La regla crítica: Monos pragmáticos. Prefiero ser un primate antes que precipitarme por el precipicio profundo de los que tienen tres, cuatro o cinco nalgas, o estrangularme con mi propio prepucio, sin prebendas ni reprimendas, para no promulgarme con la premura de la que presumen los profetas cuando les sale de los huevos.
Ora pro nobis, sin profilácticos ni deseos galácticos.
No soporto los besitos a esos anillos donde prosperan los diamantes ni los lametones precoces en los dobladillos de las ropas promiscuas, ni las genuflexiones protocolarias ni las reclinaciones prisioneras, ni las palmaditas en la espalda, con precio y desprecio. Detesto las coronas en las que se exprime la sangre de las piedras preciosas, los bastones que te previenen de los apresurados apretones de estómago, los
presumidos de tan impresionante prosapia que tiñen de hazabache la protervia de unas rimas violadas por cualquier hache y los gatos que se programan a propósito de represiones, reprimendas y reproches.
Ojalá las protuberancias óseas de la infidelidades proactivas fueran visibles, para ser conscientes de que vivimos en un mundo sin proa ni pretensión alguna, sin profiteroles ni pralines, atestado de astados, chocando como los coches de feria y tropezando con los prolíficas pruebas de un predictor.
Y si no prosperan las prímulas ni los pitones en primavera es sólo por las prerrogativas de la prudencia y los privilegios de la seguridad pública, porque ni Dios ni José se librarían de ser los protagonistas en cualquiera de esas producciones americanas donde un prepotente sheriff prendía fuego a los prostíbulos, pero cuando se aflojaba la pretina y se veía desprovisto de sus prendas, embadurnaba con Reno de Pravia al presidente que presidía entre sus piernas y se las prometía preso de su propia prosperidad, como una paloma sin pretexto concebida, penetrando con sus prismáticos pringados de unto en la privacidad de algún presunto proxeneta, y si no premiaba el premio de profanar a uno de sus protésicos pretendientes, pues a impresionar a Tarzán y a su puta madre con sus precarios productos lácteos, sin apresurarse en las prisas, pero sin prolegómenos, prólogos o prefacios.
Preparados, pronto y presto, a heyacular encima de los hintereses creados, entre himbéciles e hineptos, con las nueces extirpadas para potenciar al máximo la eficacia de sus infinitas tragaderas, aunque se les condene a cualquier pena de vergüenza.
Monos pragmáticos. La regla crítica por Carlos Penas