La naturaleza como acto de resistencia
Stéphanie Kilgast y su estética postapocalíptica. Su obra irrumpe en el panorama del arte contemporáneo como una enérgica y conmovedora celebración de la vida. Escultora y artista visual con una sensibilidad tan vibrante como crítica, Kilgast ha forjado un universo donde el colapso ecológico y la belleza biológica conviven en un mismo plano narrativo. Su estética, profundamente influenciada por las formas orgánicas del reino natural —corales, hongos, insectos y musgos—, encuentra su soporte en objetos desechados por la sociedad de consumo: libros antiguos, utensilios rotos, aparatos electrónicos olvidados.

En sus palabras, su obra es “una oda a la vida”, una frase que sintetiza con claridad su poética visual. Lo que otros consideran basura, ella lo transforma en el lienzo de un nuevo ecosistema, una especie de arqueología del porvenir donde la naturaleza reclama su lugar sobre los residuos de la civilización humana. Así, lo orgánico brota de lo inerte, como una metáfora de resistencia y redención frente al colapso ecológico global.
Kilgast no rehúye los dilemas del Antropoceno, pero los aborda desde una visión que elude el nihilismo. A través de una estética exuberante y una paleta cromática audaz, propone un arte que no renuncia a la crítica, pero sí al desencanto. Su mundo postapocalíptico no es un páramo gris, sino una explosión vital, una utopía vegetal que florece incluso en las grietas más sombrías de la decadencia humana.

Arte, materia y transformación
Uno de los aspectos más fascinantes del trabajo de Kilgast es su proceso material. Sus esculturas nacen del ensamblaje entre lo artificial y lo orgánico, entre el objeto manufacturado y la réplica naturalista, esculpida meticulosamente en arcilla pintada. Esta técnica no solo revela un virtuosismo técnico admirable, sino que permite que el mensaje ecológico se manifieste con profundidad simbólica: allí donde la cultura ha fallado, la naturaleza emerge, resiliente y enérgica.

La artista afirma que su obra busca “provocar el asombro de los vivos al tiempo que cuestiona el statu quo de nuestras sociedades actuales”. Esta doble función —estética y ética— es lo que dota a su trabajo de una potencia poco común. Cada pieza confronta al espectador con una visión perturbadora pero encantadora de un mundo sin humanos, donde la vida continúa, muta y se reinventa sobre las ruinas de nuestro legado industrial.
El gesto de Kilgast es profundamente político. Al eliminar “la raíz del problema, nosotros”, como ella misma señala, imagina un escenario donde la naturaleza tiene la oportunidad de superar los errores humanos. Esta visión no es simplemente apocalíptica, sino paradójicamente optimista. En su universo escultórico, el final de la humanidad no implica la extinción de la belleza, sino su transformación radical. El arte se convierte así en una forma de eco-poesía, en un manifiesto visual que exige una reflexión urgente sobre nuestros hábitos de consumo y la fragilidad de nuestra convivencia con el entorno natural.

Una estética de la esperanza
Aunque su obra aborda el desastre ecológico con crudeza, no está exenta de una dimensión lúdica. Hay algo casi infantil en la riqueza cromática y la abundancia de formas que pueblan sus esculturas. Los hongos se multiplican como caramelos psicodélicos, los corales se arremolinan en armonías cromáticas imposibles, y los insectos, lejos de inspirar repulsión, parecen jugar sobre la superficie de aparatos obsoletos y descompuestos.

Kilgast no niega la catástrofe, pero se niega a representarla como un callejón sin salida. En su universo, la esperanza persiste —como la vida misma— en los intersticios, en lo pequeño, en lo que aún puede brotar. “La esperanza muere al final”, nos recuerda, “así que sigo esperando que mi obra abra el debate, la reflexión y, finalmente, el cambio”. Su arte es, en última instancia, un llamado a imaginar futuros posibles, a reconectarnos con lo que hemos olvidado y a permitir que el asombro vuelva a guiar nuestra mirada sobre el mundo.

En tiempos donde la devastación ecológica parece inevitable, Stéphanie Kilgast ofrece una visión alternativa: una donde la vida, exuberante y multiforme, se impone incluso entre los escombros. Su obra no solo embellece el desastre, sino que nos invita a repensarlo, a transformarlo, y tal vez, a evitarlo. En ese gesto profundamente humano, reside la verdadera fuerza de su arte
Para más información: stephaniekilgast.com
Stéphanie Kilgast y su estética postapocalíptica. Por Mónica Cascanueces.