El filósofo francés Michel Onfray les ha dedicado un libro titulado Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, publicado por Paidós.
Michel Onfray: filosofía de perros y ratones. En él hace hincapié en el hecho de que, para los filósofos antiguos, salvo excepciones, hacer filosofía era una forma de vida, no concebían que uno solo se dedicara la reflexión teórica. Y los cínicos lo llevaron al extremo. Eran excéntricos, contestatarios, irreverentes…
¡Molestaban! Porque molestan quienes señalan con el dedo lo absurdo de las convenciones a las que las personas nos adherimos y que, sin embargo, ellos cuestionaban. Diógenes insistió y al final acabó siendo el gran filósofo cínico, más conocido que el fundador
Diógenes vivía en una bañera, era su única propiedad, junto con un manto andrajoso, un morral y un bastón. Este último tenía algo de simbólico; medía el espacio propio, la distancia que necesitamos respecto de los otros para seguir siendo libres. La libertad era la gran obsesión de los cínicos. Ellos fueron los grandes filósofos de la libertad.
Decían que la felicidad pasaba por la libertad y que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices; si no lo somos es por causa de nuestra estupidez. Porque nos cegamos con las cosas y los bienes materiales de los que ellos reniegan: dicen que estos solo generan necesidades y que nos quitan la libertad.
Porque ¿qué necesita un ratón para ser feliz? Diógenes se empezó a hacer preguntas de este tipo cuando vio a uno que entraba y salía de su cuevita, sin preocuparse por nada, contentándose con unas migajas… Y llevando una vida sabia que a Diógenes le dio qué pensar y le inspiró: dijo que él se había hecho filósofo gracias a un ratón.
Michel Onfray: filosofía de perros y ratones. Los cínicos adoptaron la figura del perro como símbolo: frugal, libre, simple y capaz
Pero al animal que adopta la corriente cínica como símbolo es al perro. Lo admira por su frugalidad y simplicidad. Diógenes se identificaba totalmente y decía: «Soy como un perro porque muerdo al enemigo». Ese enemigo lo entendía como Nietzsche en la frase: «Que tu amigo también sea tu peor enemigo». El enemigo es ese otro al que muerdo diciéndole algunas verdades incómodas o burlándome de él con el objetivo de despertar su conciencia.
Cuando a Diógenes le vienen a buscar porque quieren rendir homenaje a un filósofo muy importante, él responde: «¿Para qué van a homenajear a alguien que nunca puso triste a nadie?». Es en la tristeza, en la incomodidad o la molestia donde te das cuenta de cosas que igual no estás haciendo tan bien y, al hacerte consciente, es cuando puedes cambiar.
Los cínicos recurrían a la ironía como Sócrates, pero de una forma mucho más controvertida. Platón decía que Diógenes era Sócrates enloquecido. El mismo Sócrates decía ser el tábano de Atenas, pero a la hora de provocar era más moderado. La moderación no va con los cínicos. Diógenes ofrece una explicación: decía que él era como un director de coro, «toco las notas altas para que otros toquen las notas justas». Pertenece –y Nietzsche creo que se inspiró en esto– a los filósofos que rompen, que tienen voluntad de impactar, porque a través de esa violencia provocan una conmoción en el otro. Eso precisamente es lo que buscan.
¡Ay, si Diógenes viera y viviera este imperio limitante, arbitrario de la corrección…!
En general, en los griegos, uno encuentra pensamientos, intuiciones e ideas que siguen siendo totalmente actuales, aunque hayan pasado 25 siglos, porque el ser humano también sigue siendo prácticamente el mismo. De modo que aquello que denunciaron los cínicos entonces sigue pasando y seguimos siendo esclavos de convenciones, de la corrección política.
La corrección política es el nuevo autoritarismo y frente a ella se levanta la parresía que practicaban los cínicos. Ese andar buscando un hombre honesto, que diga su verdad, pero que, además de eso, que la piense y la exprese con su vida. Esa es la parresía.
La reivindicó Foucault, al final de su vida, en su último seminario dictado en el Collège de France entre febrero y marzo de 1984. Lo llamó El coraje de la verdad y se convirtió en su testamento filosófico, pues moriría meses después. Se lo dedicó a los cínicos y, como apunta el título, es una reivindicación del coraje de decir la verdad, el escándalo que supone llevar una verdadera vida acorde con los propios pensamientos y palabras. Es maravilloso.
El mundo necesita ese coraje de la verdad que practicaban los cínicos. Y necesitamos también una buena dosis de cínicos, de gente que se anime a decir lo que piensa libremente, sin miedo. Y hay que cultivar el cinismo liberador de uno, el que nos suelte las cadenas porque la libertad, antes que nada, es libertad hacia dentro.
Michel Onfray: filosofía de perros y ratones. Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol).