Con tres recientes exhibiciones, esta artista confirma su posición como una de las retratistas más interesantes de Estados Unidos. Su obra, además, refleja el espíritu y las inquietudes de una importante generación creativa de Nueva York.
Soy una fanática de los retratos. Los seres humanos me parecen infinitamente entretenidos e interesantes”, dice Hope Gangloff, una artista que con sus tres recientes exhibiciones en el Broad Art Museum de Michigan, el Aldrich Art Museum en Connecticut y la Galería Susan Inglett en Nueva York demuestra que su pasión viene acompañada de un considerable talento para pintar, con pequeños brochazos e intensos colores, la naturaleza humana y todos sus misterios. Cada vez que hablan de su trabajo, los críticos mencionan obvias referencias a Van Gogh, Gustav Klimt y Egon Schiele, tres maestros del retrato. Y aunque su mención es posiblemente inevitable, la Gangloff se las arregla para dar un nuevo y contemporáneo giro a su trabajo, con imágenes que flirtean con la ilustración y, en ocasiones, alcanzan la solemnidad del gran retrato clásico.
La artista, que después de décadas en Manhattan, cansada de los espacios pequeños y caros, se instaló con su marido, el también artista Ben Degen, en una granja en Upstate New York, pinta más que nada a sus amigos y conocidos, los que deben aceptar posar por horas en escenarios que muchas veces son construidos o dibujados por ella misma. “Cada práctica de percepción es una práctica de distorsión”, explicó hace poco en una entrevista con el sitio ArtSpace. “Cuando tengo a una persona posando para mí, no es raro que transpire mucho. La razón es simple: estoy sacando cuentas matemáticas. Mis ojos están realizando medidas demenciales, triangulando distancias muy rápidamente. Hay una línea muy sutil entre conseguir lo correcto y conseguir lo hermoso que trato permanentemente de borrar”. Antes de sentirse realmente cómoda con la idea de trabajar con modelos en vivo, la artista solía tomar cientos de fotos. “Fotos hermosas y cándidas”, las define, con sus amigos observando una película, cocinando o leyendo un libro en un sofá, cuando no estaban atentos a la cámara. Sin embargo, dice, prefiere las imperfecciones de su propia mano a la pulcra frialdad de las fotografías; por eso también viaja constantemente con un puñado de lápices y un pequeño block del tamaño de una postal donde dibuja, por ejemplo, decenas de sombreros que observó en una exhibición curada por Stephen Jones en el museo de Bard o las pinturas clásicas que encontró en un viaje a Italia con su marido. La Gangloff estudió en Cooper Union en Nueva York y, nacida en 1971, pertenece a una generación que asistió a esa prestigiosa academia en forma gratuita.
El año pasado, la institución decidió comenzar a cobrar por matrículas e instrucción, lo que levantó una ola de protestas entre académicos, artistas y estudiantes. La artista creó una serie de pinturas retratando las manifestaciones, y el tema aparece presente además en el retrato del artista Yuri Masnyj (“Checkered Flag”), expuesto por estos días en la Galería Susan Inglett, donde él aparece con un botón que dice “Salvemos Cooper Union”. En una conversación de ambos publicada el año pasado en la revista Bomb, la imagen que emerge del Nueva York de sus días de estudiantes es la de un lugar bohemio y romántico, lleno de energía y optimismo. “Toda la generación que estuvo en ese tiempo en la academia trabajó muy duro, y una vez graduada continuó trabajando duro para subsistir en Nueva York. Una debía ganar dinero suficiente y, al mismo tiempo, mantener la calma suficiente para continuar con la mayor pasión de tu vida, tu arte, en una forma alegre y lúdica, que es muy importante”. Ese sentido de comunidad está claramente presente en su obra. Esta es una artista que pinta artistas y, debemos agregar, lo hace magistralmente. Por: Manuel Santelices para (http://cosas.com)
ENG: In recent years, the artist Hope Gangloff has made a conscious effort to return to painting at the ambitious scale she enjoyed in her youth. Of large-scale painting, Gangloff told The Last Magazine in 2013, “I love moving across a canvas, it feels good.” Now the fruits of that return are on view in a new series of wall-filling portraits on display at Susan Inglett Gallery. The pieces on display in Gangloff’s current show don’t represent a radical break from her work of the recent past, though that doesn’t make them any less enjoyable or absorbing. In each canvas, Gangloff depicts a friend, acquaintance, or family member enmeshed in a deliberately shallow field full of vibrant colors, patterns, and textures. Gangloff has recently been the subject of several solo exhibitions—at the Broad Museum in Michigan, the Kemper Museum in Kansas City, and the Aldrich Contemporary Art Museum in Connecticut—and her exuberant and playful line work feels more confident than ever in this new suite of canvases. Gangloff excels at the subtle form of perception that is the currency of the best portrait painters. The slightly skewed perspective of her gaze, together with the stylized poses she chooses for her subjects—be they active or in repose—combine to evoke the character of the sitter. The playful riot of everyday objects, animals, and textiles that frame the individuals she paints seems carefully chosen to enhance the viewer’s understanding of each person’s interior life. Gangloff weaves meaning into her work with subtle touches, such as the “Save Cooper” button worn by the artist Yuri Masnyj in Checkered Flag, which speaks to the debate over tuition that unfolded last year at Gangloff’s (and Masnyj’s) alma mater. As in the best classical art, the narrative is there to be read and interpreted, if the viewer takes the time to consider the details.