El rebelde que convirtió la fotografía en un deporte de riesgo conceptual.
Pierpaolo Ferrari: el fotógrafo que disparó contra el aburrimiento. Hay fotógrafos que buscan la belleza. Otros, la verdad. Y luego está Pierpaolo Ferrari, que parece empeñado en buscar la incomodidad, el absurdo y, cuando se tercia, el desconcierto absoluto. Porque si algo ha demostrado este señor —rebelde oficial de la fotografía contemporánea— es que la imagen publicitaria puede ser un arma de destrucción masiva contra el aburrimiento. Y, de paso, un recordatorio de que la cordura está sobrevalorada.
Ferrari, que ha trabajado para marcas tan finas y respetables como Nike, Audi o Vespa, podría haberse quedado a vivir en el cómodo chalé de la publicidad premium: ese lugar donde todo es impecable, aspiracional y perfectamente planchado. Pero no. Él decidió mudarse a un barrio más interesante: el de las ideas incómodas, los colores imposibles y las metáforas que nadie pidió pero todos recordamos. Un barrio donde las normas se respetan tanto como un semáforo en rojo a las tres de la mañana.


Aunque también se dedica a la fotografía de moda —ese ecosistema donde la extravagancia suele venir con etiqueta de precio—, lo que hoy nos convoca es su faceta más gamberra. Esa que despliega sin pudor en Toilet Paper, la revista que co-dirige y que, más que un magazine, es un parque temático de la irreverencia visual. Un espacio donde las imágenes no necesitan comentarios porque, sinceramente, ¿qué comentario podría competir con una composición que parece salida de un sueño febril después de mezclar helado de pistacho con ansiedad existencial?
Toilet Paper es, en esencia, la prueba de que la fotografía puede ser un deporte extremo. No por el riesgo físico, sino por el riesgo mental: uno nunca sabe si está ante una crítica social, un chiste privado o un experimento sociológico que se le fue de las manos. Y ahí está la gracia. Ferrari no busca que entendamos nada; busca que sintamos algo. Aunque ese algo sea una mezcla de fascinación, risa nerviosa y la incómoda sospecha de que quizá deberíamos revisar nuestras prioridades estéticas.

Lo maravilloso —y a la vez irritante— de Ferrari es que no pretende agradar. No quiere ser bonito, ni elegante, ni profundo. Quiere ser recordado. Y vaya si lo consigue. Sus imágenes funcionan como pequeñas bombas de relojería visual: explotan en la retina y dejan un eco que tarda en disiparse. No importa si te gustan o te horrorizan; lo importante es que no puedes ignorarlas. Y en un mundo saturado de imágenes intercambiables, eso es casi un superpoder.
Su rebeldía no es la del adolescente que pinta grafitis en la puerta del instituto. Es la del adulto que, pudiendo comportarse, decide no hacerlo. La del profesional que domina la técnica hasta tal punto que puede permitirse dinamitarla. La del creador que entiende que la provocación no es un fin, sino un método. Y que, cuando se usa con inteligencia, puede abrir grietas en la percepción colectiva.
Ferrari juega con lo grotesco como quien juega con plastilina: moldeando, exagerando, deformando hasta que la forma final es tan absurda que resulta inevitablemente seductora. Sus imágenes son como chistes visuales contados con la seriedad de un notario. Y esa contradicción es, quizá, su mayor virtud: nos obliga a mirar dos veces, a cuestionar lo que vemos, a preguntarnos por qué demonios una escena tan ridícula nos resulta tan hipnótica.


En un panorama donde la fotografía suele tomarse demasiado en serio —como si cada disparo fuese una tesis doctoral—, Ferrari nos recuerda que la imagen también puede ser un juego. Un juego perverso, sí, pero juego al fin y al cabo. Y que, a veces, la mejor manera de decir algo importante es no decir nada en absoluto. Solo mostrarlo. O exagerarlo. O convertirlo en un delirio pop que se ríe de sí mismo mientras nos mira fijamente.
Así que sí: Pierpaolo Ferrari es un rebelde. Pero no uno de esos rebeldes ruidosos que necesitan proclamar su rebeldía a los cuatro vientos. Es un rebelde silencioso, irónico, meticuloso. Un saboteador elegante. Un gamberro con presupuesto. Y, sobre todo, un recordatorio de que la fotografía sigue siendo un territorio donde la imaginación puede —y debe— perder los papeles.
Para más información: pierpaoloferrari.com
Pierpaolo Ferrari: el fotógrafo que disparó contra el aburrimiento. Por Mónica Cascanueces.

