La teórica de la literatura y el feminismo Julia Kristeva aborda el continuo deambular del exilio voluntario que nos mantiene despiertos, el infierno en la tierra de unos autores inertes, incontinentes, desorientadamente coherentes.
Julia Kristeva hacia lo innombrable. En ocasiones, lo elocuente nos dice bien poco: «Para el depresivo, la Cosa y el yo son las caídas que lo conducen hacia lo invisible y lo innombrable».
Un testamento parco en confesiones enciende una llama de esperanza en el lector ávido de silencios:
«El tiempo en el cual vivimos es el tiempo de nuestro discurso y la palabra extranjera, despaciosa o disipada del melancólico lo lleva a vivir en una temporalidad descentrada».
Hay libros que son el último remedio para la desilusión crónica: en ellos, el grado cero de la expresión se administra en cómodas cápsulas.
En el ensayo Sol negro: depresión y melancolía (1987) no se esquivan las preguntas incómodas: se toma lo que es una enfermedad tristemente común, y se la hace hablar en lecciones magistrales.
¿Esclavos del desajuste neuroquímico o de una desordenada nutrición? ¿Víctimas de la arrogancia privada o del más común de los destinos?
Se ocupa la teórica de la literatura y el feminismo Julia Kristeva (Sliven [Bulgaria], 1941) del amor frustrado o imposible de poètes maudits como el torturado protosurrealista Gérard de Nerval (que acabó sus días colgado de una farola parisina, en 1855) o el notable escritor ruso Fiódor Dostoyevski (1821-1881), que encontró consuelo en el autoexilio de las palabras.
Es la obra de la novelista, guionista y directora de cine Marguerite Duras (1914-1996), para la psicoanalista de origen búlgaro, un todo coherente en la perfección de sus partes, donde la vulnerabilidad emocional está atemperada por el ingenio y un control formal nunca molesto.
Escrito con la oscura economía de la escritura aconfesional, aborda la autora de Semiótica (1978) el continuo deambular del exilio voluntario que nos mantiene despiertos, el infierno en la tierra de unos autores inertes, incontinentes, desorientadamente coherentes, víctimas de la adicción y la derrota, «el universo imaginario»; en definitiva, «en tanto tristeza significada pero también a la inversa, jubilación insignificante, nostálgica de un sinsentido fundamental y nutricio, […] el propio universo de lo posible». Es decir, la tímida, incómoda vida y sus malentendidos, tergiversaciones, su soledad consciente, su felicidad lastrada por la consternación.
Sostiene Kristeva que la inevitable tristesse es el impuesto que Dostoyevski paga para acceder a las regiones más distantes de sí mismo, mientras «permanece la cuerda floja como el cadáver representado de una imagen económica, parsimoniosa, de dolor contenido en el recogimiento solitario del artista y del espectador».
Teoriza la filósofa que la depresión del autor de Los hermanos Karamázov (1879-1880) supone una forma de afecto desalojado que contrabandea funciones tan epifánicas como deshabilitadas. El rastro de separación que implica es un primer paso hacia una complejidad espiritual inimaginable. Su aparente inactividad es el ángel oscuro que transmite el urgente mensaje de Rilke: hay que cambiar de vida.
La expectativa ha sido podada aquí para servir a la riqueza subyacente. Se evitan las abstracciones politécnicas. Se elude el material técnicamente perfecto de la verborrea pseudoacadémica. Contrasta la explosión nostálgica con las evocaciones de la pasión recordada en el idilio infantil de Nerval, que surge de su peculiar Sylvie (1853), escrita desde la locura, donde «por representase ese no-simbolizado como un objeto materno, fuente de pesar y de nostalgia, pero también de veneración ritual, el imaginario melancólico lo sublima y se dota de una protección contra el hundimiento en la asimbolía».
No es la luz, parece decirnos la autora de Lo femenino y lo sagrado (2000), sino el sol negro y la caída sin profundidad. El desencanto mudo. La ausencia de consuelo. Se alternan la franqueza erudita con el humor autodestructivo. Entusiasta con las citas propias y el testimonio ajeno, construye un rico polílogo que contrasta con el austero soliloquio de la peor crítica.
Un poco más sobre Julia Kristeva:
Nacida en 1941 en Sliven, Bulgaria, Julia Kristeva se graduó en filología francesa en la Universidad de Sofía y en 1966 se fue a Francia con una beca de estudio del gobierno francés. Allí pasó a formar parte de los principales círculos filosóficos y literarios. Se unió al grupo filosófico Tel Quel y se casó con su líder, el escritor Philip Sollers.
Completó doctorados en semiología y lingüística. Kristeva es profesora de la Universidad de París “Denis Diderot” y tiene una práctica privada como psicoanalista. Doctora honoris causa de muchas universidades del mundo, es autora de un gran número de obras científicas y literarias.
En 1997 recibió la Orden de la Legión de Honor de Francia. En 2004, fue galardonada con el Premio Holberg, considerado el Premio Nobel en el campo de las humanidades. Desde hace varias décadas Julia Kristeva está considerada una de las intelectuales europeas y mundiales más famosas y socialmente comprometidas.
Julia Kristeva hacia lo innombrable. Por José de María Romero Barea.