La filósofa Ayn Rand, fundadora del objetivismo, defendió la actitud egoísta como la espina dorsal del bienestar, la libertad y la prosperidad humanas.
Ayn Rand o el egoísmo como motor del bienestar. Nacida en San Petersburgo en 1905 en una familia judía burguesa y con una genial precocidad hacia las artes, la escritora y filósofa Alisa Zinóvievna Rosenbaum, habitualmente conocida como Ayn Rand, vivió los últimos años de la Guerra Civil rusa en la ruina. Por ese motivo, escapó a Estados Unidos poco tiempo después de terminar en 1924 sus estudios universitarios en Filosofía e Historia. Quería hacer cine, quería escribir libros, pero, ante todo, lo que ansiaba era alcanzar el esplendor de su libertad natural.
Ayn Rand logró escapar de la Unión Soviética en el que iba a ser un breve viaje para visitar a unos familiares. Pasó el resto de su vida en el país donde pudo dedicarse a la literatura y al cine, sus dos grandes pasiones. Y, también, a la filosofía. Del país norteamericano llegó a decir, como alabanza, que emigró allí «porque era el único en el que podía ser realmente libre». No en vano, tuvo sus comienzos en Hollywood como guionista y como extra en algunas películas. En 1929, se casó con el actor Frank O’Connor, y dos años después recibió la ciudadanía estadounidense.
Durante aquellos primeros años de asentamiento y felicidad en el nuevo continente, Rand vendió sus primeros guiones cinematográficos y cosechó grandes éxitos en las artes escénicas y en la literatura, en especial con la novela Himno, publicada en 1938 en Reino Unido y que la elevó definitivamente a una autora destacada en el panorama internacional.
Bajo la influencia de Nietzsche, que había estudiado en la universidad y del que después renegó por su irracionalidad, Rand expuso su pensamiento a través de su obra literaria.
Al principio mediante la descripción, más o menos ficticia, de las vivencias y acontecimientos vividos en Rusia bajo la óptica de su amor absoluto por la libertad, como es el caso de la novela Lo que vivimos, de 1936, donde describió la angustia y las peripecias de una mujer bajo el régimen soviético en un tono claramente autobiográfico.
Más adelante, conforme su vida en Europa comenzaba a difuminarse, a través de novelas con una mayor carga filosófica, como El manantial (1943) y La rebelión de Atlas, cuya redacción fue terminada en 1957.
Este último libro, donde el poder económico se enfrenta al Estado, es considerado aún a día de hoy una de las grandes lecturas del anarcocapitalismo. No obstante, el pensamiento de Rand se fundamenta en un único principio: su repulsa a todo colectivismo y cualquier clase de anulación de la libertad individual.
La filósofa sostuvo a partir de sus ensayos El nuevo intelectual (1961) y La virtud del egoísmo (1964) que tan solo una actitud egoísta, es decir, centrada en la libertad y en el respeto por la vida que emanan de la persona, puede garantizar la construcción de una sociedad en la que sus miembros aspiren a su máximo bienestar y progreso.
Para Rand, los derechos no pueden ser otorgados, sino que derivan inherentes de la propia condición humana una vez que la libertad individual se manifiesta en plenitud. Pero para mantener esta esencia es necesario aceptar dos axiomas.
Uno, que la razón y la racionalidad son indiscutiblemente los únicos medios para alcanzar verdad. Y dos, que la verdad es una y objetiva. Bajo este pilar, Rand edificó una nueva corriente filosófica, el objetivismo.
Para Rand, solo una actitud egoísta puede garantizar la construcción de una sociedad en la que sus miembros aspiren a su máximo bienestar y progreso
Según la fama de Ayn Rand fue creciendo a través de su obra de ficción, lo hizo su pensamiento filosófico y la evidente puesta en práctica de sus ideas a través de los ámbitos político y económico. Su pensamiento, a medio camino entre ideas comunistas e ilustradas, la situó en una grata tierra de nadie. Atacó toda clase de sumisión social del ser humano incluyendo toda clase de prohibiciones, como es el caso de las drogas o la pornografía, deberes impuestos (como el servicio militar obligatorio o el reclutamiento forzoso) y el intervencionismo estatal. Se opuso frontalmente tanto al fascismo como al comunismo, pero también al anarcocapitalismo.
La actitud egoísta de Rand se fundamenta en una práctica continua de la más estricta racionalidad, es decir, en tomar de la comunidad lo que cada miembro necesita sin que nadie tenga que intervenir en su concepción moral y cívica. Así lo expresa en la sociedad ideal que describe en La rebelión de Atlas, donde la percepción del «yo» se desdibuja no en la entrega del individuo a los intereses colectivos, que siempre son impuestos, bajo la óptica de Rand, sino por la práctica de un individualismo absoluto. Y, de hecho, bajo la influencia de la teoría económica y del trabajo del pensador austríaco Ludwig von Mises, junto con el economista estadounidense Alan Greenspan, publicó Capitalismo, el ideal desconocido (1966), en el que argumentan que tanto las desigualdades económicas y sociales como el propio capitalismo son consecuencia del valor del producto del capital y del fruto de la fuerza de trabajo en el mercado, no de la sociedad.
Las reacciones a las ideas de Rand no se hicieron esperar. Su crítica a cualquier esbozo de altruismo fue contestada por intelectuales como Gore Vidal, que sostuvo la necesidad de toda actitud generosa y abnegada frente a los demás como parte de la supervivencia del individuo y de la vida en comunidad, pero también por parte de teóricos libertarios, como sucedió con Robert Nozick, quien en su libro Puzzles Socráticos (1997) criticó que Rand situase la propia vida humana como el valor definitivo de cada persona.
Randroides (de «Rand» y «androide») se les llamó a los seguidores fieles de las ideas de Rand, a pesar de la disconformidad de la filósofa con una expresión irónicamente colectiva de sus propuestas. El psicoterapeuta Nathaniel Branden fundó el instituto homónimo que fue significado como una secta. Así lo mostraron, al menos, tanto Michael Shermer (de La Sociedad Escéptica) y Jeff Walker en sus respectivas publicaciones al respecto, en las que se afirma que el objetivismo tiene un potente componente sectario que puede utilizarse negativamente o, al menos, interpretarse de una manera peligrosa para la paz social.
No obstante, las ideas de Ayn Rand siguen teniendo una notable influencia. Dos ejemplos carismáticos fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher (aunque la pensadora renegó del primero), por sus ideas económicas y la defensa del capitalismo en el contexto de la Guerra Fría. Pero también se han declarado seguidores del pensamiento de la autora el expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan, Steve Jobs y artistas como Steve Ditko.
Ayn Rand o el egoísmo como motor del bienestar. Por David Lorenzo Cardiel