Desde una mirada lúcida y sin pretensiones el trabajo de Anna Malagrida seduce, reconcilia y sitúa al espectador entre lo visible y lo invisible.
Anna Malagrida: entre lo visible y lo invisible. Los territorios opuestos en la exposición «Espacio liminal» reúne dos series fotográficas de la artista española Anna Malagrida que evocan la ciudad como lugar de lucha política. «Los muros hablaron» y «Cristal House» reflejan el compromiso de la fotógrafa, su entrada en resistencia frente a los intentos de borrar la voz de un pueblo o la aceptación de una comunidad de invisibles.
Anna Malagrida utiliza esencialmente la fotografía y el video para explorar y recrear nuestras experiencias cotidianas y el inestable equilibrio entre lo privado y lo público a través de una observación atenta.
La artista deja atrás la representación y llama a nuestra fantasía; somos invitados a proyectarnos sobre las superficies de sus imágenes y a crear nuestros propios contenidos visuales dentro y fuera de ellas. Como si fuera por su propia gravedad, la ciudad se convierte en un escenario teatral, el telón de fondo ideal para contar la frágil relación entre las personas y su entorno. La artista primero evalúa y luego nos invita a mirar sin ser vistos.
Bajo el título «Espacio liminal», Anna Malagrida pone en contraste dos conjuntos fotográficos que tienen en común habitar zonas contrarias. Como suele ocurrir en las obras de la artista española, la imagen se construye en torno a una oposición: exteriores e interiores, sombra y luz, inscripción y borrado. Es en estos intersticios paradójicos donde ella elige detenerse, tomarse el tiempo, mirar para mostrar mejor. Las fotografías resultantes forman un corpus que actúa como un espejo reflejando la incertidumbre de una sociedad presa del fraccionamiento social.
De las dos series espacialmente se reconocen algunas imágenes y fragmentos de textos del proyecto titulado «Cristal House», que reúne fotografías, vídeos y textos, presentado en la galería de fotografías del Centro Georges Pompidou en 2016 gracias a la Carte blanche PMU de la cual ella fue la ganadora.
Si bien el título genérico retoma el nombre de un caballo de carreras, esta «casa de cristal» es sobre todo el apodo dado por la fotógrafa a una sala de juegos deportivos situada en el centro de París, justo al lado del Museo Nacional de Arte Moderno. Dos mundos vecinos que nunca se cruzan. Es desde el exterior, a través de los grandes ventanales, que ella observa a los jugadores, casi exclusivamente masculinos, sus gestos, siempre los mismos, sus códigos, los largos minutos de espera entre cada carrera. En el interior, los encuentra, los escucha. Vienen de otros lugares, son originarios de países que han dejado para inventarse otros futuros posibles.
En esta torre de Babel, los rostros de los jugadores se confunden con los de los migrantes y las esperanzas de la próxima carrera se superponen a las ilusiones de una vida a menudo (temporalmente) oculta. Entonces, la sala de juegos se convierte en el lugar de encuentro. Las palabras dichas por los jugadores clandestinos son recopiladas, impresas, forman narrativas que muestran vidas que convergen inexorablemente hacia este espacio que, de ser de paso, se convierte en uno de espera, el de todas las posibilidades, de todas las esperanzas, de los mañanas idénticos de una vida ordinaria esperada, regularizada.
Pero esta ciudad tentacular, como toda metrópoli, reúne a las personas tanto como las separa. Los individuos reunidos permanecen así aislados, solos entre la multitud.
Esta es precisamente una de las zonas opuestas que Anna Malagrida captura para observarla mejor intensamente. En la penumbra del claroscuro, las manos de los jugadores se destacan en primer plano en las fotografías. Los gestos que forman, a pesar de ellos mismos, de manera compulsiva, traicionan las esperanzas, las angustias, las preocupaciones, la alegría. Los códigos clásicos con los que se comunican los jugadores de apuestas deportivas también componen la narrativa de vidas clandestinas de migrantes que no se ven o se niegan a ver.
Inédita en Francia, la serie «Los muros hablaron» fue realizada entre 2011 y 2013 en el punto álgido de las protestas organizadas por el Movimiento de los Indignados en España, del cual es originario: el «Movimiento del 15M». La serie fotográfica se divide en dos partes distintas: los muros y los pedestales.
Estos son los receptáculos de la palabra del pueblo, deliberadamente borrada, casi invisible. La inscripción apenas perceptible de las palabras en la piedra es capturada por la fotógrafa en la imagen, que entonces se convierte en testimonio, un acto de resistencia ante el intento de borrar la escritura colocada por la población en los muros de las instituciones financieras, políticas y públicas de Madrid y Barcelona.
Estas frases arrancadas del olvido hablan del Movimiento, de quienes lo componen.
Complementada por una grabación de video que transcribe los eslóganes, esta restitución de los mensajes y las voces conforma un archivo de un levantamiento colectivo formado para enfrentar los desequilibrios de un capitalismo salvaje y devastador que encuentra sus fundamentos en la civilización occidental, condenada inexorablemente a sacrificar a sus hijos para salvar sus instituciones o desaparecer con ellas.
Este levantamiento popular también responde a una crisis de representación o más bien a la falta de representación. Desde un punto de vista formal, la composición, donde el sujeto está representado centrado y de manera frontal, idéntico para cada fotografía de la serie, parece una cita directa del protocolo extremadamente riguroso (que llega hasta el control de la presentación científica de las impresiones fotográficas) establecido a principios de los años 1960 por los fotógrafos alemanes Berndt y Hilla Bescher, cuya obra titánica – el intento de documentar exhaustivamente los edificios industriales de los siglos XIX y XX en Europa y América del Norte – es la definición misma de la fotografía objetiva.
Registrar el momento de la acción, del enfrentamiento entre los manifestantes y las fuerzas del orden donde la intensidad está en su punto máximo no interesa a Anna Malagrida.
Prefiere concentrarse en ese momento preciso en el que la huella, a punto de desaparecer, todavía roza la superficie de la piedra, para revelarla mejor y finalmente conservarla a través de la fotografía, ahora un testigo infalible que anula el acto deliberado de borrar una expresión popular.
Así, Anna Malagrida hace propios estos territorios opuestos. Los observa, los habita, los comparte con quienes encuentra allí, para restituirlos mejor y mostrar lo que hacemos invisible al dejar de considerar estas zonas ordinarias como lugares políticos, espacios comunes que hace tiempo dejamos de mirar. Sin embargo, es precisamente en lo insignificante donde ella encuentra la posibilidad de una acción para revelar mejor la realidad. Porque todo está ya ahí, frente a nosotros, solo hace falta detenerse y mirar intensamente. Entonces, el espacio liminal se vuelve perceptible de manera distintiva.
Anna Malagrida: entre lo visible y lo invisible. Por Guillaume Lasserre