En cada obra hay una respiración contenida, una pausa antes del movimiento. En su trazo habita el silencio del pincel sumi-e, la calma del gesto que no duda.
Lo Chan Peng atrapa la quietud en su pintura poética. Su arte etéreo respira como un río antiguo. Cada línea suya parece fluir desde lo más profundo ancestral hacia un horizonte moderno, donde lo clásico y el pop se miran sin pudor, como que se reconocen.

Sus figuras, mujeres, espíritus despiertos, criaturas que danzan entre la bruma, emergen de un mundo que huele a papel acuarela perfumado. En ellas, la sensualidad no es exceso, sino armonía: el cuerpo se vuelve paisaje, el cabello se ondula como ola, la mirada abre un portal hacia la memoria. Shimizu traza con la delicadeza del agua, pero con la fuerza de una tormenta invisible.



Su arte es un puente. Une el ukiyo-e con el cómic, la poesía zen con la cultura urbana, la tinta japonesa con los ecos del grafismo occidental. Todo convive sin conflicto, porque en su universo no hay fronteras: solo ritmo, color y vacío. El vacío que no es ausencia, sino respiración.
Como en un haiku, en su obra cada gesto dice más de lo que muestra. Una curva es una emoción, una sombra es un pensamiento. Lo esencial se esconde entre los detalles: el vuelo de una línea, el temblor de una flor, el sonido de un pez saltando fuera del papel.


Lo Chan Peng pinta el instante en que la quietud se vuelve vida. Su arte es agua que recuerda, viento que dibuja, tinta que canta. En su mundo, nada muere: todo se mueve,
todo florece, todo sueña.
Para más información: lochanpeng.com
Lo Chan Peng atrapa la quietud en su pintura poética. Por Mónica Cascanueces

