Todos los días sacamos al actor o actriz que llevamos dentro para mostrar nuestra mejor cara a los demás. ¿Será que la vida es puro teatro?
El teatro de la vida. «Teatro, lo tuyo es puro teatro…». Así cantaba La Lupe y así lo vivimos cada día cuando, antes de salir de casa, nos ponemos la máscara del papel que representaremos durante las siguientes horas. Ya lo sabían los romanos, que empleaban la palabra «persona» para referirse a las máscaras de los actores teatrales de la Antigüedad: los seres humanos somos fingidores por naturaleza, y no hay nada de malo en ello.
La obsesión con la naturalidad no deja de ser otra máscara que nos ponemos, ya que la propia vida tiene mil facetas y todas ellas son igual de naturales. Por ello, a veces llegamos al otro extremo: frente a la sobreexposición de un yo presuntamente natural que en realidad es actuado, algunos eligen la creación de un personaje, un alter ego detrás del que esconderse.
La teatralidad y el camp son parte de la vida de algunas personas que deciden llevar el theatrum mundi a su rutina, encontrando la naturalidad en la exageración.
«El camp lo ve todo entrecomillado», dice Susan Sontag en sus Notas sobre lo camp, «percibir el camp en objetos y personas significa comprender el ser como interpretar un rol».
Somos actores y actrices cuando vamos a trabajar, aunque ese día nos hayamos levantado tristes, cuando charlamos sobre el tiempo con alguien que nos cae fatal, cuando nos hacemos cincuenta fotos para tener una en la que salgamos como nosotros creemos que hay que salir, cuando fingimos tenerlo todo bajo control en una entrevista de trabajo…
Esto no es necesariamente malo: ¿cómo sería posible la convivencia si no hiciéramos lo posible por no sobrepasar las fronteras de la imagen que de nosotros tienen los demás. En ocasiones, y como dice la expresión «por la paz, un credo», preferimos guardar las apariencias o actuar en contra de nuestra naturaleza para no imponer nuestro punto de vista y evitar situaciones incómodas.
Lo mismo sucede cuando, por no dejarnos llevar por los inconvenientes, ponemos buena cara y hacemos como que no pasa nada. Ya lo cantó, también, el grupo británico Queen: «Show must go on», el espectáculo debe continuar.
El teatro de la vida. La vida es puro teatro, sí, pero puede ser peligroso si confundimos los términos y, sobre todo, los límites
La vida es puro teatro, sí, pero puede ser peligroso si confundimos los términos y, sobre todo, los límites. Y es que el fingir demasiado puede llevar a que acabemos creyéndonos nuestro propio teatro, o a que otros tengan una imagen distorsionada de nuestra realidad que acabe por provocarnos un conflicto.
De ahí que algunos personajes públicos, que continuamente hacen performance para los demás, acaben confundiendo interpretación con realidad. Fue el caso del actor Bela Lugosi, que terminó sus días creyendo que él mismo era Drácula, o, si nos vamos al terreno de la ficción, el de Norma Desmond, la protagonista de El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), una actriz fracasada que fingía tanto su propia vida que terminaba por creérsela.
Lo que empieza como un enmascaramiento piadoso para sobrellevar el día a día o conseguir cierta proyección exterior puede conducir a vivir en una mentira, como le sucedió a la actriz Anna Allen, que inventó una vida profesional inexistente para poder cumplir lo que se esperaba de ella.
Y si hay un escenario en el que todo se multiplica en la actualidad ese es internet, especialmente las redes sociales, donde mostramos continuamente nuestra mejor cara y hacemos de todo para ser aceptados y ensalzados.
Esta máscara ejercida en las redes sociales es inevitable para cualquiera que las utilice, aunque pueda pensar que es impermeable al fingimiento. Incluso aplicaciones como BeReal, supuestamente orientada a mostrar una cara verdadera porque sus publicaciones van asociadas a la inmediatez sin posibilidad de edición, están llenas de gente reproduciendo sus «mejores momentos».
La facilidad con la que todos aparentamos ser felices en internet es una gran obra de teatro que hemos aceptado perpetuar día a día.
Si las novelas románticas arruinaron la vida de Madame Bovary, las cuentas de Instagram de algunas ‘influencers’ bien podrían destruir la vida de una chica cualquiera
Sin embargo, el teatro de las redes sociales acaba haciendo mella psicológica en la sociedad en su conjunto, especialmente en las mujeres, que estamos expuestas a millones de imágenes diarias en las que se nos dice, de manera más o menos implícita, que no estamos lo suficientemente delgadas, ni somos lo suficientemente guapas, ni nos esforzamos lo suficiente.
Aunque sepamos que la mayor parte de las fotografías están editadas o que los usuarios solo muestran su mejor cara, cualquiera se podría volver loca: si las novelas románticas arruinaron la vida de Madame Bovary, las cuentas de Instagram de algunas influencers bien podrían destruir la vida de una chica cualquiera.
Confundir los límites y pensar que lo que vemos de los demás es la pura realidad y no, en muchas ocasiones, un teatro, solo acaba llevando a una frustración limitante. La vida es un teatro pero, más que la función final, el día a día es un constante ensayo general.
El teatro de la vida. Por Dalia Alonso