La obra original de Elisabeth Daynès es una reflexión sobre los desafíos de la figura humana y el cuerpo en nuestra era contemporánea.
Elisabeth Daynès desafía el cuerpo en la contemporaneidad. Cautivada por el trabajo de artistas hiperrealistas como John de Andrea, la obra de Elisabeth busca representar individuos y sus cuerpos, algunos perdidos en las profundidades del tiempo, otros a la deriva en el futuro.

De repente, nos damos cuenta de que la moda del mañana puede incluir labios en blíster por encargo y máscaras de piel viva que uno puede quitarse y regenerar. Yendo más allá del narcisismo actual, donde los límites entre lo real y lo virtual son cada vez más permeables, Elisabeth irrumpe en la sala de espera del futuro.




Esta es una prêt-à-porter ofrecida a las próximas generaciones de hackers de la evolución que somos. Las identidades virtuales están ahí para ser tomadas; los avatares hacen posible trascender nuestra condición humana. El tiempo es una especie de materia prima esperando ser moldeada.
Los post-humanos de Elisabeth siguen siendo seres humanos con sangre circulando por sus venas; pero están evolucionando, flotando en el tiempo, floreciendo, reinventándose. En su búsqueda de identidad, descomponen el aquí y ahora y lo rediseñan a voluntad. De la diversidad venimos y a la diversidad volveremos.




Somos transportados a otra era; donde algunos de nosotros, buscando la eterna juventud, «compramos» nuevos rasgos faciales mientras otros se pierden en lo que podrían ser o convertirse. Todos comparten la búsqueda obsesiva consciente o subconsciente de la perfección física y la eterna juventud, con la conciencia de que el Tiempo es su enemigo y el Futuro alberga su destrucción final.


Elisabeth Daynès utiliza diversos formatos, materiales y tecnologías para modelar, dar forma y transformar la estructura del cráneo mismo, reclamando el extraordinario tiempo antes de que la carne cubra los huesos para magnificar los músculos del rostro y la expresión.
Elisabeth Daynès desafía el cuerpo en la contemporaneidad. Por Anne de Marnhac