona con IA, también del derecho a la privacidad y al grado máximo alcanzable de salud sexual –con experiencias sexuales placenteras, satisfactorias y seguras–. Además que de se trata de una industria que equivale 30 miles de millones de dólares al año, permitiendo un mayor desarrollo tecnológico a favor de la salud sexual de las personas.
Por otro lado, investigadores y activistas enfocados en la salud sexual, empiezan a cuestionarse las desventajas –frente a las contables ventajas– de los robots sexuales. De acuerdo con esta ola en contra de las muñecas sexuales con IA, la presencia de éstas afecta la manera en que los seres humanos interactúan entre sí, pues el vínculo se convierte en una relación de propietario-objeto en donde la simulación del consenso mutuo de los humanos desaparece. Y como si se tratase de una versión alterada de Blade Runner (2017), el sexo con robots puede extenderse a una interacción egoísta en que el problema social del dueño continúa profundizándose en una espiral y a sociedad con mayores problemas intrapersonales como resultado de una desconexión interpersonal. En consecuencia, la gran incógnita que esta ola invita a reflexionar es sobre la práctica sexual de algunas personas que encuentran deseable una pareja sin autonomía, como si de una violación se tratase. ¿Es esta la práctica que podría normalizarse con la normalización misma de este tipo de sexo?
La realidad es que el consumo de los robots sexuales forma parte del derecho al grado máximo alcanzable de salud, la cual debe incluir la salud sexual que comprende experiencias sexuales placenteras, satisfactorias y seguras; sin embargo, ¿qué pasaría si esta práctica simula la tortura, trato o pena cruel, inhumano o degradante hacia el ser humano? Hay quienes dicen que sería necesario, en este caso, de insistir en una educación integral de la sexualidad como una guía con un enfoque positivo de la sexualidad y el placer.
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